(del latín bellus, que a su vez procede de benullus, diminutivo de benus =bonus, bonito, amable, delicado) Lo «bello», o la «belleza», ha sido objeto de consideración y tratamiento de la filosofía en general, a lo largo de casi toda su historia, junto con lo «verdadero» y lo «bueno», y más especialmente de aquella parte de la filosofía que, desde el s. XVIII, recibe el nombre específico de estética, o ciencia o teoría de lo bello.
El primero en formular explícitamente la pregunta «¿qué es lo bello?» es Platón, por boca de Sócrates (en Hipias mayor, 287d), el cual, ya en la misma formulación de la pregunta, pone de manifiesto que se refiere sobre todo a la belleza «en sí», a lo bello en sentido ontológico. Dos son, en efecto, las perspectivas básicas desde las que se ha observado lo bello a lo largo de la historia: lo bello ontológico o belleza ontológica y lo bello estético o belleza estética. La belleza ontológica es aquella concepción que, partiendo de Platón, llega hasta la filosofía medieval y se distingue por identificar la belleza con la bondad y, sobre todo, con la verdad y la perfección; en cambio, la belleza estética representa preferentemente una actitud subjetiva de vivencia de lo bello.
En Platón el fundamento de su teoría de lo bello no es otro que la teoría de las ideas. Lo bello en sí es una idea y las cosas bellas una participación de la idea; a través del eros, el hombre llega, desde las cosas bellas, al conocimiento de la verdadera belleza (ver texto ). Si la belleza está en relación con la verdad, el arte lo está con la apariencia: es imitación de apariencias (mímesis) o copia. La distinción platónica, a la vez que relación entre lo bello en sí y las cosas que son bellas por participación, configuró la primera teoría estética que llegó hasta el mundo medieval. La historia posterior de estos conceptos no recoge más que las variaciones de este tema o los progresivos distanciamientos, hasta la constitución de una teoría de lo bello basada únicamente en la vivencia subjetiva, o el sentimiento estético.
Las teorías estéticas de Plotino no hicieron sino facilitar la fusión entre el ser, lo uno, que también es el bien, y lo bello, base de la teoría estética medieval escolástica, en la que la belleza es uno de los trascendentales. Para Tomás de Aquino bello es «aquello cuya vista agrada» (ver texto ) y para que una cosa sea bella son necesarias tres características: integridad o perfección, proporción o armonía y luminosidad o claridad. Las dos primeras son de influencia aristotélica, ya que se refieren a la perfección de la forma (perfección y armonía), en oposición a la perfección de la idea platónica; pero la tercera característica es de influencia platónica y plotiniana. Platón distingue la idea de belleza de todas las demás ideas por el hecho de que aquélla «brilla con especial claridad» (ver cita), y Plotino define la belleza como «el resplandor de la idea» (Enéada VI).
Ilustrativa es, en este mismo aspecto, la definición del maestro de Tomás de Aquino, Alberto Magno: «La belleza consiste en el esplendor de la forma» (De pulchro et de bono). Inspirándose en Aristóteles, la Escolástica acentúa los rasgos subjetivos del fenómeno estético. El Renacimiento descubre la belleza en el arte, lo cual equivale a decir que el dibujo y el color son bellos, o que la naturaleza expresada y conocida a través de ellos es bella. Esta experiencia de las cosas bellas es ya un comienzo de la consideración de lo bello estético, que ya la filosofía escolástica cualificaba como un conocimiento sensible. El racionalismo identifica de nuevo lo bello con lo verdadero, con lo absoluto y perfecto y, aun cuando Descartes todavía admitía que en la producción artística bella hay algo que la razón no logra entender, en Nicolas Boileau, el autor de L´art poétique (1674), se advierte una postura extrema al afirmar que «nada es bello si no es verdadero y sólo lo verdadero es digno de ser amado». Contra esto, el empirismo afirma el interés del conocimiento sensible (no hay otro) y describe sus características empíricas que nada tienen que ver con lo perfecto y lo ideal, entendidas de tal modo que serán origen del gusto o de la sensación estética.
Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762) es el primero en usar la palabra «estética» para designar una disciplina filosófica que establece una teoría de lo bello. Pese a ser racionalista, discípulo de Ch. Wolff, niega la identidad de lo verdadero con lo bello, y nace así la idea de la belleza como perfección del conocimiento sensible; la facultad que percibe esta especie de conocimiento «oscuro» por su origen, se llama gusto o sentimiento en la terminología común de los autores alemanes, mientras que continúa siendo misión del entendimiento captar lo verdadero según «ideas claras y distintas» (ver ideas innatas).
Kant, en la Crítica del juicio (1790), determina las condiciones de posibilidad de la percepción de lo bello y somete a análisis los juicios estéticos, o juicios del gusto (enunciados sobre lo bello y lo sublime), en plena concordancia con su filosofía crítica: «No hay ciencia de lo bello, sino sólo critica» (Crítica del juicio, § 44).
Con un juicio estético afirmamos que algo agrada. Pero se trata de un agrado desinteresado, de algo que gusta por sí mismo, no porque produzca placer o porque sea moralmente bueno. Es también un agrado universalizable, que no concebimos sólo nuestro, sino que lo atribuimos a todos. Agrada, además, porque lo percibimos sin ninguna finalidad: no agrada porque sea útil, ni porque sea bueno o perfecto, sino simplemente, porque lo percibimos; una «finalidad sin fin» (¿para qué es una rosa?: «una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa, es una rosa», Gertrud Stein). Pero creemos que este agrado es totalmente necesario; nadie escapa a la sensación de agrado del objeto bello. Así, pues, para Kant la belleza es lo que gusta de forma desinteresada, universal y necesaria, en objetos que carecen de toda finalidad (ver texto ). Es, por tanto, un conocimiento, no por conceptos, sino por percepción de lo agradable que produce lo bello; a esto lo llama «gusto» (facultad de juzgar lo bello), y lo caracteriza primordialmente como «imaginación en libertad», o imaginación libre de quedar fijada por la determinación del entendimiento. Desde Kant, por consiguiente, «bello» es un sentimiento.
Lo bello aparece, en Kant, sobre todo en objetos de la naturaleza, objetos de «belleza libre» (pulchritudo vaga, que no identifica totalmente con natural, pues la tienen también algunos objetos artificiales, careciendo de ella, por ejemplo, la especie humana, y que opone a la «belleza adherente», o pulchritudo adhaerens, que supone la consideración de algún concepto o fin). En cambio, Hegel, subraya el interés de la belleza artificial, de la obra de arte, que es realización del espíritu humano, «manifestación sensible de la idea», y a la que llama «bello ideal», que hallamos plasmado en obras de arquitectura, literatura, pintura, etc. La estética en Hegel es ya ciencia de la obra de arte.
En la época moderna, la teoría de lo bello pasa al campo de las ciencias empíricas y psicológicas, aunque no de forma exclusiva. En las nuevas teorías estéticas, lo bello es un elemento más junto con otros componentes tan diversos como la cultura de masas, las teorías de la sociedad y de la comunicación, la psicología profunda y hasta la tecnología y el diseño.
Bibliografía sobre el concepto
- Han, B-Ch., La salvación de lo bello. Herder, Barcelona, 2015.