Sartre: cuerpo y punto de vista.

Extractos de obras

Falta comprender qué es el cuerpo para mí, pues, precisamente por ser incaptable, no pertenece a los objetos del mundo, o sea a esos objetos que conozco y utilizo; empero, por otra parte, puesto que no puedo ser nada sin ser conciencia de lo que soy, es menester que el cuerpo se dé de algún modo a mi conciencia. En cierto sentido, es verdad, es lo que indican todos los utensilios que capto v lo aprehendo sin conocerlo en las indicaciones mismas que sobre los utensilios percibo. Pero, si nos limitáramos a esta observación, no podríamos distinguir el cuerpo del telescopio, por ejemplo, a través del cual el astrónomo mira los planetas. En efecto: si definimos el cuerpo como punto de vista contingente sobre el mundo, ha de reconocerse que la noción de punto de vista supone una doble relación: una relación con las cosas sobre las cuales es punto de vista, y una relación con el observador para el cual es punto de vista. Esta segunda relación es radicalmente diversa de la primera cuando se trata del cuerpo-punto-de-vista; pero no se distingue verdaderamente de la primera cuando se trata de un punto de vista en el mundo (catalejo, mirador, lupa, etc.) que sea un instrumento objetivo distinto del cuerpo. Un paseante que contempla un panorama desde un mirador ve tanto el mirador como el panorama: ve los árboles entre las columnas del mirador, el techo del mirador le oculta el cielo, etc. Empero, la «distancia» entre el mirador y él es, por definición, menor que entre sus ojos y el panorama. Y el punto de vista puede avecinarse al cuerpo hasta casi fundirse con éste, como se ve, por ejemplo, en el caso del catalejo, los binoculares, el monóculo, etc., que se convierten, por así decirlo, en un órgano sensible suplementario. En el limite -y si concebimos un punto de vista absoluto- la distancia entre éste y aquel para quien es punto de vista se aniquila. Esto significa que seria imposible retroceder para «tomar distancia» y constituir sobre el punto de vista un punto de vista nuevo. Esto es, precisamente, según hemos observado, lo que caracteriza al cuerpo, instrumento que no puedo utilizar por medio de otro instrumento, punto de vista sobre el cual no puedo ya adoptar punto de vista. Pues, en efecto, sobre la cumbre de esa colina, que llamo precisamente un «hermoso punto de vista», tomo un punto de vista en el instante mismo en que miro el valle, y ese punto de vista sobre el punto de vista es mi cuerpo. Pero no podría tomar punto de vista sobre mi cuerpo sin una remisión al infinito. Sólo que, por este hecho, el cuerpo no puede ser para mí trascendente y conocido; la conciencia espontánea e irreflexiva no es ya conciencia del cuerpo. Sería preciso decir, más bien, sirviéndose del verbo existir como de un transitivo, que la conciencia existe su cuerpo. Así, la relación entre el cuerpo-punto-de-vista y las cosas es una relación objetiva, y la relación entre conciencia y cuerpo es una relación existencial. ¿Cómo hemos de entender esta última relación?

En primer lugar, es evidente que la conciencia no puede existir su cuerpo sino como conciencia. Así, pues, mi cuerpo es una estructura consciente de mi conciencia. Pero, precisamente porque es el punto de vista sobre el cual no podría haber punto de vista, no hay, en el plano de la conciencia irreflexiva, una conciencia del cuerpo. El cuerpo pertenece, pues, a las estructuras de la conciencia no-tética (de) sí. ¿Podemos, sin embargo, identificarlo pura y simplemente con esa conciencia no-tética? Tampoco es posible, pues la conciencia no-tética es conciencia (de) sí en tanto que proyecto libre hacia una posibilidad que es suya, es decir, en tanto que ella es el fundamento de su propia nada. La conciencia no-posicional es conciencia (del) cuerpo como de aquello que ella sobrepasa y nihiliza haciéndose conciencia, es decir, como algo que ella es sin tener-de-serlo y por sobre lo cual pasa para ser lo que ella tiene-de-ser. En una palabra, la conciencia (del) cuerpo es lateral y retrospectiva; el cuerpo es aquello de que se hace caso omiso, lo que se calla, y es, sin embargo, aquello que ella es; la conciencia, inclusive, no es nada más que el cuerpo; el resto es nada y silencio.

El ser y la nada, Losada, Buenos Aires 1976, 4ª. ed., traducción de Juan Valmar, Cap. II, p. 416-417.

Ver:

El cuerpo propio no es una cosa. (El ser y la nada, ed. cit. p.386-387)

El cuerpo, forma contingente de mi contingencia. (El ser y la nada, ed. cit. p. 393-394.)