Kierkegaard: el yo fantástico: carencia de finitud

Extractos de obras

Libro tercero. Capítulo I. La desesperación considerada no precisamente en cuanto se reflexiona sobre el hecho de si es o no consciente, sino sólo reflexionando sobre los momentos que constituyen la síntesis.

I. La desesperación vista bajo la doble categoría de finitud-infinitud

El yo es la síntesis consciente de infinitud y finitud, que se relaciona consigo misma, y cuya tarea consiste en llegar a ser sí misma, cosa que sólo puede verificarse relacionándose uno con Dios. Ahora bien, llegar a ser sí mismo significa que uno se hace concreto. Pero hacerse concreto no significa que uno llegue a ser finito o infinito, ya que lo que ha de hacerse concreto es ciertamente una síntesis. La evolución, pues, consistirá en que uno vaya sin cesar liberándose de sí mismo en el hacerse infinito del yo, sin que por otra parte deje de retornar incesantemente a sí mismo en el hacerse finito de aquél. Por el contrario, si el yo no llega a ser sí mismo, entonces lo tenemos desesperado, sépalo o no lo sepa. En definitiva, un yo siempre está en devenir en todos y cada uno de los momentos de su existencia, puesto que el yo en potencia realmente no existe, sino que es algo que meramente tiene que hacerse. Por lo tanto el yo no es sí mismo mientras no se haga a sí mismo, y el no ser sí mismo es cabalmente la desesperación.

1. La desesperación de la infinitud equivale a falta de finitud

La razón última de este fenómeno radica en la dialéctica de que el yo sea una síntesis, por lo cual una cosa nunca deja de ser su contraria. A esto se debe el que ninguna forma de desesperación pueda ser definida directamente-es decir, de un modo no dialéctico-, sino sólo reflexionando sobre su contraria. Desde luego, se puede describir directamente la situación del desesperado dentro de la desesperación, y esto es lo que hace el poeta recurriendo a la réplica, en cambio para definir la desesperación siempre es necesario el recurso a lo opuesto de la misma. Aquella réplica no podría ser poéticamente valiosa si no reflejara en el colorido de su expresión el contraste dialéctico.

Por eso toda existencia humana, tanto la que se cree ya infinita como la que meramente lo pretenda, no es otra cosa que desesperación; sí, todos y cada uno de los momentos en que una existencia humana se ha hecho infinita, o meramente lo pretenda, son una desesperación. Ya que el yo es la síntesis en que lo finito es lo que limita y lo infinito es lo que ensancha. De ahí que la desesperación peculiar de la infinitud sea lo fantástico, lo ilimitado; pues solamente se da un caso en que el yo esté incontaminado y libre de la desesperación, a saber: cuando, precisamente por haber desesperado, se fundamenta transparentemente en Dios.

Es cierto que lo fantástico dice primeramente relación con la fantasía; pero la fantasía se relaciona a su vez con el sentimiento, el conocimiento y la voluntad, de suerte que un hombre puede tener un sentimiento, un conocimiento y una voluntad fantásticos. La fantasía es, en general, el medio de la «infinitización»; aquella que no es una facultad como las demás facultades, sino que es-si se quiere expresar así-la facultad de instar omnium. En definitiva, los sentimientos, los conocimientos y la voluntad que haya en un hombre dependen de la fantasía que tenga, es decir, de cómo todas aquellas cosas se proyectan reflexivamente en la fantasía La imaginación equivale a la reflexión infinitizadora, por lo que el viejo Fichte tenía mucha razón al suponer que la fantasía, incluso respecto del conocimiento, es el origen de las categorías. El yo es reflexión, y la fantasía es reflexión, es reproducción del yo, lo que representa la posibilidad del yo. La fantasía es la posibilidad de toda reflexión; y la intensidad de este medio es la posibilidad de la misma intensidad del yo.

Lo fantástico es, en general, aquello que transporta al hombre de tal manera hacia lo infinito que no hace sino descaminarle todo lo que puede lejos de sí mismo, manteniéndole apartado en la imposibilidad de retornar a sí mismo.

