Marx: la pérdida de sentido de la filosofía

Extractos de obras

Esta forma de considerar las cosas no deja de tener sus presupuestos. Parte de bases reales y no las abandona ni un solo momento. Pero son unas bases constituidas por los mismos hombres, no aislados ni estáticos de algún modo imaginario, sino presos dentro de su proceso y afán de desarrollo real en determinadas ocasiones, un desarrollo empíricamente visible. Cuando se examina este proceso de actividad vital, la historia deja de ser un montón de hechos sin vida -caso de los empiristas, aún abstractos -o una actividad ilusoria de sujetos imaginarios- caso de los idealistas.

Donde acaba la especulación y donde se examina la vida real es allí donde empieza la ciencia real, positiva, el análisis de la actividad práctica del proceso de desarrollo práctico de los hombres. Desaparece la fraseología sobre la conciencia y es reemplazada por el conocimiento real. La filosofía como actividad independiente pierde su medio de existencia con el estudio de la realidad; podrá ponerse en lo alto, en lugar de ella, una síntesis, en el mejor de los casos, de los resultados más generales que sea posible abstraer a través de un estudio del desarrollo histórico de los hombres. Aisladas y separadas de la historia real, estas abstracciones no tienen el más pequeño valor. Sólo pueden servir para facilitar la clasificación de materiales históricos, para indicar el orden sucesivo de sus hechos. Pero no nos dan nunca, como pretende la filosofía, una receta o esquema que nos permita distinguir claramente las diferentes épocas históricas. Por el contrario, las dificultades empiezan cuando nos proponemos examinar y ordenar el material -de época pasada o reciente- y representar la realidad. La eliminación de estas dificultades depende de premisas que nos es imposible desarrollar aquí, y que hay que buscarlas en el estudio del proceso de vida real y de la actividad de los individuos de cada época. Vamos a tomar ahora algunas de estas abstracciones y las utilizaremos respecto a la ideología, explicándolas con ejemplos históricos [...].

Con los alemanes privados de todo presupuesto, es preciso afirmar, ante todo, el presupuesto de toda existencia humana, y por lo tanto, de toda la historia: que los hombres han de poder vivir para poder hacer la historia Pero resulta primordial e indispensable para vivir poder beber, comer, alojarse, vestir y aún algunas cosas más. El primer hecho es, pues, la producción de los medios que permiten satisfacer estas necesidades; la producción de la vida material en sí es, verdaderamente, un hecho histórico, una condición fundamental de toda la historia que aún hoy, como hace miles y miles de años, es preciso realizar cada día, cada hora, sólo para mantener a los hombres en vida. Hasta cuando la realidad necesaria es reducida a un bastón, al mínimo estricto como es el caso de san Bruno. implica actividad productora de aquel bastón. Resulta así que la primera exigencia de toda concepción histórica consiste en observar este hecho fundamental y tenerlo en cuenta en toda su importancia y extensión. Es cosa sabida que los alemanes no lo han hecho nunca; se han encontrado, pues, sin ninguna base terrestre para la historia, y nunca han tenido, en consecuencia, ni un solo historiador. Los ingleses y los franceses han visto bajo un ángulo muy estrecho la relación entre este hecho y aquello que llaman historia, sobre todo mientras han estado sometidos por la ideología política; pero han sido los primeros que han intentado dar a la historia una base materialista escribiendo antes que todo las historias de la sociedad burguesa del comercio y de la industria.

El segundo punto consiste en que, una vez satisfecha la primera necesidad, la acción de satisfacerla y el instrumento ya adquirido de esta satisfacción hacen surgir nuevas necesidades, y esta producción de nuevas necesidades es el primer hecho histórico. Es aquí donde se puede ver en seguida de qué clase de madera está hecha la gran sabiduría histórica de los alemanes: allí donde se encuentran escasos de material positivo y no disponen de estupideces teológicas, ni políticas o literarias para discutir, nuestros alemanes no ven ya historia, sino «época prehistórica»; no nos explican por otra parte qué clase de paso hay desde este absurdo de la «prehistoria» a la historia propiamente dicha, aunque, de todos modos, su especulación histórica se lanza preferentemente sobre esta «prehistoria» porque se cree libre de los embates del «hecho brutal», y también porque en ella puede dejar libre su instinto especulativo, montando y deshaciendo las hipótesis a millares.

El tercer hecho, que entra ya aquí de lleno en el desarrollo histórico, consiste en que los hombres, puestos decididamente a renovar cada día la propia vida, empiezan a crear otros hombres, a reproducirse: es la relación entre hombre y mujer, entre padres e hijos, es la familia. Esta familia, que es al principio la única relación social, se hace más tarde una relación subalterna (fuera de Alemania), cuando el incremento de las necesidades engendra nuevas relaciones sociales y el aumento de la población crea nuevas necesidades; el tema de la familia ha de ser tratado y desarrollado, por tanto, de acuerdo con los hechos empíricos existentes y no según el «concepto de familia», como hay costumbre de hacer en Alemania. No es preciso comprender, por otra parte, estos tres aspectos de la actividad social como tres estadios diferentes, sino simplemente como tres aspectos o, como tres «momentos» que han coexistido desde el comienzo de la historia y de los primeros hombres y que se manifiestan todavía en la historia actual.

Producir la vida, tanto la propia con el trabajo como la de los otros con la procreación, nos aparece así desde ahora como una doble relación: natural por una parte y social por otra (social en el sentido de acción conjugada de diversos individuos, no importa en qué condiciones, de qué manera y con qué finalidad). La consecuencia es un modo de producción o un estadio industrial determinados que van siempre ligados a una forma de cooperación o a un estadio social determinado, y este tipo de cooperación es él mismo una «fuerza productiva». Otra consecuencia es la masa de las fuerzas productivas de que dispone el hombre, la cual determina el estado social y, por lo tanto, es preciso estudiar y elaborar la «historia humana» en relación con la historia de la industria y del intercambio. Pero resulta también bien claro que es imposible escribir una historia así en Alemania, ya que a los alemanes les falta para poder hacerla, aparte de la facultad de concebirla y los materiales necesarios, también la «certeza sensible», y que no se pueda experimentar sobre las cosas del otro lado del Rin porque no hay transcurso histórico. Es manifiesta, pues, de entrada, una interdependencia materialista de los hombres, condicionada por las necesidades y la forma de producción, tan vieja como los mismos hombres; una interdependencia que adopta continuamente nuevas formas y presenta con todo una «historia», sin que en cambio exista aún cualquiera absurdidad política o religiosa que agrupe a los hombres.

La ideología alemana, en F. Canals, Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.14-17.