Nietzsche: la filosofía como calumnia

Extractos de obras

461. Por qué los filósofos son calumniadores. La pérfida y ciega enemistad de los filósofos respecto de los sentidos, ¡cuánto de plebeyo y de bravucón hay en todo este odio!

El pueblo siempre ha considerado un abuso, cuyas consecuencias ha sentido, como un argumento contra aquellos de que se ha abusado: todos los movimientos insurreccionales contra los príncipes, ya sea en el terreno de la política o en el de la economía, argumentan siempre de manera que presentan un abuso como necesario e inherente al principio.

Es ésta una historia lamentable: el hombre busca un principio sobre el cual pueda apoyarse para despreciar al hombre: inventa un mundo para poder calumniar y salir de este mundo: de hecho, extiende siempre la mano hacia la nada y de esta nada saca un Dios, la «verdad», y, en todo caso, un juez y un condenador de este ser...

Si queremos tener una prueba de la manera profunda y fundamental como las necesidades verdaderamente bárbaras del hombre tratan de satisfacerse, aun en su estado domesticado y su «civilización», es preciso buscar los leitmotiv de toda la evolución de la filosofía. De este modo encontraremos una especie de venganza de la realidad, una destrucción socarrona de las evaluaciones en medio de las cuales vive el hombre, un alma insatisfecha que considera el estado de disciplina como una tortura y que experimenta una voluptuosidad en cortar, de un modo enfermizo, todos los lazos que le ataban a él.

La historia de la filosofía es una rabia secreta contra las condiciones de vida, contra los sentimientos de valor de la vida, contra la decisión en favor de la vida. Los filósofos jamás dudaron en afirmar un mundo, a condición de que estuviera en contradicción con este mundo, de que pusiera en sus manos un instrumento que pudiese servir para hablar mal de este mundo. La filosofía fue hasta aquí la gran escuela de la calumnia, y de tal modo se impuso que aún hoy día nuestra ciencia, que se hacía pasar por intérprete de la vida, ha aceptado la posición fundamental de la calumnia y manipula este mundo como si no fuera más que apariencia, este encadenamiento de causas como si no fuera más que fenomenal. ¿CuáI es el odio que entra en juego?

Yo creo que es siempre la «Circe» de los filósofos, la moral que les juega la mala partida de forzarles a ser, en todo tiempo, calumniadores... Creían en las «verdades» morales, encontraban allí valores superiores: ¿qué les quedaba por hacer sino decir non a la existencia a medida que la comprendían mejor?... Pues esta existencia es inmoral... Y esta vida reposa en hipótesis inmorales: y toda moral niega la vida.

Suprimamos el mundo verdadero: para hacer esto, tenemos que suprimir los valores superiores que tiene en curso hasta aquí la moral... Basta demostrar que la moral ella también es inmoral, en el sentido en que la inmoralidad ha sido condenada hasta aquí. Cuando hayamos roto de esta manera la tiranía de los valores que han tenido curso hasta aquí, cuando hayamos suprimido el mundo-verdad, un nuevo orden de valores aparecerá naturalmente.

El mundo-apariencia y el mundo-mentira: he ahí la contradicción. Este último fue llamado hasta ahora mundo-verdad, «verdad absoluta», «Dios». Éste es el que hemos suprimido.

Lógica de mi concepción:

1) La moral como valor superior (dueña de todas las fases de la filosofía, hasta del escepticismo). Resultado: este mundo no vale nada, no es el «mundo-verdad».

2) ¿Qué es lo que determina el valor superior? ¿Qué es exactamente la moral? El instinto de decadencia; para los agotados y los desheredados, es una manera de vengarse. Prueba histórica: los filósofos son siempre decadentes... al servicio de la religión nihilista.

3) El instinto de decadencia que se presenta como voluntad de poderío. Prueba: la inmoralidad absoluta de los medios en toda la historia de la moral.

No hemos reconocido en toda la corriente más que un caso de la voluntad de poderío: la moral misma es un caso especial de inmoralidad.

