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Fotografía de Ortega y Gasset tomada por la prensa en los años 20

Nacimiento:9 mayo 1883en MadridMuerte:18 octubre 1954en Madrid

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Filósofo y ensayista español. Probablemente el filósofo español contemporáneo más influyente hasta los años setenta u ochenta del siglo XX, pues tanto su pensamiento como su estilo marcaron decisivamente la filosofía española de la posguerra. Esta influencia se ha ejercido tanto a través de sus muy numerosos discípulos como, especialmente, porque el mismo vocabulario filosófico y muchos rasgos estilísticos de la filosofía escrita en castellano se han inspirado en él. Nació en Madrid, estudió derecho en la universidad de Deusto (Bilbao) y en Madrid, con el krausista Nicolás Salmerón. Se doctoró en 1904. Desde 1905 a 1908 estudió en Leipzig, donde fue discípulo de Wundt, y en Marburgo, sede del movimiento neokantiano, donde tuvo como profesor a Hermann Cohen (quien junto con P. Natorp impulsó esta tendencia) y a N. Hartmann y H. Heimsoeth como condiscípulos. No obstante, Ortega no se adhirió a las tesis neokantianas. En 1911 obtuvo la cátedra de metafísica en la universidad de Madrid, lo que no le impidió proseguir sus frecuentes colaboraciones periodísticas en diversos diarios y revistas. De hecho, buena parte de su pensamiento se halla en estos artículos breves realizados en torno de cualquier problemática concreta del momento, lo que les daba una gran vitalidad. En 1923 fundó y dirigió la prestigiosa «Revista de Occidente», posteriormente convertida en una prestigiosa editorial por la que entraron en España las modernas corrientes de la filosofía alemana. En 1929 dimitió durante unos meses de su cátedra como protesta por la dictadura de Primo de Rivera, y en 1930 fue cofundador, junto con Unamuno, Marañón y otros, de la Agrupación al Servicio de la República. No obstante, en 1931, publicó un polémico manifiesto titulado Rectificación de la República y abandonó la política activa como diputado en las Cortes. A pesar de sus recelos con los gobiernos republicanos, fue contrario a la sublevación franquista, razón por la que se exilió en 1936, aunque posteriormente regresó a España. En 1952 fundó, junto con Julián Marías, el Instituto de Humanidades. El conjunto formado por éste último autor, Manuel García Morente, José Gaos, Xavier Zubiri y él mismo, fue conocido como «Escuela de Madrid».

Aunque su obra no es sistemática, ni tiene voluntad de sistema, se puede estructurar a partir de lo que se ha llamado su perspectivismo y su raciovitalismo, tesis que permiten situar su pensamiento dentro de las coordenadas generales del llamado «vitalismo» europeo, en el que se incluiría fundamentalmente a Dilthey. De hecho se dan varias semejanzas entre los puntos de vista de Ortega con los de Dilthey, pero Ortega también recibió la influencia de Simmel y de Scheler. A pesar de ello Ortega se anticipó a muchas de las concepciones de estos pensadores alemanes, de la misma manera que también anticipó algunos de los rasgos del pensamiento de Heidegger (la noción de verdad como desocultamiento, por ejemplo), autor con el que también compartió algunos puntos de vista, aunque Ortega se distanciase de él en varias ocasiones.

Suelen distinguirse dos etapas en la obra de Ortega, aunque esta división no supone ninguna ruptura, sino que más bien expresa una continuidad en la que lo único que cambia son los centros de interés. En la primera etapa, Ortega, que como ya hemos señalado se distanció del neokantismo de sus maestros de Marburgo, rechazó la herencia del idealismo, aunque también se opuso al realismo. A éste le reprocha su ingenuidad, su creencia en lo «dado»; al idealismo, le reprocha también el que, en el fondo, siga siendo realista, ya que sigue considerando las ideas como cosas, y las piensa como «identidades», como cosas fijas y plenamente constituidas. La superación del punto de vista del idealismo se efectúa, según Ortega, partiendo del dato fundamental que es el de «mi vida». Por otra parte, también se opuso a la tesis idealista según la cual las cosas se deben acomodar a las funciones del pensamiento.

Aunque es cierto que el realismo ha conducido a la razón a buenos resultados en el estudio de la realidad natural, fracasa cuando ha de entender al hombre, ya que el hombre no es una cosa, el hombre no tiene naturaleza sino sólo historia. Con esta tesis Ortega se incardina en la tradición del vitalismo, que, de Dilthey a Bergson, había destacado la imposibilidad de utilizar el mismo método aplicado al estudio de la naturaleza para el estudio de la realidad y la vida humana. Es preciso volver a pensar radicalmente fuera de los esquemas del realismo y del idealismo. Para ello es preciso pensar la realidad realmente radical que es la vida, ya que tanto la misma naturaleza como el intelecto son relativos a ella (ver texto). La vida reúne en sí misma ambos aspectos: intelecto y naturaleza. Pero la razón capaz de pensar esta realidad radical que es la vida no puede ser la razón pura; no puede ser la razón mecánica ni la razón físico-matemática, sino que ha de ser la razón vital. De esta manera, y un poco en el mismo sentido que ciertas posiciones defendidas por el pragmatismo, Ortega subordina el estudio de la ciencia, la técnica y la cultura al estudio general y omniabarcador de la vida, y marca claramente sus distancias de las posiciones contrarias que subordinan la vida a la inteligencia (ver texto). Algunas de las obras más importantes de su primer período son: Las meditaciones del Quijote (1914), El espectador (1916) y El tema de nuestro tiempo (1921).

