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(del italiano rinàscita, procedente del francés renaissance, renacimiento, término que ya Giorgio Vasari aplica, en el s. XVI, al «renacimiento» del arte y las letras antiguas)

Período histórico y cultural, comprendido entre 1350 y 1600, que se caracteriza, en un principio, por ser una «regeneración», «renovación» o «restauración» del gusto artístico de acuerdo con los ideales de la antigüedad clásica y que, posteriormente, se distingue como una renovación de la sociedad en general por el «renacimiento» de la cultura clásica concebido, principalmente, por los autores humanistas; fenómeno propio inicialmente de Italia, se difunde por toda Europa y acaba siendo uno de los pilares sobre los que se asienta la civilización occidental. El término se acuña en el s. XIX, por obra sobre todo de los historiadores Michelet y Burckhardt, quienes también han determinado su significado general.

Se discute acerca de su periodización: tanto para las fechas de su comienzo (Petrarca, poeta laureado, en 1341; Cola di Rienzo, que intenta restaurar la república antigua de Roma, en 1347; las conferencias del bizantino Manuel Chrysoloras en Florencia, en 1397) como para las de su finalización (el «saco» de Roma, en 1527; el concilio de Trento, en 1545; la muerte de Bruno, en 1600), así como acerca de si supone en verdad una ruptura de mentalidad con la época inmediata anterior, que los mismos autores renacentistas llaman peyorativamente Edad «Media», y que habría de ser considerada como una época de ignorancia y oscuridad en oposición a la nueva época de conocimiento y luminosidad.

La formulación clásica de lo que es el Renacimiento se debe, en principio y sobre todo, a la obra del historiador suizo Jacob Burckhardt, La cultura del renacimiento en Italia (1860) (ver referencia). Sus tesis -un nuevo espíritu italiano que se caracteriza por la exaltación del individuo, como hombre y como ciudadano, y de la dignidad del hombre, el interés por leer y comentar los textos literarios antiguos, griegos y romanos, el «descubrimiento del mundo y del hombre» a través de los viajes, la exploración y la observación de la naturaleza, la ruptura con las ideas medievales sobre la sociedad, la naturaleza y la filosofía- han sido, no obstante, parcialmente discutidas por la crítica historiográfica, sobre todo en lo que se refiere al supuesto de ruptura con la Edad Media y a la definición de ésta como época de oscuridades. Se levantó así una controversia sobre el sentido fundamental del Renacimiento y del humanismo renacentista: si uno y otro suponen una ruptura real con la cultura de la Edad Media, uno de cuyos efectos principales sería la revolución científica, o si en realidad los humanistas, principales protagonistas del Renacimiento, han de considerarse sólo un paréntesis -por ser sólo studia humanitatis- en la evolución natural de la filosofía aristotélica medieval hacia la aparición de la ciencia moderna. Pierre Duhem y Marshall Clagett, junto con Gilson, Kristeller, Crombie y otros defienden el segundo punto de vista. La originalidad de la revolución cultural del Renacimiento, en cambio, tal como supone la primera postura, es defendida autorizadamente, entre otros, por Alexandre Koyré (ver cita) y Eugenio Garin (ver cita).

El humanismo es el principal agente del Renacimiento; Garin identifica totalmente ambos conceptos. Francesco Petrarca (1304-1374), amigo de Bocaccio (Sobre la propia ignorancia y la de otros muchos, 1367) es considerado justamente el primer humanista; le siguen Coluccio Salutati, Leonardo Bruni (1370/74-1444), Poggio Bracciolini (1380-1459), todos ellos cancilleres de la ciudad de Florencia; Leon Battista Alberti (1404-1472), matemático, arquitecto, filósofo y teórico de la belleza en el arte; Gianozzo Manetti (1396-1459), autor de De dignitate et excellentia hominis (1452), el primero de los elogios renacentistas de la dignidad del hombre, escrito contra la concepción medieval de la miseria de la vida humana; Ermolao Barbaro (1453-1493), comentador y traductor de Aristóteles, e impulsor asimismo de sus doctrinas; Lorenzo Valla (1407-1457), filósofo y filólogo en la corte de Alfonso de Aragón, en Nápoles, uno de los más célebres humanistas (Sobre el placer, 1431; Sobre el libre albedrío, 1435-1439; Discurso sobre la falsa y engañosa donación de Constantino, 1440; tres libros de Historia de Fernando, rey de Aragón, 1445-1446 ).

