Platón: la educación del filósofo rey.

Extractos de obras

VI. --¿Quieres, pues, que a continuación examinemos de qué manera se formarán tales personas y cómo se les podrá sacar a la luz, del mismo modo que, según se cuenta, ascendieron algunos desde el Hades hastalos dioses?

--¿Cómo no he de querer? --dijo.

--Pero esto no es, según parece, un simple lance de tejuelo (juego de azar), sino un volverse el alma desde el día nocturno hacia el verdadero; una ascensión hacia el ser, de la cual diremos que es la auténtica filosofía.

--Efectivamente .

--¿No hay, pues, que investigar cuál de las enseñanzas tiene un tal poder?

--¿Cómo no?

--Pues bien, ¿cuál podrá ser, oh Glaucón, la enseñanza que atraiga el alma desde lo que nace hacia lo que existe? Mas al decir esto se me ocurre lo siguiente. ¿No afirmamos que era forzoso que éstos fuesen en su juventud atletas de guerra?

--Tal dijimos, en efecto.

--Por consiguiente, es necesario que la enseñanza que buscamos tenga, además de aquello, esto otro.

--¿Qué?

--El no ser inútil para los guerreros.

--Desde luego, dijo--; así debe ser si es posible.

--Ahora bien, antes les educamos por medio de la gimnástica y la música.

--Así es --dijo.

--En cuanto a la gimnástica, ésta se afana en torno a lo que nace y muere, pues es el crecimiento y decadencia del cuerpo lo que ella preside.

--Tal parece.

--Entonces no será esta la enseñanza que buscamos.

--No, no lo es.

--¿Acaso lo será la música tal como en un principio la describimos?

--Pero aquélla --dijo-- no era, si lo recuerdas, más que una contrapartida de la gimnástica: educaba a los guardianes por las costumbres; les procuraba, por medio de la armonía, cierta proporción armónica, pero no conocimiento, y por medio del ritmo, la eurritmia; y en lo relativo a las narraciones, ya fueran fabulosas o verídicas, presentaba algunos otros rasgos --siguió diciendo-- semejantes a éstos. Pero no había en ella ninguna enseñanza que condujera a nada tal como lo que tú investigas ahora.

--Me lo recuerdas con gran precisión --dije--. En efecto, no ofrecía nada semejante. Pues entonces, ¿cuál podrá ser, oh bendito Glaucón, esa enseñanza? Porque como nos ha parecido, según creo, que las artes eran todas ellas innobles...

--¿Cómo no? ¿Pues qué otra enseñanza nos queda ya, aparte de la música y de la gimnástica y de las artes?

--Pues si no podemos dar con ninguna --dije yo-- que no esté incluida entre éstas, tomemos, pues, una de las que seaplican a todas ellas.

--¿Cuál?

--Por ejemplo, aquello tan general de que usan todaslas artes y razonamientos y ciencias; lo que es forzoso que todos aprendan en primer lugar.

--Qué es ello? --dijo.

--Eso tan vulgar --dije-- de conocer el uno y el dos y eltres. En una palabra, yo le llamo número y cálculo. ¿O no ocurre con esto que toda arte y conocimiento se ven obligados a participar de ello?

--Muy cierto --dijo.

--¿No lo hace también --dije-- la ciencia militar?

--Le es absolutamente forzoso --dijo.

[...]

VII. --¿No consideraremos, pues --dije--, como otro conocimiento indispensable para un hombre de guerra el hallarse en condiciones de calcular y contar?

--Más que ningún otro --dijo-- para quien quiera entender algo, por poco que sea, de organización, o mejor dicho, para quien quiera ser un hombre.

--Pues bien dije--, ¿observas lo mismo que yo con respecto a este conocimiento?

--¿Qué es ello?

--Podría bien ser uno de los que buscamos, y que conducen naturalmente a la comprensión; pero nadie se sirve debidamente de él, a pesar deque es absolutamente apto para atraer hacia la esencia.

--¿Qué quieres decir? --preguntó.

--Intentaré enseñarte --dije-- lo que a mí al menos me parece. Ve contemplando junto conmigo las cosas que yo voy a ir clasificando entre mí como aptas o no aptas para conducir adonde decimos, y afirma o niega, a fin de que veamos con mayor evidencia si esto es como yo lo imagino.

--Enséñame --dijo.

