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Teoría nacida a mediados del s. XVIII en Inglaterra, según la cual la raíz de la moralidad está en la capacidad del hombre para «sentir» la diferencia entre lo bueno y lo malo moral. La moralidad no tiene, pues, un origen racional, sino irracional, a saber, el sentimiento.

Los orígenes de esta doctrina se hallan en la necesidad de dar un fundamento a la vida moral en una sociedad, la de los siglos XVII y XVIII, en Inglaterra, en la que por un lado la religión protestante favorecía el criterio individual frente a la autoridad civil o religiosa y, por el otro, la visión mecanicista del mundo permitía pensar en un mundo en que Dios no era necesario. Para evitar el relativismo moral y el amoralismo se busca el fundamento de la moral en la misma naturaleza humana. El empirismo británico, desconfiando de los argumentos del racionalismo -defendido en esta cuestión por Clarke- lleva a fundar la moralidad, no en la razón, sino en el sentimiento.

Aunque los inicios de esta doctrina se deben a las teorías de Thomas Hobbes sobre el relativismo de «bueno» y «malo», que cada cual aplica según los propios deseos, quienes desarrollan propiamente la teoría del sentimiento moral son Shaftesbury, Francis Hutcheson y David Hume. Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury (1671-1713), es quien primero utiliza la expresión moral sense, basándose en la doble argumentación de que la moral es independiente de la religión y, contra Hobbes, de que el hombre es naturalmente virtuoso, y capaz de aprobar o desaprobar interiormente, por un cierto sentido interno, lo que es bueno y lo que es malo; a la moralidad le lleva un sentimiento social de formar parte de toda la humanidad. Francis Hutcheson (1694-1746) es el teórico por excelencia del sentimiento moral; establece que, gracias a él, percibimos lo que es justo y bueno, distinguiéndolo de lo injusto y malo. Así como todos vemos, así también todos percibimos el carácter agradable -los efectos benevolentes o amables, decía- de las acciones que todos aprobamos; «algo es bueno porque agrada a todos». La felicidad humana que causan determinados actos, aquellos que consideramos moralmente buenos, es la ley fundamental que explica el sentimiento moral.

David Hume da a esta teoría su fundamentación más sistemática y a ella dedica en especial su Investigación sobre los principios de la moral (1751). En ella responde a la crítica que el obispo anglicano, Joseph Butler (1692-1752), había dirigido contra la que él creía excesiva simplificación de Hutcheson: la moral no podía fundamentarse en la simple apreciación de que bueno es lo que agrada, malo lo que desagrada. La experiencia moral, que ha de ser algo más complejo, enseña que lo moral ejerce sobre nosotros la fuerza de la obligación; nos sentimos obligados a lo bueno, no meramente complacidos. Y la fuerza de obligar ha de fundarse en una autoridad suma, por eso la conciencia moral apunta hacia la autoridad divina, con lo que, a la vez, se convierte en una demostración de la religión. Hume quiso salir al paso de estas conclusiones; criticó lo dicho por Butler y matizó las afirmaciones de Hutcheson.

Aprobar lo que es moral o desaprobarlo es, en efecto, un sentimiento, pero no cualquier sentimiento es de orden moral. Ha de tratarse de un sentimiento agradable, humano, sociable, benéfico y pacífico, y no violento, nocivo, egoísta y desagradable. Su autoridad, o la fuerza por la que se impone, reclamada por Butler, está en sus consecuencias, que lo hacen socialmente benéfico: da felicidad a las personas, orden a la sociedad, armonía a las familias y consigue amigos. Su fundamento es, pues, la utilidad; y ésta es agradable y se hace aprobar.

La moralidad enraíza, por consiguiente, en la misma naturaleza humana, en aquellos sentimientos comunes a todos los hombres y que todos aprueban: es bueno aquello que hace la vida humana agradable. Basada en estas regularidades del sentimiento humano y de la conducta social y el carácter universal de estos sentimientos internos, la moral puede ser una ciencia igual que cualquier otra basada en regularidades de la percepción externa (ver texto ).

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