1. Solón, hijo de Execestides, natural de Salamina, quitó a los atenienses el gravamen que llamaban sisactia, que era una especie de redención de personas y bienes. Hacíase comercio de personas, y muchos servían por pobreza. Debíanse siete talentos al patrimonio de Solón; perdonó a los deudores, y movió a los demás con su ejemplo a ejecutar lo mismo. Esta ley se llamó sisactia, la razón de cuyo nombre es evidente. Pasó de allí a establecer otras leyes (cuyo catálogo sería largo de formar), y las publicó escritas en tablas de madera.
2. Célebre fue también otro hecho suyo. Disputábanse con las armas los atenienses y megarenses la isla de Salamina, su patria; hasta que habiéndose ya derramado mucha sangre, comenzó a ser delito capital en Atenas proponer la adquisición de Salamina por medio de las armas. Entonces Solón, fingiéndose loco repentinamente, salió coronado a la plaza, donde leyendo por medio de un pregonero a los atenienses ciertas elegías que había compuesto sobre Salamina los conmovió de modo que renovaron la guerra a los megarenses y los vencieron, por esta sutileza de Solón. Los versos con que principalmente indujo a los atenienses son éstos:
Primero que ateniense ser, quisiera
isleño folegandrio, o sicinita.
Aun por ellas la patria permutara,
puesto que ha de decirse entre los hombres:
«Este es un ateniense de los muchos
que a Salamina abandonada dejan».
Y después:
Vamos a pelear por Salamina,
isla rica y preciosa, vindicando
el gran borrón que nuestro honor padece.
3. Indujo también a los atenienses a que tomasen el Quersoneso Táurico. Para que no pareciese que los atenienses habían tomado a Salamina sólo por la fuerza, y no por derecho, abrió diferentes sepulcros, e hizo ver que los cadáveres estaban sepultados de cara al Oriente, lo cual era rito de los atenienses en enterrar sus muertos. Lo mismo demostró por los edificios sepulcrales, construidos de cara al Oriente, y con los nombres de las familias esculpidos; lo cual era propio de los atenienses. Algunos dicen que al Catálogo de Homero, después del verso
Áyax de Salamina traía doce naves,
añadió el siguiente:
Y las puso donde estaban las falanges
de los atenienses.
4. Desde entonces tuvo en su favor la plebe, y gustosa quisiera fuera su rey; pero él no sólo no adhirió, sino que aun, como diceSosícrates, se opuso vigorosamente a su pariente Pisístrato, cuando supo que procuraba tiranizar la República. Estando congregado el pueblo, salió en público armado con peto y escudo, y manifestó los intentos de Pisístrato. No sólo esto, sino que aun se mostró dispuesto al socorro, diciendo: «Oh atenienses, yo soy entre vosotros más sabio que unos y más valeroso que otros; soy más sabio que los que no advierten lo que fragua Pisístrato, y más valeroso que los que conocen y callan por miedo.» El Senado, que estaba por Pisístrato, decía que Solón estaba loco; pero él respondió:
Dentro de breve tiempo, oh atenienses,
la verdad probará si estoy demente.
Los élegos que pronunció sobre la dominación tiránica que premeditaba Pisístrato, son éstos:
Como las nubes, nieves y granizos
arrojan truenos, rayos y centellas,
así en ciudad de muchos poderosos
caerá el ciego pueblo en servidumbre.
No queriendo, pues, Solón sujetarse a Pisístrato, que finalmente tiranizó la República, dejó las armas delante del Pretorio, diciendo: «¡Oh patria!, te he auxiliado con palabras y con obras.» Navegó a Egipto y Chipre. Estuvo con Creso, y preguntándole éste a quién tenía por feliz, respondió que «a Tello Ateniense, a Cleobis y a Bito», con lo demás que de esto se cuenta. Dicen algunos que habiéndose adornado Creso una vez con toda clase de omatos, y sentándose en su trono, le preguntó si había visto nunca espectáculo más bello, a lo que respondió: «Lo había visto en los gallos, faisanes y pavos, pues éstos resplandecíancon adornos naturales y maravillosa hermosura».
5. De aquí pasó a Cilicia; fundó una ciudad que de su nombre llamó Solos, y la pobló de habitantes atenienses, los cuales, como andando el tiempo perdiesen en parte el idioma patrio, se dijo que solecizaban. De aquí se llamaron éstos solenses, y los de Chipre solios. Sabido que Pisístrato perseveraba en el reinado, escribió a los atenienses en esta forma:
Si oprimidos os veis, echad la culpa
sobre vosotros mismos, no a los dioses.
Dando a algunos poder, dando riquezas,
compráis la servidumbre más odiosa.
De ese varón os embelesa el habla,
y nada reparáis en sus acciones.