--Pues bien --dije--, te enseño, si quieres contemplarlas, que, entre los objetos de la sensación, los hay que no invitan a la inteligencia a examinarlos, por ser ya suficientemente juzgados por los sentidos; y otros, en cambio, que la invitan insistentemente a examinarlos, porque los sentidos no dan nada aceptable.

--Es evidente --dijo-- que te refieres a las cosas que se ven de lejos y a las pinturas con sombras.

--No has entendido bien --contesté-- lo que digo.

--¿Pues a qué te refieres? --dijo.

--Los que no la invitan --dije--son cuantos no desembocan al mismo tiempo en dos sensaciones contradictorias. Y los que desembocan los coloco entre los que la invitan, puesto que, tanto si son impresionados de cerca como de lejos, los sentidos no indican que el objeto sea más bien esto que lo contrario. Pero comprenderás más claramente lo que digo del siguiente modo. He aquí lo que podríamos llamar tres dedos: el más pequeño, el segundo y el medio.

--Desde luego --dijo.

--Fíjate en que hablo de ellos como de algo visto de cerca. Ahora bien, obsérvame lo siguiente con respecto a ellos.

--¿Qué?

--Cada uno se nos muestra igualmente como un dedo, y en esto nada importa que se le vea en medio o en un extremo, blanco o negro, grueso o delgado, o bien de cualquier otro modo semejante. Porque en todo ello no se ve obligada el alma de los más a preguntar a la inteligencia qué cosa sea un dedo, ya que en ningún caso le ha indicado la vista que el dedo sea al mismo tiempo lo contrario de un dedo.

--No, en efecto --dijo.

--De modo que es natural --dije-- que una cosa así nollame ni despierte al entendimiento.

--Es natural.

--¿Y qué? Por lo que toca a su grandeza o pequeñez, ¿las distingue acaso suficientemente la vista y no le importa a ésta nada el que uno de ellos esté en medio o en un extremo? ¿Y le ocurre lo mismo al tacto con el grosor y la delgadez o la blandura y la dureza? Y los demás sentidos, ¿no proceden acaso de manera deficiente al revelar estas cosas? ¿O bien es del siguiente modo como actúa cada uno de ellos, viéndose ante todo obligado a encargarse también de lo blando el sentido que ha sido encargado de lo duro, y comunicando éste al alma que percibe cómo la misma cosa es a la vez dura y blanda?

--De ese modo --dijo.

--Pues bien --dije--, ¿no es forzoso que, en tales casos, el alma se pregunte por su parte con perplejidad qué entiende esta sensación por duro, ya que de lo mismo dice también que es blando, y qué entiende la de lo ligero y pesado por ligero y pesado, puesto que llama ligero a lo pesado y pesado a lo ligero?

--Efectivamente --dijo--, he ahí unas comunicaciones extrañas para el alma y que reclaman consideración.

--Es, pues, natural --dije yo-- que en caso semejante comience el alma por llamar al cálculo y la inteligencia e intente investigar con ellos si son una o dos las cosas anunciadas en cada caso.

--¿Cómo no?

--Mas si resultan ser dos, ¿no aparecerá cada una de ellas como una y distinta de la otra?

--Sí.

--Ahora bien, si cada una deellas es una y ambas juntas son dos, las concebirá a las dos como separadas, pues si no estuvieran separadas no las concebiría como dos, sino como una.

--Bien.

--Así, pues, la vista también veía, según decimos, lo grande y lo pequeño, pero no separado, sino confundido.

--¿No es eso?

--Sí.

--Y para aclarar esta confusión, la mente se ha visto obligada a ver lo grande y lo pequeño no confundido, sino separado, al contrario que aquélla.

--Cierto.

--Pues bien, ¿no es de aquí de donde comienza a venirnos el preguntar qué es lo grande y qué lo pequeño?

--En un todo.

--Y de la misma manera llamamos a lo uno inteligible y a lo otro visible.

--Muy exacto --dijo.

VIII. --Pues bien, eso es lo que yo quería decir cuando afirmaba hace un momento que hay cosas provocadoras de la inteligencia y otras no provocadoras, y cuando a las que penetran en los sentidos en compañía de las opuestas a ellas las definía como provocadoras, y a las que no, como no despertadoras de la inteligencia.

--Ya me doy cuenta --dijo--, y así opino también.