La filosofía del Renacimiento se compone de diversos elementos:

1. La tradición mágico-hermética

Los escritos atribuidos a Hermes Trismegistos, el llamado corpus hermeticum, considerados auténticos por la antigüedad y por el cristianismo de los primeros siglos, lo son también para los humanistas, una vez traducidos por Marsilio Ficino, hacia 1460. Ayudan a romper la imagen religiosa medieval del mundo y a construir una nueva, que armoniza la naturaleza, la alquimia, la magia y la religión. Los humanistas aceptan de buen grado estos escritos del «tres veces grande» -en realidad compuestos por filósofos paganos hacia los siglos II y III d.C., que combinan el platonismo, con la simbología cristiana, la gnosis griega y el pensamiento mágico- que, por un lado, hablan de la salvación del hombre a través del propio conocimiento y, con mayor precisión que los libros de la Biblia, de la encarnación del Logos, y, por el otro, de una simpatía por afinidad de todo, del cielo y la tierra, del hombre y la naturaleza, que unifica el cosmos y lo hace comprensible y dominable por el hombre por el poder del conocimiento, según el adagio renacentista «el hombre sabio domina el mundo»; por eso, algunos de ellos son conocidos también como «magos».Se añaden a estos escritos herméticos, los Oráculos Caldeos, escritos en el s. II d.C., que mezclan el culto a los astros, con la magia, el platonismo y las religiones orientales. Compuestos en realidad por Juliano el Teúrgo, pero atribuidos a Zoroastro, a quien se considera también profeta -como a Hermes-, divulgan la «teurgia», o arte de la magia con fines religiosos. Los humanistas consideraron también auténticos los Himnos Órficos -elogios a divinidades-, escritos que contienen una mezcla de doctrinas órficas, estoicas y cristianas antiguas.

Además de estos escritos ocultistas, que ponen en comunicación el macrocosmos con el microcosmos, destaca la afición a la astrología, específicamente cultivada en el Renacimiento, basada principalmente en el tratado de Ptolomeo sobre astrología, el Tetrabiblon, y otras obras antiguas recién editadas en aquella época.

Destacan como magos italianos Girolamo Fracastoro (1478-1553), médico, filósofo, poeta y astrólogo, considerado el fundador de la moderna epidemiología, y que escribe Sobre la simpatía y la antipatía de las cosas, Girolamo Cardano (1501/06-1575), filosofo, médico y matemático, quien en De subtilitate (1547) y en De rerum varietate (1557) escribe acerca de la «magia natural», y Giambattista Della Porta (1535-1615), filósofo y científico, que cultiva la óptica (De refractione, 1593), la fisiognomía -investigación del carácter de la persona a través del examen de los rasgos del rostro- (Sobre la fisiognomía humana,1580) y la magia (Magia naturalis sive de miraculis rerum naturalium,1558).

Paracelso (1493-1541), nombre que se da a sí mismo el médico suizo Theofrast Bombast von Hohenheim, se interesa también por la magia natural y la iatroquímica, o quimiatría -curación por medios químicos-, y aunque de sus investigaciones, mezcla sincretista de doctrinas teológicas, filosóficas, astrológicas, cabalísticas y alquímicas, surge un cierto interés por la observación y el experimento y la idea de la constitución química del hombre, permanece alejado de los caminos de la verdadera ciencia y será criticado por Bacon.

Neoplatonismo renacentista

El Platón que conocen los humanistas está constituido fundamentalmente por los diálogos platónicos que se editan en el s. XV y el neoplatonismo que recoge todas las interpretaciones y tradiciones antiguas añadidas a las doctrinas platónicas: el escepticismo, el eclecticismo de la época helenística, Plotino, el Pseudo-Dionisio y la tradición mágico-hermética.

