La clave para la rehabilitación de la teoría de la correspondencia viene dada por una observación muy simple y obvia que hizo el propio Tarski. A saber, si deseo hablar acerca de la correspondencia entre un enunciado, E, y un hecho, H, tengo que recurrir a un lenguaje en el que pueda hablar acerca de ambos: enunciados del tipo de E y hechos del tipo de H. Aunque esto parece terriblemente trivial, resulta ser decisivo. Significa que el lenguaje en el que hablamos para explicar la correspondencia ha de tener los medios necesarios para referirse a enunciados y describir hechos. Si disponemos de un lenguaje dotado de ambos medios, de modo que pueda referirse a enunciados y describir hechos, entonces en dicho lenguaje -el metalenguaje- podremos hablar sobre la correspondencia entre enunciados y hechos sin ninguna dificultad, como vamos a ver.
Un metalenguaje es un lenguaje en el que podemos hablar acerca de otro lenguaje. Por ejemplo, una gramática alemana escrita en castellano utiliza este idioma como metalenguaje para hablar sobre el alemán. El lenguaje sobre el que hablamos valiéndonos del metalenguaje (en este caso el castellano) se suele denominar «el lenguaje objeto» (en este caso el alemán). Lo típico del metalenguaje es que contiene nombres (metalingüísticos) de las palabras y enunciados del lenguaje objeto, así como predicados (metalingüísticos), como «nombre (del lenguaje objeto)», «verbo (del lenguaje objeto)» o «enunciado (del lenguaje objeto)». Para que un metalenguaje sea suficiente para nuestros propósitos ha de contener también, como señala Tarski, los métodos usuales necesarios para hablar, por lo menos, acerca de los hechos de que puede hablar el lenguaje objeto.
Esto es lo que ocurre cuando utilizamos el castellano como metalenguaje para hablar acerca del alemán (como lenguaje objeto sobre el que investigamos).
Por ejemplo, hemos de poder decir en el metalenguaje castellano cosas tales como:
Las palabras alemanas «Das Gras ist grün» constituyen un enunciado en alemán.
Por otro lado, hemos de poder describir en nuestro metalenguaje (castellano) el hecho que describe el enunciado alemán «Das Gras ist grün». Describimos ese hecho en castellano diciendo, sencillamente, que la hierba es verde.
Ahora podemos formular en el metalenguaje un enunciado sobre la correspondencia con los hechos de un enunciado del lenguaje objeto del modo siguiente. Podemos hacer la afirmación: El enunciado alemán «Das Gras ist grün» corresponde a los hechos si, y sólo si, la hierba es verde. (o: «...sólo si de hecho la hierba es verde»).
Aunque sea algo trivial, es importante constatar lo siguiente: en nuestra afirmación, las palabras «Das Gras ist grün», entrecomilladas, funcionan como un nombre metalingüístico (es decir, castellano) del enunciado alemán; por otro lado, las palabras castellanas «la hierba es verde» aparecen en nuestra anterior afirmación sin ningún tipo de comillas: no funcionan como nombres de un enunciado, sino simplemente como descripción de un hecho (o de un hecho supuesto).
Esto posibilita que nuestra afirmación exprese una relación entre un enunciado (alemán) y un hecho. (El hecho no es ni alemán ni castellano, aunque evidentemente se describe o se habla sobre él en nuestro metalenguaje que es el castellano: el hecho no es lingüístico, sino del mundo real, si bien es obvio que precisamos un lenguaje si queremos hablar sobre él). Lo que dice nuestra afirmación metalingüística es que determinado enunciado (alemán) corresponde a determinado hecho (un hecho no lingüístico, un hecho del mundo real) en condiciones enunciadas con precisión.
Naturalmente, podemos reemplazar el lenguaje objeto alemán por cualquier otro -incluso por el castellano-. Por tanto, podemos hacer la afirmación metalingüística:
El enunciado castellano «La hierba es verde» corresponde a los hechos si, y sólo si, la hierba es verde.
Esto parece aún más trivial, pero difícilmente se puede negar, como tampoco se puede negar que expresa en qué condiciones un enunciado corresponde a los hechos.
Hablando en general, sea «E» el nombre (metalingüístico) de un enunciado del lenguaje objeto y sea «h» la abreviatura de una expresión del metalenguaje que describa el hecho (supuesto) H que describe E. Entonces podemos hacer la siguiente afirmación metalingüística: Un enunciado E del lenguaje objeto corresponde a los hechos si, y sólo si, h, (O... si de hecho h).
Nótese que mientras que aquí «E» es el nombre metalingüístico de un enunciado, «h» no es un nombre, sino una abreviatura de una expresión del metalenguaje que describe un hecho determinado (el hecho que podemos denominar «H»).
Podemos decir ahora que lo que hizo Tarski fue descubrir que para hablar sobre la correspondencia entre un enunciado E y un hecho H precisamos un lenguaje (un metalenguaje) en el que podamos hablar sobre el enunciado E y enunciar el hecho H. (Hablamos sobre el primero utilizando el nombre «E» y sobre el segundo, mediante la expresión metalingüística «h» que enuncia o describe H.)
La importancia de este descubrimiento estriba en disipar toda duda acerca de la significatividad de hablar sobre la correspondencia de un enunciado con un hecho o hechos.
Una vez hecho esto, podemos sustituir, naturalmente, las palabras «corresponde a los hechos» por las palabras «es verdadero».
Aparte de esto, Tarski introdujo un método para definir la verdad (en el sentido de la teoría de la correspondencia) en cualquier sistema formalizado consistente. Pero no creo que sea éste el logro fundamental. Su mayor éxito es haber rehabilitado la posibilidad de hablar acerca de la correspondencia (y de la verdad). Dicho sea de paso, mostró bajo qué circunstancias puede desembocar en paradoja esa forma de hablar y de qué modo podemos evitarlas; también mostró de qué manera podemos evitar las paradojas y cómo las evitamos de hecho, cuando hablamos en el lenguaje ordinario acerca de la verdad.
Conocimiento objetivo, Tecnos, Madrid 1974, p. 284-286. |