De este modo, una vez que el sentimiento se torna imaginario, el yo se va evaporando poco a poco, hasta no ser al final más que una especie de sensibilidad impersonal, la cual inhumanamente no pertenece ya a ningún hombre, sino que inhumanamente, y como quien dice de un modo sentimental, participa en el destino de una u otra abstracción, por ejemplo, la humanidad in abstracto. De la misma manera que el reumático no esdueño de sus sensaciones, sino que éstas están a merced de los vientos y del clima, de suerte que aquél no puede por menos de notar inmediatamente cuando va a haber un cambio de tiempo..., así también le acontece al hombre a quien el sentimiento se le ha vuelto fantástico- que en cierto modo se torna infinito, pero no de forma que se vaya haciendo más y más sí mismo, sino no dejando de perderse constantemente.

Lo mismo pasa con el conocimiento cuando éste se torna fantástico. La ley del progreso del yo en referencia al conocimiento. en cuanto ha de ser verdad que el yo se haga a sí mismo. no es otra cosa que la de que el grado ascendente del conocimiento corresponda al grado del conocimiento de sí mismo, es decir, que el yo, cuanto más conoce, más se conozca a sí mismo. De lo contrario, el conocimiento se convertirá, en la medida de su ascensión, en una forma de conocimiento inhumano, en cuya consecución se destruirá el yo del hombre, algo así como sucedió con la edificación de las pirámides que costaron tantas vidas humanas, o lo que sucede en esa música de coros rusos en que los hombres se destrozan la voz con el fin de dar, poco más o menos, una sola nota.

Igualmente, cuando la voluntad se torna fantástica, el yo no hace sino evaporarse más y más. En este caso la voluntad no será en el mismo grado concreta, de suerte que cuanto más infinita se haga en los propósitos y resoluciones, tanto más presente sea a sí misma y actualmente disponible para todas las pequeñas tareas que han de realizarse en seguida. De este segundo modo la voluntad, haciéndose infinita, retorna con la mayor exactitud a sí misma, de suerte que cuando más lejos estaba de sí misma -ya que había alcanzado la máxima infinitud con sus propósitos y resoluciones- tanto más cerca que nunca se encuentra de sí misma en la disponibilidad de llevar a cabo todas las pequeñas tareas finitas que pueden realizarse todavía hoy, en esta misma hora y en este mismo instante.

Y cuando el sentimiento, el conocimiento o la voluntad se han vuelto fantásticos, entonces el yo entero corre el peligro de tornarse también imaginario; ya sea de una forma más bien activa, arrojándose el hombre mismo en el mundo de la fantasía, ya sea de una forma preponderantemente pasiva, como si lo hubieran transportado allá, pero en ambos casos sin dejar de ser responsable. En definitiva, el yo lleva así una existencia fantástica dentro de una infinitización abstracta, o en medio de un abstracto aislamiento, siempre faltándole su mismidad, de la cual no hace sino alejarse más y más. Aclaremos este fenómeno con un ejemplo tomado de la esfera religiosa. La relación con Dios representa una infinitización; pero esta infinitización puede transportar fantásticamente a un hombre de tal manera que sólo se convierta en una borrachera. A un hombre le puede parecer insoportable la idea de tener que existir delante de Dios, ya que en esa situación el hombre no podría retornar a sí mismo y hacerse a sí mismo. Semejante sujeto, fantásticamente religioso, diría -para personificarle con sus propias palabras-: «Se comprende que pueda vivir un gorrión, puesto que éste no barrunta que existe delante de Dios. Pero ¡saber que se existe delante de Dios, y no volverse loco en el mismo momento o no convertirse en nada!»

Mas porque un hombre esté así en la proa de lo imaginario y, consiguientemente, sea un desesperado, sin embargo, aunque la mayoría de las veces aquello quede al descubierto, no queremos decir con ello que nuestro buen hombre no pueda seguir viviendo como si tal cosa, y ser un hombre según parece, ocupándose de lo temporal, contrayendo matrimonio, multiplicándose en la prole y siendo honrado y bien visto de todos, sin que nadie quizá llegue a notar para nada que a nuestro buen hombre le falta un yo en el sentido más profundo de la palabra. Claro que en el mundo no se hace mucho hincapié en estas cosas; y un yo es precisamente la cosa por la que menos se pregunta en el mundo, al mismo tiempo que nada hay más peligroso que el hecho de dar a notar que se tiene. Por cierto que el mayor de todos los peligros, el de la pérdida del yo, puede pasar en el mundo completamente desapercibido, como si fuera una nadería. Ninguna pérdida puede acontecer tan sin ruidos y ningún lamento; toda pérdida, por ejemplo: un brazo, una pierna, cinco duros, una esposa..., ¡ah, eso sí que se nota bastante!

La enfermedad mortal, o la desesperación y el pecado, R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.50-54.