Platón: la reminiscencia

Extractos de obras

--A menudo te he oído afirmar este principio, Sócrates, replicó Cebes, que conocer no es otra cosa que recordar. Si este principio es verdadero, es necesario que hayamos conocido en un tiempo anterior las cosas que en el presente recordamos; y esto es imposible si nuestra alma no existe antes de venir bajo esta forma humana. Es una nueva prueba de que nuestra alma es inmortal.

---Pero, Cebes, dijo Simias, ¿qué pruebas tenemos de este principio? Recuérdamelas, pues no me acuerdo de ellas ahora.

--No te diré más que una, pero muy hermosa, respondió Cebes. Y es que todos, si son bien interrogados, lo descubren todo por sí mismos; cosa que no harían nunca si no poseyeran ya la ciencia y un juicio recto. No hay más que preguntarles sobre las figuras de geometría y sobre otras cosasparecidas, no puede dejar de reconocerse que es así.

--Si de este modo no te has persuadido, Simias, dijo Sócrates, a ver si ésta te convencerá. ¿Te cuesta creer que conocer sea sólo recordar?

--No mucho, respondió Simias; pero necesito precisamente lo que tú dices, acordarme. Y gracias a lo que Cebes ha dicho, poco falta para que me acuerde y empiece a creer. Pero ello no impedirá que escuche con agrado las nuevas pruebas que quieres darme.

--Son éstas, replicó Sócrates. ¿Todos estamos de acuerdo en que para recordar, es necesario haber sabido antes la cosa que se recuerda?

--Sí.

--¿Y estamos de acuerdo también en que cuando la ciencia viene de un cierto modo, es una reminiscencia? Cuando digo de un cierto modo, es, por ejemplo, cuando un hombre, al ver o al oír algo, no adquiere sólo el conocimiento de la cosa percibida, sino que a la vez piensa en otra cosa cuyo conocimiento es para él de un género distinto que el primero. ¿No decimos con razón que este hombre se acuerda de la cosa en la que ha pensado ocasionalmente?

--¿Cómo dices?

--Digo por ejemplo, que una cosa es el conocimiento de un hombre y otra el de una lira.

--Sin duda.

--Pues bien, continuó Sócrates, ¿no sabes lo que ocurre a los amantes cuando ven una lira, un vestido, o alguna otra cosa de que suele usar su amado? Al tener conocimiento de esta lira, se forman con el pensamiento la imagen de aquel a quien ha pertenecido la lira. Y esto es la reminiscencia. Igual que ocurre a menudo que al ver a Simias, nos acordemos de Cebes. Y podría citar otros mil ejemplos.

--Con seguridad millares, por Zeus, dijo Simias.

--¿Admitiremos pues, continuó Sócrates, que todo esto es recordar, sobre todo cuando se trata de cosas que el tiempo o la distancia han hecho olvidar?

--No veo dificultad en ello.

--¿Y viendo el dibujo de un caballo o de una lira, no se puede recordar a un hombre? ¿Viendo el retrato de Simias, no se puede recordar a Cebes?

--Sin duda.

--¿Y no ocurre que la reminiscencia se produce unas veces por la semejanza y otras por el contrate?

--Sí, así ocurre.

--Y cuando uno se acuerda de algo por la semejanza, ¿no ocurre necesariamente que el espíritu ve si le falta algo al retrato para su perfecto parecido con el original que recuerda, o si no le falta nada?

--Es necesario, dijo Simias.

--Considera ahora, dijo Sócrates, si eres de mi parecer. ¿No decimos que hay igualdad, no sólo entre un árbol y otro árbol, entre una piedra y otra piedra, sino alguna otra cosa distinta fuera de todo ello? ¿Decimos que la igualdad en sí es algo, o que no es nada?

--Sí, por Zeus, dijo Simias, decimos que es algo.

--¿Y conocemos esta igualdad en sí?

--Sin duda.

--¿De dónde hemos sacado este conocimiento? ¿No es de las cosas de que acabamos de hablar, de suerte que viendo árboles iguales, piedras iguales, nos hemos formado la idea de esta igualdad que no es ni estos árboles ni estas piedras, sino que es completamente diferente de ellos? Observa bien esto; las piedras y los árboles ¿no nos parecen unas veces iguales y otras desiguales, según los objetos con los que se los compare?

--Así es.

--Ciertamente, en algunos casos las cosas iguales te parecen desiguales; ¿ocurre lo mismo con la igualdad en sí, y te parece a veces desigualdad?

--Nunca, Sócrates.

--Así pues, ¿no es lo mismo la igualdad y lo que es igual?

--No. ciertamente.

--Sin embargo, ¿no es de estas cosas, iguales, que son diferentes de la igualdad, de donde tú has sacado la idea y el conocimiento de la igualdad?

--Esta es la verdad, Sócrates.

--¿Y esto tanto si se les parece como si no so les parece?

--Así es.

--En efecto, esto no constituye diferencia alguna. Cuando, viendo una cosa, piensas en otra, tanto si es semejante como si es diferente, ¿constituye ello necesariamente un acto de reminiscencia?

--Necesariamente.

