Marx: la ideología neohegeliana

Extractos de obras
la ideología neogeheliana

Hasta sus últimos esfuerzos, la crítica alemana no ha abandonado el terreno de la filosofía. Lejos de dedicarse a examinar las bases generales de la filosofía, se ha limitado exclusivamente a plantearse preguntas derivadas todas ellas de un sistema filosófico determinado, el sistema hegeliano. Y no es solamente en las respuestas, sino en las propias preguntas, donde hay mixtificación. Esta dependencia de Hegel es el motivo por el cual no encontraremos ni uno solo de estos críticos haciendo algún intento de crítica de conjunto del sistema hegeliano, por más que todos y cada uno de ellos juren con insistencia haber sobrepasado a Hegel. La polémica que se llevan entre ellos y contra Hegel se limita a aislar individualmente un determinado aspecto del sistema hegeliano y utilizarlo para combatir el sistema entero, y también unos aspectos aislados por otros. Se empieza escogiendo categorías hegelianas puras, inconfundibles, tales como la sustancia, la conciencia de sí; más tarde se profanan estas categorías con términos más temporales, como el «género», el único, el hombre, etc.

Toda la crítica filosófica alemana, de Straus a Stirner, se limita a la crítica de las representaciones religiosas. Se parte, en verdad, de la religión y de la teología propiamente dicha. Aquello que era identificado por conciencia religiosa, por representación religiosa, recibió muy pronto diferentes determinaciones. Consistió el progreso en subordinar también el círculo de las representaciones religiosas o teológicas a las representaciones metafísicas, políticas, jurídicas, morales y otras que se pretendía predominantes; se proclamó también que la conciencia política, jurídica y moral es una conciencia religiosa o teológica, y que el hombre político, jurídico y moral, «el hombre» en definitiva, es religioso. Se postuló el dominio de la religión. Y, paso a paso, se declaró que cualquier relación dominante era una relación religiosa, hasta convertirla en culto: culto del derecho, culto del Estado, etc. Se entronizó el dogma y la fe en el dogma. El mundo fue canonizado en medida cada vez más extensa hasta que el venerable san Max pudo canonizarlo en bloque y liquidarlo así de una vez para siempre.

Los viejos hegelianos habían comprendido cualquier cosa desde el momento que la habían podido incluir en una categoría de la lógica hegeliana. Los neohegelianos lo criticaron todo, substituyendo cada cosa por representaciones religiosas o bien proclamándola teológica. Nuevos y viejos hegelianos están de acuerdo en creer, dentro del mundo existente, en el reino de la religión de los conceptos y de lo universal. Toda la diferencia consiste en el hecho de que unos combaten como una usurpación este dominio que los otros celebran como legítimo.

Entre los neohegelianos, las representaciones, las ideas, los conceptos, en una palabra, los productos de la conciencia, que ellos mismos han promovido a la autonomía, pasan por cadenas reales de los hombres, con el mismo título con que son proclamados como vínculos reales de la sociedad humana por los viejos hegelianos. No sería necesario decir, entonces, que los neohegelianos han de luchar únicamente contra estas ilusiones de la conciencia. Como que, en su imaginación, las relaciones humanas y los hechos y las actitudes, las cadenas y los límites sólo son productos de la conciencia, los neohegelianos, lógicos consigo mismos, proponen a los hombres este postulado moral: cambiar la conciencia actual por una conciencia humana, crítica o egoísta y, haciéndolo así, abolir sus límites. Una tal forma de exigir la transformación de la conciencia equivale a interpretar diferentemente aquello que existe, es decir, a aceptarlo por medio de una interpretación modificada. A despecho de sus frases pomposas y que, según ellos pretenden, «conmueven el mundo». Ios ideólogos de la escuela neohegeliana resultan los más firmes conservadores. Los más jóvenes entre ellos han escogido una expresión exacta para calificar su actividad, declarando que luchan únicamente contra una «fraseología». Pero olvidan que, por su parte, no oponen otra cosa que fraseología a fraseología, y que realmente no luchan poco ni mucho contra el mundo que existe, sino que se limitan a combatir su fraseología. Los únicos resultados obtenidos con esta crítica filológica fueron algunos esclarecimientos en historia religiosa, y aun desde un punto de vista bien estrecho sobre el cristianismo; todo el resto de sus afirmaciones no son más que nuevas maneras de adornar sus pretensiones de habernos proveído de unos descubrimientos de proporción histórica mediante estas aclaraciones insignificantes.

Ninguno, ni uno solo de estos filósofos tuvo la idea de preguntarse cuál era el vínculo entre la filosofía alemana y la realidad alemana, el lazo entre su crítica y su propio medio material.

La ideología alemana, en F. Canals, Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.9-11.