Al platonismo conocido de la Edad Media, se añade toda la tradición platónica de las bizantinos, que llega a Italia en tres ocasiones distintas: a comienzos del s. XIV, con los primeros sabios griegos que llegan a Florencia a enseñar griego a los humanistas; en 1439, con ocasión del concilio de Ferrara-Florencia; en 1453, a causa de la caída de Constantinopla. Con ellos llegan también sus disputas internas acerca de la primacía entre Platón y Aristóteles, sostenidas sobre todo por Jorge Gemisto Plethon (1355-1452), Jorge Scholarios Gennadio (1405-1492) y Bessarión (1400-1472), que intenta la conciliación (ver filosofía bizantina).

Existe también la tradición occidental platónica, de origen medieval (Pseudo-Dionisio y Escoto Eriúgena), cuyo mayor exponente es Nicolás de Cusa, continuada luego por la Academia Florentina.

Aparte de Nicolás de Cusa, que no es considerado ni exclusivamente medieval ni propiamente humanista, y que sigue la línea medieval platónica marcada sobre todo por los escritos del Pseudo-Dionisio, los humanistas propiamente platónicos son Marsilio Ficino (1433-1499), iniciador de la Academia Florentina, traductor del Corpus Hermeticum, de los Himnos Órficos y, sobre todo, de las obras de Platón (de 1463 a 1477), y Pico de la Mirandola (1463-1494), cultivador además de la cábala, y armonizador de Platón y Aristóteles.

Renacentistas aristotélicos

Entre los humanistas se renuevan las tradicionales discusiones en torno a las tres interpretaciones típicas del pensamiento de Aristóteles: la de Alejandro de Afrodisia, la de Averroes y la de Tomás de Aquino. Frente a la interpretación escolástica, difieren en que, puestos a elegir entre la autoridad de Aristóteles y lo que enseña la experiencia, prefieren ésta. Pietro Pomponazzi, el más importante de los humanistas aristotélicos, sigue la interpretación alejandrista en su Tratado sobre la inmortalidad del alma (1516).

Otras filosofías helenistas reviven con el Renacimiento: el escepticismo, procedente sobre todo de las traducciones de los textos de Sexto Empírico, es cultivado de un modo peculiar por Michel de Montaigne, en Francia, y el estoicismo de Séneca por Justo Lipsio, que lo divulga por Alemania y Bélgica. Lorenzo Valla (1407-1457), en su Del verdadero y del falso bien, reelaboración de Sobre el placer (1431), sigue la pauta marcada por el epicureísmo.

Filosofías de la naturaleza renacentistas

El Renacimiento, mediado ya el s. XV, desarrolla sus propios sistemas filosóficos, que representan la culminación del naturalismo humanista: Telesio, Bruno y Campanella, a los que puede unirse el pensamiento ya casi moderno de Leonardo da Vinci.

Bernardino Telesio (1509-1588), en su De rerum natura iuxta propia principia [Sobre la naturaleza según sus propios principios] (1565), elimina de la naturaleza todo elemento mágico, critica el enfoque racionalista y teórico que Aristóteles hace de ella, y sostiene que ha de ser entendida a través de la «sensibilidad» en sus propios principios (calor, frío). Giordano Bruno (1548-1600), al contrario que su predecesor, aprovecha todos los elementos mágico-herméticos y cabalísticos, suministrados por Ficino y Pico, y amplía la visión naturalista a un universo infinito en extensión y número que identifica con la divinidad (Del infinito: el universo y los mundos, 1584). Tommaso Campanella (1568-1639), autor de Filosofía demostrada por los sentidos (1591), Del sentido de las cosas y de la magia (1604) y de una Metafísica en 18 libros, intenta una síntesis de metafísica naturalista, teología, magia, astrología y política utópica, y difunde la idea de un conocimiento obtenido por experiencia interior: por sapientia, en su sentido original de «sabor». La sensación es, por tanto, una interiorización que pone en contacto al hombre con la naturaleza; para algunos, se trata de un antecedente del cogito cartesiano.

