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A pesar de que Jesucristo sea mediador único, la mediación de María se asienta en el plano de la vinculación humana de todos en la salvación. En la Iglesia naciente, María aparece como un miembro entre tan otros sin que ejerza una función comparable con la de los apóstoles. Pero el Mediador, al morir, le confía una misión maternal con respecto a los suyos. María está asociada a la intercesión de Jesús pero a título especial: como madre del Hijo y madre de sus discípulos. Fue Tomás de Aquino quien intentó resolver la cuestión de cómo compaginar la mediación de María con la fe en el único mediador Jesucristo: “Llevar a los hombres a la verdadera unión con Dios corresponde ciertamente (sólo) a Cristo… y por ello únicamente Cristo es el mediador perfecto… Nada impide, sin embargo, el que también otros puedan llamarse mediadores entre Dios y los hombres en un sentido restringido, en cuanto que preparan o ayudan a la unión de los hombres con Dios” (S. th. III, 26,1). En este sentido, el Concilio Vaticano II, integrando corrientes teológicas contrapuestas, enseña a ver a María desde el misterio de Cristo y desde el envío y misión de la Iglesia. Por razón de su maternidad divina y de la conjunción tan especial que ésta supone con el mediador, puede hablarse analógicamente de la mediación de María en todos los creyentes, una mediación que tiene su fundamento en Cristo.