+++ Johann G. Herder: Kant
He tenido la dicha de conocer a un filósofo, que fue mi maestro. Este hombre tenía en sus años más florecientes toda la ágil alegría de un muchacho, la cual, según creo, sigue acompañándole hasta en los años de la ancianidad. Su frente, hecha para pensar, era la sede de un gozo y una alegría indestructibles, los discursos más pletóricos fluían de sus labios, la broma, el humorismo y el ingenio estaban en todo momento a su disposición, y sus lecciones, además de enseñar, cautivaban y entretenían. Con el mismo espíritu con que examinaba las doctrinas de Leibniz, Wolff, Baumgarten y Hume y las leyes naturales de Kepler, Newton y los físicos, analizaba los escritos de Rousseau publicados por aquel entonces, su Emilio y su Eloísa, al igual que cualquier descubrimiento natural de que pudiera tener noticia, para retornar siempre, una y otra vez, al libre conocimiento de la naturaleza y al valor moral del hombre. La historia del hombre, de los pueblos y de la naturaleza, la ciencia natural, la matemática, la experiencia: tales eran las fuentes con que este filósofo animaba sus lecciones y su trato: nada digno de ser conocido era indiferente para él; ninguna cábala, ninguna secta, ninguna ventaja personal, ninguna veleidad de fama ejerció jamás sobre él algún encanto comparable al del deseo de extender e iluminar la verdad. Animaba a sus discípulos y los coaccionaba gratamente a pensar por cuenta propia; el despotismo repugnaba a su modo de ser. Este hombre, cuyo nombre menciono con el mayor respeto y con la más grande gratitud, es Immanuel Kant; su imagen se alza agradablemente ante mí.
Citado por E. Cassirer, Kant, vida y doctrina, FCE, México 1974, p. 105-106. |