El problema del determinismo, por supuesto, está vinculado estrechamente en la historia de la filosofía con el problema del libre arbitrio. ¿Puede elegir el hombre entre diversas acciones posibles o la impresión de que tiene libertad para elegir es sólo una ilusión? No haremos aquí un examen detallado de esta cuestión, porque en mi opinión no la afecta ninguno de los conceptos o teorías fundamentales de la ciencia. No comparto la opinión de Reichenbach de que, si la física hubiera conservado la posición clásica del determinismo estricto, no podríamos hablar con sentido de efectuar una elección, expresar una preferencia, tomar una decisión racional, ser responsables de nuestros actos, etc. Creo que todas esas afirmaciones tienen pleno sentido, aun en un mundo que sea determinista en sentido fuerte. La posición que rechazo, la posición sostenida por Reichenbach y otros, puede ser resumida del siguiente modo. Si Laplace tiene razón -esto es, si todo el pasado y el futuro del mundo están determinados para todo corte transversal del mundo- entonces la palabra «elección» no tiene sentido. El libre arbitrio es una ilusión. Creemos que realizamos una elección, que adoptamos una decisión; en realidad, todo suceso está predeterminado por lo que sucedió antes, inclusive antes de nacer nosotros. Para dar sentido al término «elección», pues, es necesario apelar a la indeterminación de la nueva física. Objeto este razonamiento porque creo que contiene una confusión entre la determinación en un sentido teórico, en el cual un suceso está determinado por un suceso anterior de acuerdo con leyes (lo cual no significa más que predictibilidad sobre la base de regularidades observadas) y la compulsión. Olvidemos por un momento que, en la física actual, el determinismo, en el sentido más fuerte, no es válido. Pensemos solamente en la concepción del siglo XIX. La idea de la física más aceptada comúnmente era la enunciada por Laplace. Dado un estado instantáneo del universo, un hombre que poseyera una descripción completa de este estado, junto con todas las leyes (por supuesto, tal hombre no existe, sino que se supone su existencia), entonces podría calcular todo suceso del pasado o del futuro. Aun cuando rigiera esta versión fuerte del determinismo, no se desprende de ella que las leyes compelan a nadie a actuar como lo hace. Predictibilidad y compulsión son dos cosas totalmente diferentes. Para explicar lo anterior, consideremos el caso de un prisionero encerrado en una celda. Quisiera escapar, pero está rodeado de gruesas paredes y la puerta está cerrada con cerrojo. Ésta es una verdadera compulsión. Se la puede llamar una compulsión negativa, porque le impide realizar algo que quiere hacer. Existe también una compulsión positiva. Supongamos que una persona es más fuerte que otra y que ésta tiene una pistola en la mano. Quizás no quiere usarla, pero la primera toma su mano, apunta con la pistola a alguien y presiona sobre el dedo de la segunda hasta que la obliga a apretar el gatillo; la primera persona obliga a la segunda a disparar, a hacer algo que no quiere hacer. La ley reconocerá que el responsable no es la segunda persona sino la primera. Es una compulsión positiva en un estrecho sentido físico. En un sentido más amplio, una persona puede obligar a otra con toda suerte de medios no físicos, por ejemplo, amenazándola con terribles consecuencias. Ahora bien, comparemos la compulsión en sus diversas formas con la determinación en el sentido de la existencia de regularidades en la naturaleza. Se sabe que los seres humanos poseen ciertos rasgos de carácter que dan regularidad a su conducta. Tengo un amigo que es sumamente afecto a ciertas composiciones musicales de Bach que raramente se ejecutan. Me entero de que un grupo de excelentes músicos ofrecerán una audición privada de obras de Bach en la casa de un amigo y que en el programa figuran algunas de esas composiciones. Se me invita y se me dice que puedo llevar a alguien. Llamo a mi amigo, pero ya antes de hacerlo estoy casi seguro que él querrá ir. ¿Cuál es la base sobre la que hago esta predicción? La hago, por supuesto, porque conozco su carácter y ciertas leyes de la psicología. Supongamos que él viene conmigo, como yo había esperado. ¿Se vio obligado a ir? No, fue por su propia voluntad. En realidad, nunca es más libre que cuando hace una elección de esta suerte. Alguien le pregunta: ¿Fue usted compelido a ir a ese concierto? ¿Alguien ejerció sobre usted algún tipo de presión moral, por ejemplo, diciéndole que los músicos se ofenderían si usted no iba? «En modo alguno», responde. «Nadie ejerció la más mínima presión. Me gusta mucho Bach. Tenía muchas ganas de ir. Ésta fue la razón por la cual fui al concierto». La libre elección de este hombre es compatible, sin duda, con la concepción de Laplace.
Fundamentación lógica de la física, Sudamericana, Buenos Aires 1969, p. 289-291. |