--¿Y qué? El número y la unidad, ¿de cuáles te parece que son?

--No tengo idea --dijo.

--Pues juzga --dije-- por lo expuesto. Si la unidad es contemplada, o percibida por cualquier otro sentido, de manera suficiente y en sí misma, no será de las cosas que atraen hacia la esencia, como decíamos del dedo; pero si hay siempre algo contrario que sea visto al mismo tiempo que ella, de modo que no parezca más la unidad que lo opuesto a ésta, entonces hará falta ya quien decida, y el alma se verá en tal caso forzada a dudar y a investigar, poniendo en acción dentro de ella el pensamiento, y a preguntar qué cosa es la unidad en sí, y con ello la aprehensión de la unidad será de las que conducen y hacen volverse hacia la contemplación del ser.

--Pero esto --dijo-- ocurre en no pequeño grado con la visión de ella, pues vemos la misma cosa como una y como infinita multitud.

--Pues si tal ocurre a la unidad --dije yo--, ¿no les ocurrirá también lo mismo a todos los demás números?

--¿Cómo no?

--Ahora bien, toda la logística (logisti´h, arte del cálculo) y aritmética tienen por objeto el número.

--En efecto.

--Y así resultan aptas para conducir a la verdad.

--Sí, extraordinariamente aptas.

--Entonces parece que son de las enseñanzas que buscamos. En efecto, el conocimiento de estas cosas le es indispensable al guerrero a causa de la táctica, y al filósofo por la necesidad de tocar la esencia emergiendo del mar de la generación, sin lo cual no llegará jamás a ser un calculador.

--Así es dijo.

--Ahora bien, se da el caso de que nuestro guardián es guerrero y filósofo.

--¿Cómo no?

--Entonces, ¡oh Glaucón!, convendría implantar por ley esta enseñanza e intentar persuadir a quienes vayan a participar en las más altas funciones de la ciudad para que se acerquen a la logística y se apliquen a ella no de una manera superficial, sino hasta que lleguen a contemplar la naturaleza de los números con la sola ayuda de la inteligencia, y no ejercitándola con miras a las ventas o compras, como los comerciantes y mercachifles, sino a la guerra y a la mayor facilidad con que el alma misma pueda volverse de la generación a la verdad y la esencia.

--Muy bien dicho --contestó.

--Y he aquí --dije yo-- que, al haberse hablado ahora de la ciencia relativa a los números, observo también cuán sutil es ésta y cuán beneficiosa en muchos aspectos para nosotros con relación a lo que perseguimos; eso siempre que uno la practique con miras al conocimiento, no al trapicheo.

--¿Por qué? --dijo.

--Por lo que ahora decíamos: porque eleva el alma muy arriba y la obliga a discurrir sobre los números en sí, no tolerando en ningún caso que nadie discuta con ella aduciendo números dotados de cuerpos visibles o palpables. Ya sabes, creo yo, que quienes entienden de estas cosas se ríen del que, en una discusión, intenta dividir la unidad en sí. y no lo admiten; antes bien, si tú la divides, ellos la multiplican, porque temen que vaya a aparecer la unidad no como unidad, sino como reunión de varias partes.

--Gran verdad --asintió-- la que dices.

--iQué crees, pues, oh Glaucón? Si alguien les preguntara: «¡Oh hombres singulares! ¿Qué números son esos sobre que discurrís, en los que las unidades son tales como vosotros las suponéis, es decir, son iguales todas ellas entre sí, no difieren en lo más mínimo las unas de las otras y no contienen en sí ninguna parte?» ¿Qué crees que responderían?

--Yo creo que dirían que hablan de cosas en las cuales no cabe más que pensar, sin que sea posible manejarlas deningún otro modo.

--¿Ves, pues, oh mi querido amigo --dije yo--, cómo este conocimiento parece sernos realmente necesario, puesto que resulta que obliga al alma a usar de la inteligencia para alcanzar la verdad en sí?

--Efectivamente --dijo--, sí que lo hace.

--¿Y qué? ¿Has observado que a aquellos a los que la naturaleza ha hecho calculadores les ha dotado también de prontitud para comprender todas o casi todas las ciencias y que, cuando los espíritus tardos son educados y ejercitados en esta disciplina, sacan de ella, si no otro provecho, al menos el hacerse todos más vivaces de lo que antes eran?

