Platón: dificultades de la teoría de las ideas

Extractos de obras

--Parménides se expresó en estos términos: Eres digno de elogio, Sócrates, por tu entusiasmo por las investigaciones filosóficas. Pero, dime, ¿distingues efectivamente, como dices, por una parte las ideas en sí, y por otra parte lo que participa de ellas? Y ¿crees que existe una semejanza en sí, aparte de la semejanza que poseemos; y lo mismo la unidad, la multiplicidad y todo lo que acabas de oír expresar a Zenón?

--Sí, respondió Sócrates.

--Tal vez, continuó Parménides, ¿hay alguna idea en sí de lo justo, de lo bello, del bien y de todas las cosas de esta clase?

--Con seguridad, respondió Sócrates.

--¿Y habría también una idea del hombre separada de nosotros y de todos en cuanto existentes concretos, una idea en sí del hombre, del fuego o del agua?

--Ésta es, Parménides, una cuestión que a menudo me ha preocupado; no sabía si había que decir lo mismo de estas cosas que de las otras.

--Y ¿estás en la misma duda, Sócrates, respecto de éstas que podrían parecerte ridículas, como pelo, fango, basura, en fin, todo lo más abyecto y vil que quieras? ¿Crees que hay que admitir o que no hay que admitir para cada una de estas cosas unas ideas separadas de lo que tocamos con nuestras manos?

--De ningún modo, respondió Sócrates. Estos objetos no son nada más que lo que vemos; suponerles una idea sería, me temo, una cosa demasiado extraña. Sin embargo, a veces me acude a la mente el que toda cosa podría muy bien tener igualmente su idea. Pero cuando me asalta este pensamiento me apresuro a huir de él, por miedo de ir a caer en un abismo sin fondo. Me refugio pues junto a estas otras cosas cuyas ideas hemos reconocido que existen, y me entrego enteramente a su estudio.

--Esto es porque aún eres joven, Sócrates, replicó Parménides. La filosofía aún no se ha adueñado de ti como lo hará, si no me equivoco, cuando no desdeñarás ninguna de estas cosas. Actualmente, a causa de tu edad, te preocupas de la opinión de los hombres. Pero, dime, ¿crees que hay unas ideas de las que obtienen su denominación las cosas que participan de ellas. como por ejemplo, lo que participa de la semejanza es semejante; lo que participa de la grandeza, grande; y lo que participa de la belleza y la justicia, justo y bello?

--Sí, dijo Sócrates.

--Y todo lo que participa de una idea, ¿participa de la idea entera, o solamente de una parte de la idea? ¿O bien habrá otro modo de participación, aparte de estos dos?

--¿Cómo sería posible? respondió Sócrates.

--Pues bien, ¿crees que la idea está toda entera en cada uno de los objetos que de ella participan, aún siendo una? ¿O cuál es tu opinión?

--¿Y por qué la idea no había de ser una? replicó Sócrates.

--Así ¿la idea una e idéntica estaría a la vez entera en muchas cosas separadas las unas de las otras, y por consiguiente, estaría separada de sí misma?

--De ningún modo, replicó Sócrates. Igual que el día, aún siendo un solo y mismo día, está al mismo tiempo en muchos lugares sin estar por ello separado de sí mismo, así también cada una de las ideas estará en muchas cosas a la vez sin dejar de ser una sola y misma idea.

--Es ésta, Sócrates, una manera muy ingeniosa de hacer que la misma cosa esté en muchos lugares a la vez. Es como si dijeses que un manto, con el que se cubriese a la vez a muchos hombres, está entero sobre muchos. ¿No es más o menos lo que quieres decir?

--Tal vez.

--¿El manto estaría entero encima de cada uno, o bien sólo una parte de él?

--Una parte.

--Por consiguiente, Sócrates, las ideas están divididas, y los objetos que participan de las ideas sólo participan de una parte de cada una; cada una pues no está entera en cada objeto, sino solo una parte de ella.

--Esto parece claro.

--Así pues, ¿querrás decir, Sócrates, que la idea que es una, se divide realmente y que no es por ello menos una?

--De ningún modo.

--Piensa pues. Si divides la grandeza en sí, y si cada una de las cosas que son grandes, es grande por una parte de la grandeza más pequeña que la grandeza en sí, ¿no será esto un absurdo manifiesto?

--Sin duda.

--Y entonces, un objeto que sólo participase de una pequeña parte de la igualdad, ¿podría por esta partecita, menor que la igualdad en sí, ser igual a otra cosa?

--Esto es imposible.

--[...]

--Pero, por último, Sócrates, ¿de qué, modo quieres que las cosas participen de las ideas, si no pueden participar ni de su parte ni de su totalidad?