Innovaciones fundamentales

462. En lugar de valores morales, valores meramente naturalistas. Naturalización de la moral.

En lugar de «sociología», una doctrina de los modelos de señorío.

En lugar de «sociedad», el progreso de la cultura como mi interés preferido (primero en su conjunto, pero luego, preferentemente, en sus partes).

En lugar de la «teoría del conocimiento», una doctrina de perspectiva de los efectos (a la cual corresponde una jerarquía de los afectos: los afectos transfigurados: su superior ordenación, su «espiritualidad»).

En lugar de la metafísica y de la religión, la doctrina del eterno retorno (ésta como medio de disciplina y selección).

463. Mis precursores: Schopenhauer: en qué medida he profundizado el pesimismo y se me ha impuesto ante todo por el descubrimiento de sus más altas contradicciones.

Luego, los artistas ideales, aquellos retoños del movimiento napoleónico.

Luego, los europeos superiores, precursores de la gran política.

Luego, los griegos y su nacimiento.

464. He citado a mis predecesores inconscientes. Pero, ¿dónde iría yo a buscar, con alguna esperanza filosófica de mi estilo, por lo menos filósofos que respondieran a mis exigencias? Solamente allí donde reinase una manera de pensar aristocrática, que considerase la esclavitud y cualquiera otra clase de dependencia como un supuesto de toda alta cultura; donde reinase una manera de pensar creadora que no viese en el mundo un lugar de paz, el «sábado de todos los sábados», sino ahora, y en estado de paz, el medio para la guerra. Una manera de pensar que mirase al futuro y tratase al presente con dureza y tiranía; una manera de pensar sin escrúpulos, inmoral, que quisiese administrar en grande las buenas y malas cualidades del hombre, porque confía en saber emplearlas diestramente. Pero el que busca hoy filósofos de esta clase, ¿qué probabilidades tiene de encontrar lo que busca? ¿No es probable que, agarrado a la linterna de Diógenes, se pasase día y noche buscando inútilmente? Esta época camina en dirección contraria; quiere, además, la comodidad; quiere, ante todo, publicidad y aquel tolle-tolle del mercado que tan de su gusto es; quiere, en tercer lugar,que todos nos posternemos con vil servilismo ante las más burdas patrañas: una de ellas es la «igualdad de los hombres», y honra exclusivamente las virtudes democráticas. Pero estas circunstancias son radicalmente opuestas a la producción del filósofo tal como yo lo entiendo. De hecho todo el mundo se lamenta de la suerte de los filósofos, extrangulados entre autos de fe, malas conciencias y arrogantes doctrinas eclesiásticas. Sin embargo, la verdad es que estas mismas condiciones fueron más favorables para la producción de una espiritualidad poderosa y rica que las de la vida actual. Hoy reina otra clase de espíritu, a saber: el espíritu demagógico, el espíritu de comediante, quizá también el espíritu de las víboras y de las hormigas, propio de los sabios o, por lo menos, favorable a la producción de los sabios. Pero tanto peor para los grandes artistas. ¿No se precipitan todos ellos en la sima por una interior falta de disciplina? Ya no se sienten tiranizados exteriormente por la imposición de un decálogo cortesano o sacerdotal, pero tampoco saben educar a su «tirano interior», a su voluntad. Y lo que decimos de los artistas puede decirse en un sentido superior y más fatal de los filósofos. ¿En dónde encontramos hoy espíritus libres? ¡Mostradme hoy, por ventura, un espíritu libre!

465. Y designo bajo la frase «libertad de espíritu» algo muy concreto: ser superior cien veces a los filósofos, y a otros adeptos de la «verdad», por el rigor contra mí mismo, por pureza y valor, por la voluntad incondicional de decir no, allí donde el no es peligroso; considero a los actuales filósofos como despreciables libertins bajo la capucha de una mujer llamada «verdad».

La voluntad de poder, texto de Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.88-92.