--Así es --dijo.

--Y verdaderamente, creo yo que no te sería fácil encontrar muchas enseñanzas que cuesten más trabajo que ésta a quien la aprende y se ejercita en ella.

--No, en efecto.

--Razones todas por las cuales no hay que dejarla; antes bien, los mejor dotados deben ser educados en ella.

--De acuerdo --dijo.

IX. --Pues bien --dije--, dejemos ya sentada esta primera cosa. Pero hay una segunda que sigue a ella, de la que debemos considerar si tal vez nos interesa.

--¿Qué es ello? ¿Te refieres acaso --dijo-- a la geometría?.

--A eso mismo --dije yo.

--Pues en cuanto de ella se relaciona con las cosas de la guerra --dijo--, es evidente que sí que nos interesa. Porque en lo que toca a los campamentos y tomas de posiciones y concentraciones y despliegues de tropas y a todas las demás maniobras que, tanto en las batallas mismas como en las marchas, ejecutan los ejércitos, una misma persona procederá de manera diferente si es geómetra que si no lo es.

--Sin embargo --dije--, para tales cosas sería suficienteuna pequeña parte de la geometría y del cálculo. Pero es precisamente la mayor y más avanzada parte de ella la que debemos examinar para ver si tiende a aquello que decíamos, a hacer que se contemple más fácilmente la idea del bien. Y tienden a ese fin, decimos, todas las cosas que obligan al alma a volverse hacia aquel lugar en que está lo más dichoso de cuanto es, lo que a todo trance tiene ella que ver.

--Dices bien --asintió.

--De modo que si obliga a contemplar la esencia, conviene; y si la generación, no conviene.

--Tal decimos, en efecto.

--Pues bien --dije yo--. he aquí una cosa que cuantos sepan algo, por poco que sea, de geometría no nos irán a discutir: que con esta ciencia ocurre todo lo contrario de lo que dicen de ella cuantos la practican.

--¿Cómo? --dijo.

--En efecto, su lenguaje es sumamente ridículo y forzado, pues hablan como si estuvieran obrando y como si todas sus explicaciones las hicieran con miras a la práctica, y emplean toda clase de términos tan pomposos como «cuadrar», «aplicar» y «adicionar»; sin embargo, toda esta disciplina es, según yo creo, de las que se cultivan con miras al conocimiento.

--Desde luego --dijo.

--¿Y no hay que convenir también en lo siguiente?

--¿En qué?

--En que es cultivada con miras al conocimiento de lo que siempre existe, pero no de lo que en algún momento nace o muere.

--Nada cuesta convenir en ello --dijo--; en efecto, la geometría es conocimiento de lo que siempre existe.

--Entonces, ¡oh mi noble amigo!, atraerá el alma hacia la verdad y formará mentes filosóficas que dirijan hacia arriba aquello que ahora dirigimos indebidamente hacia abajo.

--Sí, y en gran manera --dijo.

--Pues bien --repliqué--, en gran manera también hay que ordenar a los de tu Calípolis (nombre de la ciudad ideal) que no se aparten en absoluto de la geometría. Porque tampoco son exiguas sus ventajas accesorias.

--¿Cuáles? --dijo.

--No sólo --dije-- las que tú mismo citaste con respecto a la guerra, sino que también sabemos que, por lo que toca a comprender más fácilmente en cualquier otro estudio, existe una diferencia total y absoluta entre quien se ha acercado a la geometría y quien no.

--Sí, ¡por Zeus!, una diferencia absoluta --dijo.

--¿Establecemos, pues, ésta como segunda enseñanza para los jóvenes?

--Establezcámosla --dijo .

X. --¿Y qué? ¿Establecemos como tercera la astronomía? ¿O no estás de acuerdo?

--Sí, por cierto --dijo--. Pues el hallarse en condiciones de reconocer bien los tiempos del mes o del año no sólo es útil para la labranza y el pilotaje, sino también no menos para el arte estratégico. [...]


repíteme con más claridad lo que decías hace un momento. Ponías ante todo, si mal no recuerdo, el estudio de las superficies, es decir, la geometría.

--Sí --dije yo.

--Y después --dijo--, al principio pusiste detrás de ella la astronomía; pero luego te volviste atrás.

