Sartre: el en-sí, el para-sí y la nada

Extractos de obras

El término de en-sí que hemos tomado de la tradición para designar al ser trascendente es impropio. En efecto, en el límite de la coincidencia consigo mismo el sí se desvanece dando paso al ser idéntico. El sí no puede ser una propiedad del ser en-sí. Por naturaleza es un reflexivo, como ya lo indica suficientemente la sintaxis, y en particular, el rigor lógico de la sintaxis latina y las distinciones estrictas que la gramática ha establecido entre el uso del «eius» y el del «sui». El remite, pero remite precisamente al sujeto. Indica una relación del sujeto consigo mismo y esta relación es precisamente una dualidad particular, puesto que exige símbolos verbales particulares. Pero, por otra parte, el no designa al ser ni como sujeto ni como complemento. Si considero, por ejemplo, el «se» de «se aburre», constato que éste se entreabre para dejar aparecer tras él al sujeto mismo. No es el sujeto, ya que el sujeto, sin relación consigo, se condensaría en la identidad del en-sí. Tampoco es una articulación consistente de lo real, puesto que tras él deja aparecer al sujeto. De hecho, el no puede ser tomado como un existente real. El sujeto no puede ser sí, ya que la coincidencia consigo hace, como hemos visto, desaparecer al sí. Pero tampoco puede no ser sí, puesto que el sí es indicación del sujeto mismo. El sí representa una distancia ideal en la inmanencia del sujeto con respecto a sí mismo, una manera de no ser su propia coincidencia, de escapar a la identidad al mismo tiempo que la sitúa como unidad; en resumen, de ser un equilibrio perpetuamente inestable entre la identidad como cohesión absoluta, sin rastro de diversidad, y la unidad como síntesis de una multiplicidad. Es lo que llamaremos la presencia de sí. La ley de ser del para-sí como fundamento ontológico de la conciencia es la de ser él mismo bajo la forma de presencia de sí.

A menudo se ha tomado esta presencia de sí por una plenitud de existencia, y un prejuicio bastante difundido entre los filósofos hace que se atribuya a la conciencia la más alta dignidad de ser. Pero no se puede seguir manteniendo este postulado después de una descripción más avanzada de la noción de presencia. En efecto, toda «presencia» implica dualidad, por tanto separación, al menos virtual. La presencia del ser en sí implica un despegue del ser respecto de sí. La coincidencia de lo idéntico es la auténtica plenitud de ser, justamente porque en esta coincidencia no se deja lugar a negatividad alguna.

[...]

De esta manera, la nada es este agujero del ser, esta caída del en-sí hacia el sí por medio de la que se constituye el para-sí. Pero esta nada sólo puede «ser sido» cuando su existencia prestada es correlativa de un acto anulante del ser. A este acto perpetuo por el que el en-sí se degrada en presencia de sí le llamaremos acto ontológico. La nada es la puesta en cuestión del ser por el ser, es decir, justamente la conciencia o para-sí. Es un acontecimiento absoluto que llega al ser por el ser y que, sin tener al ser, está perpetuamente sostenido por el ser. Estando aislado el ser en sí en su ser por su total positividad, ningún ser puede producir ser y nada puede ocurrirle al ser por el ser que no sea la nada. La nada es la posibilidad propia del ser y su única posibilidad. Y eso que esta posibilidad original sólo aparece en el acto absoluto que la realiza. Siendo la nada nada de ser, sólo puede llegar al ser por el ser mismo. Sin duda alguna, llega al ser por un ser singular que es la realidad humana. Pero este ser se constituye como realidad humana en tanto que no es más que el proyecto original de su propia nada. La realidad humana es el ser en tanto que es, en su ser y para su ser,fundamento único de la nada en el seno del ser.

El Ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, traducción de Juan Valmar, p. 127, 129.