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(del griego ἐκπύρωσις , ecpírosis, conflagración o consunción de todas cosas por el fuego)

Según la primitiva cosmología estoica, ocurre al final de cada período cósmico (ver gran año), y marca la catástrofe que cierra el fin de un ciclo y el comienzo de otro en una especie de eterno retorno. Al parecer, esta concepción los estoicos la atribuyeron a Heráclito, para quien el ἀρχή (arkhé) era el fuego. Posteriormente, algunos estoicos (especialmente, Panecio de Rodas) abandonaron esta tesis para adherirse a la concepción de la eternidad del mundo. No obstante, la doctrina de esta conflagración universal, ligada a la concepción de un tiempo cíclico, pasó también a formar parte de muchas sectas gnósticas derivadas del sincretismo greco-iranio-judaico. Ideas semejantes se hallan también en la India y el Irán, y entre los mayas del Yucatán y los aztecas de México.

Esta doctrina, a pesar de afirmar una catástrofe final, mantiene un cierto optimismo, en cuanto que sustenta que tal catástrofe -que es la que dota de sentido al cosmos- no es definitiva pues, al igual que en los mitos lunares, los tres días de tinieblas, que suceden al final del período lunar, son necesarios para el renacimiento de una nueva luna. La gran conflagración anuncia un nuevo comienzo.

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