--Es que --dije-- el querer exponerlo todo con demasiada rapidez me hace ir más despacio. Pues a continuación viene el estudio del desarrollo en profundidad; pero como no ha originado sino investigaciones ridículas, lo pasé por alto y, después de la geometría, hablé de la astronomía, es decir, del movimiento en profundidad.

--Bien dices --asintió.

--Pues bien --dije--, pongamos la astronomía como cuarta enseñanza, dando por supuesto que la ciudad contará con la disciplina que ahora hemos omitido tan pronto como quiera ocuparse de ella.[...]

XI. --Pero ¿de qué manera, distinta de la usual, decías que era menester aprender la astronomía para que su conocimiento fuera útil con respecto a lo que decimos?

--Del modo siguiente --dije yo--: de estas tracerías con que está bordado el cielo hay que pensar que son, es cierto, lo más bello y perfecto que existe en su género; perotambién que, por estar labradas en materia visible, desmerecen en mucho de sus contrapartidas verdaderas, es decir, de los movimientos con que, en relación la una con la otra y según el verdadero número y todas las verdaderas figuras, se mueven, moviendo a su vez lo que hay en ellas, la rapidez en sí y la lentitud en sí; movimientos que son perceptibles para la razón y el pensamiento, pero no para la vista. ¿O es que crees otra cosa?

--En modo alguno --dijo.

--Pues bien --dije--, debemos servirnos de ese cielo recamado como de un ejemplo que nos facilite la comprensión de aquellas cosas, del mismo modo que si nos hubiésemos encontrado con unos dibujos exquisitamente trazados y trabajados por mano de Dédalo o de algún otro artista o pintor. En efecto, me figuro yo que cualquiera que entendiese de geometría reconocería, al ser una tal obra, que no la había mejor en cuanto a ejecución; pero consideraría absurdo el ponerse a estudiarla en serio con idea de encontrar en ella la verdad acerca de lo igual o de lo doble o de cualquier otra proporción.

--¿Cómo no va a ser absurdo? --dijo.

--Pues bien, al que sea realmente astrónomo --dije yo--, ¿no crees que le ocurrirá lo mismo cuando mire a los movimientos de los astros? Considerará, en efecto, que el artífice del cielo ha reunido, en él y en lo que hay en él, la mayor belleza que es posible reunir en semejantes obras; pero en cuanto a la proporción de la noche con respecto al día y de éstos con respecto al mes y del mes con respecto al año y de los demás astros relacionados entre sí y con aquéllos, ¿no crees que tendrá por un ser extraño a quien opine que estas cosas ocurren siempre del mismo modo y que, aun teniendo cuerpos y siendo visibles, no varían jamás en lo más mínimo, e intente por todos los medios buscar la verdad sobre ello?

--Tal es mi opinión --contestó--, ahora que te lo oigo decir

--Entonces --dije yo-- practicaremos la astronomía del mismo modo que la geometría, valiéndonos de problemas, y dejaremos las cosas del cielo, si es que queremos tornar de inútil en útil, por medio de un verdadero trato con la astronomía, aquello que de inteligente hay por naturaleza en el alma.

--Verdaderamente --dijo--, impones una tarea muchas veces mayor que la que ahora realizan los astrónomos.

--Y creo también --dije yo-- que si para algo servimos en calidad de legisladores, nuestras prescripciones serán similares en otros aspectos.

XII. Pero ¿puedes recordarme alguna otra de las enseñanzas adecuadas?

--No puedo --dijo--, al menos así, de momento.

--Pues no es una sola --contesté--, sino muchas las formas que, en mi opinión, presenta el movimiento. Todas ellas las podría tal vez nombrar el que sea sabio; pero las que nos saltan a la vista incluso a nosotros son dos.

--¿ Cuáles ?

--Además de la citada --dije yo--, la que responde a ella.

--¿Cuál es esa?

--Parece --dije-- que, así como los ojos han sido constituidos para la astronomía, del mismo modo los oídos lo han sido con miras al movimiento armónico, y que estas ciencias son como hermanas entre sí, según dicen los pitagóricos, con los cuales, ¡oh Glaucón!, estamos de acuerdo también nosotros. ¿O de qué otro modo opinamos?.

--Así --dijo. [...]

