Eugenio Trías: los límites del mundo somos nosotros

Extractos de obras

A partir de la recreación que estoy propiciando del espíritu que atraviesa la filosofía crítica de Kant puede aventurarse una determinada idea acerca de la razón, del logos. El poder de éste se halla delimitado, acotado, en lo que se refiere a sus pretensiones de conocimiento. Pero del límite mismo del cerco brotan, como suplementos lingüísticos en forma de signos de interrogación, eso que Kant, sabiamente, llama ideas de la razón, es decir, ideas–problema que dibujan áreas en donde el decir se empina por sobre sus limitadas fuerzas, preguntando por el fundamento o falta de fundamento, por la finalidad o falta de finalidad (del mundo externo, interno y del mundo todo) y por el entramado de «ser» y «nada» que infecta a fundamento y fin. Los signos de interrogación cuelgan del límite mismo del mundo y se proyectan, en erección, hacia el corazón del enigma. Al filo del vértigo de la línea misma del cerco cabe aventurar resoluciones lingüísticas a esos interrogantes, las cuales tienen en esa línea de donde brotan (hasta la cual accede el «sujeto» de la exploración, el ego cogito sum) su legitimación metódica y crítica. Pero esas decisiones de sentido no poseen aval gnoseológico mediante el cual puedan dar exposición resuelta -dentro del cerco- a los grandes interrogantes metafísicos. Esas proposiciones poseen, pues, sentido límite: hunden su sustancia noemática en la frágil barra que articula y escinde el sentido del sinsentido. En la medida en que mantienen su autoconsciencia crítica y se saben respuestas problemáticas, poseen estatuto de «opinión recta» o, para decirlo en expresión kantiana, de «creencia racional». No avala el crédito de la respuesta ninguna autoría o voz de allende el límite. No hay «sujeto» del «otro mundo» que pueda testificar sobre la legitimidad de esa palabra límite o que puede instituirla en palabra revelada. Ni puede menos suponerse esa palabra revelada como carne de un sujeto que «se hace hombre y habita entre nosotros». El «sujeto» de esas creencias soy yo mismo (o «aquel que en coda case es mío y es común», para decirlo en la excelente expresión de Heidegger). De mí mismo brota la fuerza expansiva crítica y metódica que me conduce, de forma aventurera y exploratoria, hasta el límite de un mundo que es mi mundo. El solipsismo es inherente a la opción metódico-critica. Su legitimidad, en esta etapa del método, está asegurada. Habrá que ver en qué nivel de la exploración metódica podrá ser sobrepasado. Sólo que se trata de un solipsismo no sistemático y doctrinal sino metódico, provisional. Yo mismo avanzo hasta el límite del mundo y me planto en la frontera del sentido. Allende está lo que me excede, el otro mundo. El cual presiona sobre mí y sobre mi mundo bajo el modo de un suplemento de interrogantes y de decisiones lingüísticas, pronunciadas desde el límite, mediante las cuales se capta, difícilmente, lo que «cerca está», el enigma. Un hiato gnoseológico sobreviene a la exploración que emprendo. Sólo un salto hace posible salvar el bache crítico y proseguir el recorrido experiencial hasta que se libere una nueva senda, una segunda etapa del método. En ese salto se podrá instituir una segunda expansión de la razón, del lógos: la forma lingüística que determine el recorrido empírico de lo ético.

Los signos de interrogación y las decisiones lingüísticas que conceden forma proposicional a lo que trasciende el límite (ideas acerca del mundo como totalidad, del sujeto como libertad, del fundamento último de toda cosa, para decirlo en términos kantianos) constituyen los vestigios visibles que, desde dentro del cerco, pueden alcanzarse de lo que desborda el límite. Son los suplementos lingüísticos que dan forma proposicional a la imposible ciencia límite sobre el límite: meditación que puede, en rigor, ser llamada metafísica. Ésta es, pues, saber y decir referido al límite. Límite que, por su propia naturaleza, define un dentro y un afuera: lo que en este escrito llama cerco y lo extranjero.

La distinción puede determinarse como distancia y mutua referencia de lo que es familiar, cotidiano, entorno intramundano del «sujeto» (es decir, de eso que soy) y de lo que es extraño, inhóspito, inquietante, eso que aparece, en el modo emocional, coloreado con el carácter de lo Unheimliche, lo antagónico al hogar o lo siniestro. El límite es línea y frontera que permite el acceso mutuo entre esos «dos mundos»; y queasimismo sanciona su irremediable distancia. La emoción registra esa dualidad y esa juntura de distintos modos. El más genuino de todos ellos es, a mi modo ver, el vértigo.

[...] Los límites del mundo somos nosotros, con un pie implantado dentro y otro fuera. Somos los límites mismos del mundo. La filosofía, crítica y metódicamente desplegada, permite decir qué es lo que somos. Trazar esos límites desde dentro del mundo constituye la primera etapa y tarea del método filosófico, su momento crítico-epistemológico.

Los límites del mundo, Ariel, Barcelona 1985, p.42-45.