Hasta aquí Solón. Luego que Pisístrato supo su fuga, le escribió así:
PISÍSTRATO A SOLÓN
6. «Ni soy el primer ateniense que se alzó con el reino, ni me arrogo cosa que no me pertenezca, siendo descendiente de Cécrop. Tómome lo mismo que los atenienses juraron dar a Codro y sus descendientes, y no se lo dieron. Respecto a lo demás, en nada peco contra los dioses ni contra los hombres, pues gobierno según las leyes que tú mismo diste a los atenienses, observándose mejor así que por democracia. No permito se perjudique a nadie; y aunque rey, no me diferencio de la plebe, excepto la dignidad y honor, contentándome con los mismos estipendios dados a los que reinaron antes. Separa cada ateniense el diezmo de sus bienes, no para mí, sino a fin de que haya fondos para los gastos de los sacrificios públicos, utilidades comunes y guerras que puedan ofrecerse. No me quejo de ti porque anunciaste al pueblo mis designios, puesto que los anunciaste antes por bien de la República que por odio que me tengas, como también porque ignorabas la calidad de mi gobierno, pues a poder saberlo, acaso hubieras adherido a mi hecho, y no te hubieras ido. Vuelve, pues, a tu casa, y créeme aun sin juramento que en Pisístrato nada habrá ingrato para Solón. Sabes que ningún detrimento han padecido por mí ni aun mis enemigos. Si gustas ser uno de mis amigos, serás de los más íntimos, pues no veo en ti ninguna infidelidad ni dolo. Pero si no quieres vivir en Atenas, haz como gustes, con tal que no estés ausente de la patria por causa mía.» Hasta aquí Pisístrato.
7. Dice Solón que «el término de la vida son setenta años». También parecen suyas estas ilustres leyes: «Quien no alimente a sus padres, sea infame, y lo mismo quien consuma su patrimonio en glotonerías. El que viviere ocioso, pueda ser acusado de quien acusarlo quiera.» Licias dice, en la Oración que escribió contra Nicia, que Dracón fue quien dejó escrita dicha ley, y que Solón la promulgó. También, que «quien hubiese padecido el nefas fuese removido del Tribunal».
8. Reformó los honores que se daban a los atletas, y estableció que a quien venciese en los juegos olímpicos se le diesen quinientas dracmas; al que en los ístmicos, ciento; y así en los demás certámenes. Decía que ningún bien se seguía de engrandecer semejantes honores; antes bien, debían darse a los que hubiesen muerto en la guerra, criando e instruyendo sus hijos a expensas del público, pues con este estimulo se portan fuertes y valerosos en los combates; verbigracia, Policelo, Cinegiro, Calmaco y cuantos pelearon en Maratón. Lo propio digo de Harmodio, Aristogitón, Milcíades y otros infinitos. Pero los atletas y gladiadores, además de ser de mucho gasto, aun cuando vencen son pemiciosos, y antes son coronados contra la patria que contra sus antagonistas. Y en la senectud
son ropa vieja, a quien dejó la trama,
como dice Eurípides. Por esta causa moderó Solón sus premios.
9. Fue también autor de aquella ilustre ley de que «el curador no cohabite con la madre de los pupilos», y que «no pueda ser curador aquel a quien pertenezcan los bienes de los pupilos, muertos éstos». También que «los grabadores de sellos en anillos, vendido uno, no retuviesen otro de igual grabado». Que «a quien sacase a un tuerto el ojo que le quedaba, se le sacasen los dos». Igualmente: «No tomes lo que no pusiste; quien hiciere lo contrario, sea reo de muerte.» «El príncipe que fuese hallado embriagado, sea condenado a pena capital».
10. Escribió para que se coordinasen los poemas de Homero, a fin de que sus versos y contexto tuviesen entre sí mayor correlación. Solón, pues, ilustró más a Homero que a Pisístrato, como dice Dieuquidas en el libro V de la Historia Megárica. Los principales versos eran:
A Atenas poseían, etc.
Fue Solón el primero que llamó viejo y nuevo al último día del mes, y el primero que estableció los nueve arcontes para sentenciar las causas, como escribe Apolonio en el libro II De los legisladores. Movida una sedición entre los de la ciudad, campestres y marinos por ninguna de las partes estuvo.
11. Decía que «las palabras son imagen de las obras. Rey, el de mayores fuerzas. Las leyes, como las telarañas; pues éstas enredan lo leve y de poca fuerza, pero lo mayor las rompe y se escapa. Que la palabra debe sellarse con el silencio, y el silencio con el tiempo. Que los que pueden mucho con los tiranos son como las notas numerales que usamos en los cómputos; pues así como cada una de ellas ya vale más, ya menos, igualmente los tiranos exaltan a unos y abaten a otros». Preguntado por qué no había puesto ley contra los parricidas, respondió: «Porque no espero los haya.» ¿De qué forma no harán los hombres injusticias? «Aborreciéndolas los que no las padecen igualmente que los que las padecen.» Que «de las riquezas nace el fastidio, y del fastidio la insolencia». Dispuso que los atenienses contasen los días según el curso de la luna. Prohibió a Tespis la representación y enseñanza de tragedias, como una inútil falsilocuencia. Y cuando Pisístrato se hirió a sí mismo, dijo Solón: «De allí provino esto».
12. Según dice Apolodoro en el libro De las sectas filosóficas, daba a los hombres estos consejos: «Ten por más fiel la probidad que el juramento. Piensa en acciones ilustres. No hagas amigos de presto, ni dejes los que ya hubieres hecho. Manda cuando hubieres ya aprendido a obedecer. No aconsejes lo más agradable, sino lo mejor. Toma por guía la razón. No te familiarices con los malos. Venera a los dioses. Honra a los padres».
14. Floreció principalmente cerca de la Olimpíada XLVI, en cuyo tercer año fue príncipe de los atenienses, como dice Sosícrates, puesto que entonces instituyó las leyes. Murió en Chipre el año ochenta de su edad, dejando a los suyos orden de llevar sus huesos a Salamina, y reducidos a cenizas, esparcirlas por toda la ciudad. [...]
Por suya tiene la sentencia: «nada en exceso».[...]
Vidas de los más ilustres filósofos griegos, Orbis, Barcelona 1985, Vol. I, p.34-40. (Traducción de José Ortiz y Sainz, fines del s. XVIII). |