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Esta posición sustenta que ningún saber concierne directamente a las cosas mismas, sino a nuestra actitud hacia ellas y, por tanto, Ortega rechaza la creencia en un ser en sí de las cosas independientemente de nosotros. De esta manera afirma que el ser de las cosas debe entenderse a partir de su relación con nosotros. Por ello concibe el saber como un «saber a qué atenerse». Esta reivindicación de la vida no debe entenderse a la manera irracionalista que aboga por unos oscuros instintos o impulsos, sino que la vida debe entenderse como realidad radical, y el raciovitalismo como una teoría de la realidad. Pero, y ahí es donde enraíza el perspectivismo orteguiano, esta unidad que engloba en sí la naturaleza y el intelecto se nos aparece siempre en perspectiva. El ser del mundo no está dado, sino que es siempre perspectiva (ver texto).

La perspectiva aparece así como una condición epistemológica para captar la auténtica realidad: «donde está mi pupila no hay ninguna otra» (ver texto). El Yo y el mundo forman una totalidad concreta e indivisa, cuyo núcleo es la vida del hombre. La vida humana no es cosa, ni materia, ni esencia, ni es algo dado; el hombre no es una res cogitans, sino una res dramatica; un «drama», una unidad dramática de yo y mundo, es decir, del Yo y su circunstancia: «yo soy yo y mi circunstancia». No existe porque piensa, sino que piensa porque existe. De esta manera se invierte el punto de partida cartesiano, y el centro de gravedad de la reflexión filosófica debe hallarse en lo pre-reflexivo que es la vida misma: «vivir es no tener más remedio que razonar ante la inexorable circunstancia». Pero, aunque el ser del mundo es perspectiva y el yo es circunstancial, ello no aboca en absoluto al mero relativismo. Para evitar tal posibilidad Ortega intentará conciliar la multiplicidad de perspectivas en la unidad de la verdad, lo que le conduce a la reflexión sobre la historia. Por ello, la razón vital es fundamentalmente razón histórica, ya que la circunstancia es siempre circunstancia histórica concreta, y el yo es siempre un ser que se encuentra en el mundo, que se caracteriza por su temporeidad. Un yo que es proyecto, futurización, en su circunstancia concreta.

En consonancia con esta caracterización del raciovitalismo como razón histórica (término que había sido creado por Dilthey) se abre la segunda etapa de su pensamiento, en la que predominó la interpretación de la historia y de la sociedad. El hombre no tiene naturaleza, tiene historia, y esta dimensión histórica es el órgano por el que el hombre se puede conocer a sí mismo. Estas tesis Ortega las formula en obras como En torno a Galileo, 1933; Historia como sistema, 1941; ¿Qué es la filosofía?, 1958; La idea de principio en Leibniz, 1958, y Origen y epílogo de la filosofía, 1960. De esta época procede la famosa teoría orteguiana de las generaciones, y una de las obras que más influencia han tenido: La rebelión de las masas (1930). Un generación es un conjunto de personas que no sólo son contemporáneas, sino que son propiamente coetáneas y que comparten entre sí una serie de valores, experiencias, formas de vida y, en general, un «aire de familia», de forma que sus afinidades son superiores a sus posibles discrepancias. En una época coexisten diversas generaciones ya que, en general, una generación se separa de otra por un espacio de tiempo de más o menos quince años (infancia de 1 a 15 años; juventud, de 15 a 30; madurez, de 30 a 45; madurez en el poder, de 45 a 60, y vejez). La vida social es una actividad comunitaria, que debería estar regida por el liderazgo intelectual de los mejores, en una concepción aristocrático-intelectual que da un papel relevante a las minorías intelectuales selectas, no a las masas, cuya rebelión sin dirección comporta la quiebra de la sociedad y la caída en la inautenticidad. El gran peligro para la historia es que las élites intelectuales no sepan ejercer su liderazgo, y que las masas no tengan el ejemplo adecuado a seguir. Esta concepción, no obstante, no debe entenderse de manera trivial. Para Ortega la minoría selecta no se confunde con las clases burguesas dominantes, ni la masa equivale a la clase trabajadora. Hay hombres masa en todos los estratos sociales, y puede haber minoría capaz de liderazgo también en todos ellos. Se trata más bien de una minoría de liderazgo moral e intelectual capaz de poner en entredicho las creencias para sustituirlas por ideas.

La obra de Ortega, además de la gran influencia que ha ejercido sobre la filosofía española, y que ya hemos destacado, también ejerció un notable influjo en la filosofía alemana (su caracterización del yo le hace precursor de algunas posiciones heideggerianas), y se anticipa también a determinados planteamientos existencialistas, por ejemplo, en su concepción de la autenticidad y de la inautenticidad: la vida auténtica implica conocer y asumir su «circunstancia», de forma que el yo pueda coincidir consigo mismo; mientras que la inautenticidad es provocada al caer en el marasmo de las sensaciones y se manifiesta en la «masa» impersonal. También Ortega declara el carácter irreductiblemente libre del yo abierto al mundo: «somos libres a la fuerza» (estamos «obligados a ser libres», diría Sartre). Además de esta importante influencia filosófica, Ortega también ha influenciado el pensamiento social y político español, y la crítica estética (La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925), Papeles sobre Velázquez y Goya (1950), e Ideas sobre el teatro (1958).

Bibliografía

Del autor

  • Ortega y Gasset, José, Obras completas. Revista de Occidente, Madrid, 1966.

Sobre el autor

  • Pérez-Borbujo, F., Tres miradas sobre el Quijote. Unamuno - Ortega - Zambrano. Herder, Barcelona, 2010.

Relaciones geográficas

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