XIII. --Y yo creo --dije--, con respecto al estudio de todas estas cosas que hemos enumerado, que si se llega par medio de él a descubrir la comunidad y afinidad existentes entre unas y otras y a colegir el aspecto en que son mutuamente afines, nos aportará alguno de los fines que perseguimos y nuestra labor no será inútil; pero en caso contrario lo será.

--Eso auguro yo también --dijo--. Pero es un enorme trabajo el que tú dices, ¡oh Sócrates!

--¿Te refieres al preludio --dije yo o a qué otra cosa? ¿0 es que no sabemos que todas estas cosas no son más que el preludio de la melodía que hay que aprender? Pues no creo que te parezca que los entendidos en estas cosas son dialécticos.

--No, ¡por Zeus! --dijo--, excepto un pequeñísimo número de aquellos con los que me he encontrado.

--Pero entonces --dije--, quienes no son capaces de dar o pedir cuenta de nada, ¿crees que sabrán jamás algo de lo que decimos que es necesario saber?

--Tampoco eso lo creo --dijo.

--Entonces, ¡oh Glaucón! --dije--, ¿no tenemos ya aquí la melodía misma que el arte dialéctico ejecuta? La cual, aun siendo inteligible, es imitada por la facultad de la vista, de la que decíamos que intentaba ya mirar a los propios animales, y luego a los propios astros, y por fin, al mismo sol. E igualmente, cuando uno se vale de la dialéctica para intentar dirigirse, con ayuda de la razón y sin intervención de ningún sentido, hacia lo que es cada cosa en sí, y cuando no desiste hasta alcanzar, con el solo auxilio de la inteligencia, lo que es el bien en sí, entonces llega ya al término mismo de lo inteligible, del mismo modo que aquél llegó entonces al de lo visible.

--Exactamente --dijo.

--¿Y qué? ¿No es este viaje lo que llamas dialéctica?

--¿Cómo no?

--Y el liberarse de las cadenas --dije yo-- y volverse de las sombras hacia las imágenes y el fuego, y ascender desde la caverna hasta el lugar iluminado por el sol y no poder allí mirar todavía a los animales ni a las plantas ni a la luz solar, sino únicamente a los reflejos divinos que se ven en las aguas y a las sombras de seres reales, aunque no ya a las sombras de imágenes proyectadas por otra luz que, comparada con el sol, es semejante a ellas; he aquí los efectos que produce todo ese estudio de las ciencias que hemos enumerado, el cual eleva a la mejor parte del alma hacia la contemplación del mejor de los seres, del mismo modo que antes elevaba a la parte más perspicaz del cuerpo hacia la contemplación de lo más luminoso que existe en la región material y visible.

--Por mi parte --dijo--, así lo admito. Sin embargo, me parece algo sumamente difícil de admitir, aunque es también difícil, por otra parte, el rechazarlo. De todos modos,como no son cosas que hayan de ser oídas solamente en este momento, sino que habrá que volver a ellas otras muchas veces, supongamos que esto es tal como ahora se ha dicho y vayamos a la melodía en sí y estudiémosla del mismo modo que lo hemos hecho con el proemio. Dinos, pues, cuál es la naturaleza de la facultad dialéctica y en cuántas especies se divide y cuáles son sus caminos, porque éstos parece que van por fin a ser los que conduzcan a aquel lugar una vez llegados al cual podamos descansar de nuestro viaje ya terminado.

--Pero no serás ya capaz de seguirme, querido Glaucón --dije--, aunque no por falta de buena voluntad por mi parte; y entonces contemplarías, no ya la imagen de lo que decimos, sino la verdad en sí, o al menos lo que yo entiendo por tal. Será así o no lo será, que sobre eso no vale la pena de discutir; pero lo que sí se puede mantener es que hay algo semejante que es necesario ver. ¿No es eso?

--¿Cómo no?

--¿No es verdad que la facultad dialéctica es la única que puede mostrarlo a quien sea conocedor de lo que ha poco enumerábamos, y que no es posible llegar a ello por ningún otro medio?

--También esto merece ser mantenido --dijo.

