¿Qué es?
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Es el don de interpretar una situación de felicidad o desgracia desde sus motivos profundos y determinantes que, sin embargo, no están patentes a todos, abriendo así una perspectiva de futuro mediante gestos u oráculos, y todo ello en virtud de una vocación especial. Aunque la profecía puede darse fuera del ámbito de la revelación judeocristiana, es en los correspondientes testimonios del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento en los que dicha profecía alcanza su forma más clara y precisa. En el Antiguo Testamento, el profeta auténtico habla en virtud de una experiencia que le ha puesto en relación directa con la realidad y la presencia de Dios. En el Nuevo Testamento vuelve a cobrar impulso por obra de Juan Bautista y el propio Jesús. Después del periodo histórico del Nuevo Testamento ya no se dio una profecía reconocida públicamente y cuando se afirma la presencia de profetas, la Iglesia protesta. Sin embargo, hasta la edad moderna no se pusieron en tela de juicio ni el hecho de la profecía del Antiguo Testamento ni tampoco su interpretación como una prueba a favor del carácter sobrenatural de la revelación cristiana. El Vaticano II considera que la profecía es un don que corresponde a todos los cristianos: es el don de juzgar de acuerdo con la voluntad salvífica de Dios que se ha revelado definitivamente en la persona de Jesús. Con ello la profecía posibilita la recta decisión, el conocimiento de los signos de los tiempos tanto de cara al individuo como respecto de toda la Iglesia.