Ayer: el problema de las otras mentes

Extractos de obras

Veamos cómo llega a convertirse en problema la cuestión del conocimiento que se pueda tener de las otras mentes. Consideremos las siguientes proposiciones:

(1) Cuando alguien distinto de mí dice que está pensando sobre un problema filosófico, o que tiene dolor de cabeza, o que ha visto un fantasma, lo que está diciendo de sí es lo mismo que yo estaría diciendo de mí si me pusiera a decir que estaba pensando sobre un problema filosófico, o que tenía dolor de cabeza, o que había visto un fantasma.

(2) Cuando yo digo de alguien distinto de mí que está pensando sobre un problema filosófico, o que tiene dolor de cabeza, o que ha visto un fantasma, lo que estoy diciendo de él es lo mismo que lo que estaría diciendo de mí si me pusiera a decir que estaba pensando sobre un problema filosófico, o que tenía dolor de cabeza, o que había visto un fantasma.

(3) Cuando digo que estoy pensando sobre un problema filosófico, o que tengo dolor de cabeza, o que he visto un fantasma, mi proposición no es equivalente a ninguna proposición, ni serie de proposiciones, por muy complicadas que sean, sobre mi conducta pública.

(4) Yo tengo conocimiento directo de mis propias experiencias.

(5) Yo no puedo tener conocimiento directo de las experiencias de ningún otro.

(6) Por consiguiente, el único fundamento que puedo tener para creer que otros hombres tienen experiencias, y que por lo menos algunas de sus experiencias son del mismo carácter que las mías, es que su conducta pública es semejante a la mía. Sé que ciertos rasgos de mi conducta van asociados con ciertas experiencias, y cuando observo que otros se comportan en formas parecidas, me siento con derecho a inferir, por analogía, que ellos están teniendo experiencias parecidas.

Ensayos filosóficos, Planeta-Agostini, Barcelona 1979, p. 176-177.