--Pero, dime, continuó Sócrates, ¿en presencia de árboles que son iguales, o de otras cosas iguales, qué nos ocurre? ¿Encontramos estas cosas iguales como la igualdad en sí? ¿Y cuánto falta para que sean iguales como esta igualdad?

--Falta mucho.

--Estamos pues de acuerdo sobre esto. Cuando alguien, al ver una cosa, piensa: «Es cosa, que ahora veo, tiende a parecerse a otra, pero lejos de serle enteramente conforme, es inferior a ella», ¿es necesario que el que tenga este pensamiento haya visto y conocido antes esta otra cosa a la que dice que se parece la primera, aunque sea imperfectamente?

--Es necesario.

--¿Y no nos ocurre esto con las cosas iguales, cuando las compararnos con la igualdad?

--Así es.

--Por tanto ¿es necesario que hayamos visto esta igualdad antes del momento en que, al ver por primera vez cosas iguales, hemos pensado que tienden todas a ser iguales como la igualdad misma, y que no pueden conseguirlo?

--Es como dices.

--Y convenimos también en que hemos obtenido este pensamiento de la vista, del tacto, o de algún otro sentido; y lo que digo de un sentido, lo digo de todos.

--Con razón, Sócrates.

--Por tanto, ¿es necesario que sea de los sentidos mismos de donde saquemos el pensamiento de que todas las cesas iguales que son objeto de nuestros sentidos, tienden a esta igualdad en sí, aunque sean inferiores a ella? ¿es así?

--Sí, así es.

--Por consiguiente, antes de que hayamos empezado a ver, a oír y a sentir de cualquier manera, es necesario que hayamos tenido conocimiento de esta igualdad en sí en su realidad, para compararle, como hacemos, las cosas sensibles iguales, y ver que estas cosas aspiran a esta igualdad sin poder alcanzarla.

--Es una consecuencia necesaria de lo que se ha dicho, Sócrates.

--Pero, ¿no es verdad que inmediatamente después de nuestro nacimiento hemos visto, hemos oído, y hemos usado de todos nuestros sentidos?

--Es muy cierto.

--¿Es necesario, pues, que hayamos tenido conocimiento de la igualdad antes de este momento?

--Sí.

--Y por consiguiente, ¿es necesario que la hayamos conocido antes de nuestro nacimiento?

--Así parece.

--Si hemos tenido este conocimiento antes de nuestro nacimiento, conocemos antes de nacer no sólo la igualdad, sino la grandeza, la pequeñez, y muchas otras cosas de esta naturaleza. Pues lo que aquí decimos igualmente concierne a la igualdad que a lo bello en sí, al bien, a lo justo, lo santo, y todas las cosas que en nuestras palabras las señalamos con el carácter de ser en sí. De modo que es necesario que las hayamos conocido antes de nacer.

--Así es.

--Y si, después de haber poseído estos conocimientos, no los olvidáramos cuando entramos en la vida, naceríamos con la ciencia y la conservaríamos toda la vida. Pues saber consiste en esto: después de haber adquirido el conocimiento de algo, tenerlo y no perderlo. En cambio olvidar, Simias, ¿no es perder la ciencia que se tenía?

--Sin ninguna duda, Sócrates.

--Y si, habiendo poseído estos conocimientos antes de nacer y habiéndolos perdido en el momento de nacer, volvemos a adquirirlos utilizando nuestros sentidos, ¿lo que llamamos conocer no es volver a adquirir unos conocimientos que ya teníamos, y no lo llamaremos con razón acordarse'?—Sin duda.

--Pues nos ha parecido muy posible que aquel que ha visto una cosa, piense, con motivo de ella, en otra que ha olvidado y que tiene alguna relación con la que ha visto, ya sea que se le parezca, o que no se le parezca. Por consiguiente, repito, una de dos: o bien nacemos con estos conocimientos y los conservamos todos durante nuestra vida, o bien aquellos de quienes decimos que se instruyen no hacen más que acordarse, y entonces la ciencia es unareminiscencia.

--Así es necesariamente, Sócrates. [...]

--Por tanto, ocurre de este modo, Simias. Si todas estas cosas de que siempre hablamos existen verdaderamente, lo bello, el bien, y todas las demás esencias del mismo orden, si es cierto que nosotros les referimos todas las impresiones de los sentidos como a su tipo primitivo y si es cierto que las comparamos a este tipo, entonces necesariamente, igual que existen todas estas cosas, nuestra alma debe existir también, y debe existir antes de nuestro nacimiento. Pero si estas cosas no existen, todo nuestro razonamiento se derrumba. ¿No es así'? ¿Y no es igualmente necesario que si estas cosas existen, nuestras almas existan también antes de nuestro nacimiento, y que si no existen, nuestras almas tampoco?

--Sin duda es igualmente necesario Sócrates. dijo Simias. Y la consecuencia de todo ello es que nuestra alma existe antes de nuestro nacimiento, como las esencias de que has hablado. Pues, a mi parecer, nada hay más evidente. Todas estas cosas, lo bello, el bien, y las demás cosas de que hablabas, poseen la más alta existencia. Así pues, por mi parte, estoy satisfecho con esta demostración.

Fedón, 72e-77a. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.36-40).

Ver: la reminiscencia en el Menón (81c-86b)

Emilio Lledó: la memoria del logos.