Scheler: la jerarquía de los valores

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Extractos de obras

De lo dicho resulta que son cuatro los grados esenciales en que se nos presenta todo lo existente, desde el punto de vista de su ser íntimo y propio. Las cosas inorgánicas carecen de todo ser íntimo y propio; carecen, por lo mismo, de todo centro que les pertenezca de un modo ontológico. Lo que llamamos unidad en este mundo de objetos, incluyendo las moléculas, átomos y electrones, depende exclusivamente de nuestro poder de dividir los cuerpos realiter o mentalmente. Toda unidad corpórea lo es sólo relativamente a una determinada ley de su acción sobre otros cuerpos. Un ser vivo, por el contrario, es siempre un centro óntico y forma siempre por sí «su» unidad e individualidad tempo-espacial, que no surge por obra y gracia de nuestra síntesis, condicionada biológicamente. El ser vivo es una X, que se limita a sí misma. Los centros inespaciales de fuerzas, que establecen la apariencia de la extensión en el tiempo, y que necesitamos suponer en la base de las imágenes de los cuerpos, son centro de puntos, fuerzas que actúan recíprocamente unas sobre otras y en las cuales convergen las líneas de fuerza de un campo. En cambio, el impulso afectivo de la planta supone un centro y un medio en que el ser vivo, relativamente libre en su desarrollo, está sumido, aunque sin anuncio retroactivo de sus diversos estados. Pero la planta posee un «ser íntimo» y, por tanto, está animada. En el animal existen la sensación y la conciencia, y, por tanto, un punto central al que son anunciados sus estados orgánicos; el animal está, pues, dado por segunda vez a sí mismo. Ahora bien, el hombre lo está por tercera vez en la conciencia de si y en la facultad de objetivar todos sus procesos psíquicos. La persona, por tanto, debe ser concebida en el hombre como un centro superior a la antítesis del organismo y el medio.

Dijérase, pues, que hay una gradación, en la cual un ser primigenio se va inclinando cada vez más sobre sí mismo, en la arquitectura del Universo, e intimando consigo mismo por grados cada vez más altos y dimensiones siempre nuevas, hasta comprenderse y poseerse íntegramente en el hombre.

El puesto del hombre en el cosmos, Losada, Buenos Aires 1971, p.59-60.