--Por Zeus, respondió Sócrates, esta cuestión no me parece fácil de resolver.

--¿Qué pensarás ahora de esto?

--¿De qué?

--Si no me equivoco, toda idea te parece una por la siguiente razón: cuando muchos objetos te parecen grandes, si los miras todos a la vez, te parece que hay en todos un solo y mismo carácter, de donde concluyes que la grandeza es una.

--Es cierto, dijo Sócrates.

--Pero si tú encierras a la vez en tu pensamiento la grandeza en si y los objetos grandes, ¿no ves aparecer aún otra grandeza con un solo y mismo carácter que hace que todas estas cosas parezcan grandes?

--Así parece.

--Así pues, por encima de la grandeza en si y de los objetos que participan de ella, surge aún otra idea por la que todo esto es grande; y ya no tendrás en cada idea una unidad, sino una multiplicidad infinita.

--Pero, Parménides, replicó Sócrates, tal vez cada una de estas ideas no es más que un pensamiento que no puede existir en otro lugar que en el alma. En este caso, cada idea sería una y no habría las dificultades de las que estábamos hablando.

--¿Cómo? ¿Cada pensamiento sería uno sin ser el pensamiento de nada?

--Esto es imposible.

--¿Sería pues el pensamiento de algo?

--Sí.

--¿De algo que es, o que no es?

--Que es.

--¿Y este pensamiento no es el de una cierta cosa una, concebida como la forma única de una multitud de cosas?

--Sí.

--Pero, lo que es así pensado como uno, ¿no será precisamente la idea siempre una e idéntica a sí misma en todas las cosas?

--Parece evidente.

--Así pues, dijo Parménides, si, como pretendes, las cosas en general participan de las ideas, ¿no es necesario admitir o que todo está hecho de pensamientos y que todo piensa, o bien que todo, aunque es pensado, no piensa?

--Pero esto no tiene sentido, Parménides. Según mi parecer, es más bien del modo siguiente. Las ideas están en la realidad como unos modelos; los demás objetos son semejantes a ellas y son sus copias, y la participación de las cosas en las ideas no es otra cosa que la semejanza.

--Así pues, replicó Parménides, cuando una cosa se asemeja a la idea, ¿es posible que esta idea no sea semejante a su copia en la medida misma en que ésta se le parece? ¿0 hay algún medio de hacer que lo semejante no sea semejante a lo semejante?

--No lo hay.

--¿No es de toda necesidad que lo semejante participe de la misma idea de su semejante?

--Sí, es necesario.

--Y aquello por cuya participación los semejantes se hacen semejantes ¿no es la idea?

--Sin duda.

--Por tantoes imposible que una cosa sea semejante a la idea, y que la idea sea semejante a otra cosa. Si no es así, por encima de la idea surgirá otra idea, y si ésta a su vez se asemeja a algo, surgirá otra idea aún; y siempre nacerá una nueva idea, si la idea se hace semejante a lo que participa de ella.

--Lo que dices es muy cierto.

--Así pues no es por la semejanza que las cosas participan de las ideas, hay que buscar otro modo de participación.

--Así parece.

--Ya ves, pues, Sócrates. con qué dificultades se tropieza cuando se afirma que hay unas ideas existentes en sí aparte de las cosas.

--Ya lo veo.

--Y sin embargo, piensa que aún no has rozado, por así decirlo, la gran dificultad que surge si sostienes que para cada cosa hay una idea aparte.

--¿Y cómo es?, replicó Sócrates.

--Entre muchas otras dificultades, la mayor es ésta: Si alguien dijese que las ideas, tales como deben ser según nuestra manera de pensar, no pueden ser conocidas, no podría probársele que se equivoca, a menos que no tuviese mucha experiencia en esta clase de discusiones y además estuviese mal dotado por la naturaleza. De otro modo, no se podría refutar al que negase que las ideas pueden ser conocidas.

--¿Y por qué, Parménides? preguntó Sócrates.

--Porque tú y todos los que atribuyen a cada cosa particular una esencia existente en sí, convendréis ante todo, si no me equivoco, que ninguna de estas esencias está en nosotros.

--En efecto, respondió Sócrates, ¿cómo podría entonces existir en si?

--Dices bien. Así pues, aquellas ideas que son lo que son por sus relaciones recíprocas poseen su esencia de sus relaciones las unas con las otras, y no de sus relaciones con las copias que se hallan ante nosotros. Y a su vez las copias que tienen los mismos nombres que las ideas existen por sus relaciones entre ellas, y no con las ideas que tienen estos nombres.

--¿Qué quieres decir? preguntó Sócrates.