La filosofía política

Los humanistas, literatos y políticos a la vez -algunos de ellos fueron cancilleres de Florencia- muestran un evidente interés por la cosa pública. Por lo demás, el humanismo unió desde el principio el cultivo de las artes (retórica, lógica, filología) con el de la moral y la política. Nicolás Maquiavelo (1469-1527) es considerado el iniciador de la teoría política moderna, porque identifica su objeto propio e independiente de los principios de la metafísica y la moral. Su naturalismo humanista se manifiesta en el Príncipe (1531) como realismo político: la política trata del hombre tal como es y no del hombre tal como debe ser. De esta actitud realista se aparta la Utopía (1516) de Thomas More (1480-1535); es una defensa en el terreno de lo que no es, pero debería ser, de la comunidad de bienes y de la igualdad humana. A estas aportaciones básicas, hay que añadir la tesis de la soberanía del estado del teórico político Jean Bodin, expuesta en Seis libros sobre la república (1576), en los que defiende el absolutismo de los estados modernos.

La revolución científica

El fruto más fecundo del movimiento cultural del Renacimiento es la denominada revolución científica, a saber, el proceso histórico mediante el cual hace su aparición la ciencia moderna, que se inicia con la revolución copernicana, se desarrolla a lo largo del s. XVII con Galileo y Descartes, y culmina con el sistema del mundo y la mecánica clásica de Newton, ya iniciado el s. XVIII.

A esta tesis se opone la llamada «rebelión de los medievalistas», que sostienen que la revolución científica no es un producto atribuible a ninguna ruptura intelectual sucedida durante el Renacimiento, sino que es más bien una continuación evolucionada de la ciencia medieval (tesis de P. Duhem, M.Claget, A.C. Crombie y otros).

El surgimiento de la ciencia moderna, en el s. XVI, está marcado por la aparición de dos obras: De humani corporis fabrica, de Andrea Vesalio (1514-1564) y De revolutionibus orbium coelestium, de Nicolás Copérnico (1473-1543), ambas del año 1543. La relación que pueda tejerse entre la aparición de la ciencia moderna y las condiciones socioculturales del Renacimiento es una cuestión siempre debatida. A. Rupert Hall, tras distinguir dos posibles tipos de causa (lo referible a un cambio de sociedad, que exige un cambio en la orientación de la ciencia, y lo referible a un cambio en la orientación de la misma ciencia) y enumerar, criticando por insuficientes, toda una serie de posibles causas -el cambio de la visión del mundo; el desarrollo de la tecnología (arquitectos, agrimensores, ingenieros, constructores de buques, artilleros); el aumento del comercio y la industria; la vinculación de la ciencia con la cultura técnica y con el protestantismo, en concreto; el florecimiento de ciertas tradiciones medievales, entre ellas la mecánica o el empirismo del s. XIV; el predominio de Platón sobre Aristóteles, por obra sobre todo de los neoplatónicos florentinos, con el aumento del interés por las matemáticas; el posible influjo de la magia sobre la ciencia, que adopta como objetivo el dominio sobre el mundo, y, por último, el cultivo de la ciencia en ámbitos no universitarios-, rechaza la hipótesis de un factor único y dramático -interno o externo- responsable de la evolución científica a comienzos de la Edad Moderna, lo cual equivale a conceder peso e influjo a todos los mencionados, y destaca como factor explicativo de la irrupción de una nueva manera de hacer ciencia el «deseo de proposiciones demostrables acerca del mundo real», las ganas de explicar cómo es realmente el mundo (ver texto).

Book3.gif Estudios


Bibliografía sobre el concepto

  • Colomer, E., De la Edad Media al Renacimiento. Ramón Llull - Nicolás de Cusa - Juan Pico della Mirandola. Herder, Barcelona, 2012.
  • Huizinga, J., El otoño de la Edad Media. Alianza, Madrid, 1962.
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  • Hale, J.R. (dir.), Enciclopedia del Renacimiento italiano. Alianza, Madrid, 1984.
  • Mondolfo, R., Figuras e ideas de la filosofía del Renacimiento. Losada, Buenos Aires, 1968.
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  • Santidrián, P.R. (ed.), Humanismo y Renacimiento. Alianza, Madrid, 1986.
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  • Burkhardt, J., La cultura del Renacimiento en Italia. Iberia, Barcelona, 1971.
  • Dante, A., La divina comedia (El manga). Herder, Barcelona, 2011.
  • Garin, E., La revolución cultural del Renacimiento. Crítica, Barcelona, 1984.
  • Garin, Eugenio, La revolución cultural del Renacimiento. Crítica, Barcelona, 1984.

Relaciones geográficas

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