Sartre: la mirada (el yo y el otro).

Extractos de obras

Podemos captar ahora la naturaleza de la mirada: hay en toda mirada la aparición de un otro-objeto como presencia concreta y probable en mi campo perceptivo, y, con ocasión de ciertas actitudes de ese otro, me determino a mí mismo a captar, por la vergüenza, la angustia, etcétera, mi «ser-mirado». Este «ser-mirado» se presenta como la pura probabilidad de que yo sea actualmente este esto concreto, probabilidad que no puede tomar su sentido y su naturaleza propia de probable sino de una certeza fundamental de que el otro me es siempre presente en tanto que yo soy siempre para otro. La experiencia de mi condición de hombre, objeto para todos los otros hombres vivientes, arrojado en la arena bajo millones de miradas y escapándome a mí mismo millones de veces, la realizo concretamente con ocasión del surgimiento de un objeto en mi universo, si este objeto me indica que soy probablemente objeto actualmente a título de esto diferenciado para una conciencia. Es el conjunto del fenómeno que llamamos mirada. Cada mirada nos hace experimentar concretamente --y en la certeza indubitable del cogito-- que existimos para todos los hombres vivientes, es decir, que hay conciencia(s) para la(s) cual(es) existo.

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Así, la mirada nos ha puesto tras la huella de nuestro ser-para-otro y nos ha revelado la existencia indubitable de este otro para el cual somos. Pero no podría llevarnos más lejos: lo que debemos examinar ahora es la relación fundamental entre el Yo y el Otro, tal como se nos ha descubierto; o, si se prefiere, debemos explicitar y fijar temáticamente ahora todo lo que se comprende en los límites de esa relación original, y preguntarnos cuál es el ser de ese ser-para-otro.

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Si hay un Otro en general, es menester, ante todo, que yo sea aquel que no es el Otro, y en esta negación misma operada por mí sobre mí yo me hago ser y surge el Otro como Otro. Esta negación que constituye mi ser y que, como dice Hegel, me hace aparecer como el Mismo frente al Otro, me constituye en el terreno de la ipseidad no-tética en Mi-mismo. Con ello no ha de entenderse que un yo venga a habitar nuestra conciencia, sino que la ipseidad se refuerza surgiendo como negación de otra ipseidad, y que ese refuerzo es captado positivamente como la opción continua de la ipseidad por ella misma, como la misma ipseidad y como esa ipseidad misma. Sería concebible un Para-sí que hubiera-de-ser su sí sin ser sí-mismo. Pero, simplemente, el Para-sí que yo soy ha de ser lo que él es en forma de denegación del Otro, es decir, como sí-mismo. Así, utilizando las fórmulas aplicadas al conocimiento del No-yo en general, podemos decir que el Para-sí, como sí-mismo, incluye al ser del Otro en su ser en tanto que él mismo está en cuestión en su ser como no siendo Otro. En otros términos, para que la conciencia pueda no ser otro y, por ende, para que pueda «haber» Otro sin que este «no ser...», condición del sí-mismo, sea pura y simplemente objeto de constatación de un testigo «tercer hombre», es menester que la conciencia haya-de-ser espontáneamente ese no ser...; es preciso que se desprenda libremente y se arranque del Otro, eligiéndose como una nada que simplemente es Otro que el Otro, y de este modo se reúna consigo en el «sí-mismo». Y ese mismo arrancamiento que es el ser del Para-sí hace que haya un Otro. Esto no quiere decir en modo alguno que dé el ser al Otro, sino, simplemente, que le da el ser-otro, o condición esencial del «hay». Y es obvio que, para el Para-sí, el modo de ser-lo-que-no-es-otro está íntegramente transido por la Nada; el Para-sí es lo que no es Otro en el modo nihilizador del «reflejo reflejante»; el no-ser-otro nunca es dado, sino perpetuamente escogido en una resurrección perpetua; la conciencia no puede ser Otro sino en tanto que es conciencia (de) sí misma como no siendo otro. Así, la negación interna, aquí como en el caso de la presencia al mundo, es un nexo unitario de ser: es menester que el otro sea presente por todas partes a la conciencia y hasta que la atraviese íntegra, para que la conciencia pueda escapar, precisamente no siendo nada, a ese otro que amenaza enviscarla Si bruscamente la conciencia fuera alguna cosa, la distinción entre sí-mlsmo y el otro desaparecería en el seno de una indiferenciación total.

El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, 4ª. ed., traducción de Juan Valmar, p. 360-363.