--Suponiendo que uno de nosotros sea el dueño o el esclavo de otro, no será el esclavo del dueño en sí, ni el dueño del esclavo en sí; como es hombre, será el dueño o el esclavo de un hombre. Igualmente la dominación en sí es dominación en relación con la esclavitud en sí, y la esclavitud en sí en relación a la dominación en si. Lo que está entre nosotros no se refiere a las ideas, ni las ideas a nosotros; pero, lo repito, las ideas se refieren las unas a las otras, y las cosas de nuestro mundo igualmente las unas a las otras. ¿Comprendes lo que digo?

--Perfectamente, respondió Sócrates.

--¿La ciencia en sí es pues la ciencia de la verdad en sí?

--Así es.

--¿Cada ciencia en sí será pues también la ciencia de un ser en sí?

--Sin duda.

--¿Y la ciencia que hay entre nosotros no será la ciencia de la verdad que hay entre nosotros? Y por consiguiente, cada una de las ciencias que hay entre nosotros ¿no será la ciencia de una de las cosas que hay entre nosotros?

--Necesariamente.

--Pero ¿estás de acuerdo en que no poseemos las ideas en sí mismas, y que no pueden estar entre nosotros?

--Sí.

--¿Y no es sólo por la idea de la ciencia que son conocidas las ideas en sí?

--Así es.

--¿Y no poseemos esta idea de la ciencia?

--No.

--Por consiguiente, no conocemos ninguna de las ideas, porque no participamos de la ciencia en sí.

--Parece que no las conocemos.

--Por tanto, es incognoscible para nosotros lo bello en si, el bien en sí, y todas estas cosas que reconocíamos como ideas existentes por sí.

--Me das miedo.

--Pues ahora viene algo más grave aún.

--¿Qué es?

--¿Me concederás que. si hay una ciencia en sí, debe ser mucho más exacta y más perfecta que la ciencia que hay en nosotros, e igualmente en lo que se refiere a la belleza y todo lo demás?

--Sí.

--Y atribuirías la ciencia perfecta a Dios, más que a cualquier otro, suponiendo que otros participasen de la ciencia en sí?

--Necesariamente.

--Y Dios, poseyendo la ciencia en sí, ¿podrá conocer lo que hay entre nosotros?

--¿Por qué no?

--Porque hemos reconocido, Sócrates, replicó Parménides, que las ideas no se refieren a las cosas de nuestro mundo, ni las cosas de nuestro mundo a las ideas. sino las unas y las otras entre sí.

--En efecto. Io hemos reconocido.

--Así pues, si la dominación y la ciencia perfectas pertenecen a Dios, su dominación no se ejercerá nunca sobre nosotros y su ciencia no nos conocerá jamás, ni conocerá nada de todo lo que hay entre nosotros. Pero igual que el dominio que tenemos sobre nosotros no nos da ningún dominio sobre los dioses, y que nuestra ciencia no conoce nada de las cosas divinas, del mismo modo y por la misma razón no pueden, aunque sean dioses, ni ser nuestros dueños ni conocer las cosas humanas.

--Pero, dijo Sócrates. ¿no es muy raro privar a Dios del conocimiento?

--Sin embargo, Sócrates, contestó Parménides, esto debe ocurrir necesariamente si las ideas de los seres subsisten en sí mismas y si se intenta determinar la naturaleza de cada una de ellas. De suerte que el que oiga sostener esta doctrina podrá afirmar o que no hay tales ideas, o que, si existen, no pueden ser conocidas por la naturaleza humana. Y será esta una dificultad muy seria, y, como decíamos hace poco, será muy difícil convencer de que se equivoca al que haya hecho esta afirmación. Se necesitaría un hombre excepcionalmente bien dotado para comprender que para cada cosa existe un género y una esencia en sí y por sí. Y se necesitaría un hombre aún más admirable para descubrir todo esto y enseñárselo a otro con las explicaciones convenientes.

--Convengo contigo, Parménides, dijo Sócrates. Soy de tu parecer.

--Sin embargo, dijo Parménides, si considerando todo lo que acabamos de decir y todo lo que aún podría decirse, negásemos la existencia a estas ideas de los seres, y no afirmásemos que para cada realidad hay una idea, no sabríamos ya a dónde dirigir el pensamiento, porque ya no tendríamos para cada ser una idea subsistente siempre la misma; sería destruir enteramente la fuerza de la dialéctica. Y me parece que ya te has dado cuenta de esto.

--Es verdad lo que dices, respondió Sócrates.

--¿Qué partido tomarás tú, pues, respecto de la filosofía, y de qué lado te volverás en esta incertidumbre?

--Por ahora no lo veo.

Parménides, 130a-135c. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.48-53).