--He aquí una cosa al menos --dije yo-- que nadie podrá afirmar contra lo que decimos, y es que exista otro método que intente, en todo caso y con respecto a cada cosa en sí, aprehender de manera sistemática lo que es cada una de ellas. Pues casi todas las demás artes versan o sobre las opiniones y deseos de los hombreso sobre los nacimientos y fabricaciones, o bien están dedicadas por entero al cuidado de las cosas nacidas y fabricadas. Y las restantes, de las que decíamos que aprehendían algo de lo que existe, es decir, la geometría y las que le siguen, ya vemos que no hacen más que soñar con lo que existe, pero que serán incapaces de contemplarlo en vigilia mientras, valiéndose de hipótesis, dejen éstas intactas por no poder dar cuenta de ellas. En efecto, cuando el principio es lo que uno no sabe y la conclusión y parte intermedia están entretejidas con lo que uno no conoce, ¿qué posibilidad existe de que una semejante concatenación llegue jamás a ser conocimiento ?.

--Ninguna --dijo .

XIV. --Entonces --dije yo--, el método dialéctico es el único que, echando abajo las hipótesis, se encamina hacia el principio mismo para pisar allí terreno firme; y al ojo del alma, que está verdaderamente sumido en un bárbaro lodazal, lo atrae con suavidad v lo eleva a las alturas, utilizando como auxiliares en esta labor de atracción a las artes ha poco enumeradas, que, aunque por rutina las hemos llamado muchas veces conocimientos, necesitan otro nombre que se pueda aplicar a algo más claro que la opinión, pero más oscuro que el conocimiento. En algún momento anterior empleamos la palabra «pensamiento»; pero no me parece a mí que deban discutir por los nombres quienes tienen ante sí una investigación sobre cosas tan importantes como ahora nosotros.

--No, en efecto --dijo.

--Pero ¿bastará con que el alma emplee solamente aquel nombre que en algún modo haga ver con claridad la condición de la cosa?

--Bastará.

--Bastará, pues --dije yo--, con llamar, lo mismo que antes, a la primera parte, conocimiento; a la segunda, pensamiento; a la tercera, creencia, e imaginación a la cuarta. Y a estas dos últimas juntas opinión; y a aquellas dos primeras juntas, inteligencia. La opinión se refiere a la generación, y la inteligencia, a la esencia; y lo que es la esencia con relación a la generación, lo es la inteligencia con relación a la opinión, y lo que la inteligencia con respecto a la opinión, el conocimiento con respecto a la creencia y el pensamiento con respecto a la imaginación. En cuanto a la correspondencia de aquello a que estas cosas se refieren y a la división en dos partes de cada una de las dos regiones, la sujeta a opinión y la inteligible, dejémoslo, ¡oh Glaucón!, para que no nos envuelva en una discusión muchas veces más larga que la anterior.

--Por mi parte --dijo--, estoy también de acuerdo conestas otras cosas en el grado en que puedo seguirte.

--¿Y llamas dialéctico al que adquiere noción de la esencia de cada cosa? Y el que no la tenga, ¿no dirás que tiene tanto menos conocimiento de algo cuanto más incapaz sea de darse cuenta de ello a sí mismo o darla a los demás?

--¿Cómo no voy a decirlo? --replicó.

--Pues con el bien sucede lo mismo. Si hay alguien que no pueda definir con el razonamiento la idea del bien, separándola de todas las demás, ni abrirse paso, como en una batalla, a través de todas las críticas, esforzándose por fundar sus pruebas no en la apariencia, sino en la esencia, ni llegar al término de todos estos obstáculos con su argumentación invicta, ¿no dirás, de quien es de ese modo, que no conoce el bien en sí ni ninguna otra cosa buena, sino que, aun en el caso de que tal vez alcance alguna imagen del bien, la alcanzará por medio de la opinión, pero no del conocimiento; y que en su paso por esta vida no hace más que soñar, sumido en un sopor de que no despertará en este mundo, pues antes ha de marchar al Hades para dormir allí un sueño absoluto?

--Sí, ¡por Zeus! --exclamó--; todo eso lo diré, y con todas mis fuerzas.

--Entonces, si algún día hubieras de educar en realidad a esos tus hijos imaginarios a quienes ahora educas e instruyes, no les permitirás, creo yo, que sean gobernantes de la ciudad ni dueños de lo más grande que haya en ella mientras estén privados de razón, como líneas irracionales.

--No, en efecto --dijo.

--¿Les prescribirás, pues, que se apliquen particularmente a aquella enseñanza que les haga capaces de preguntar y responder con la máxima competencia posible?

--Se lo prescribiré --dijo--, pero de acuerdo contigo.

--¿Y no crees --dije yo-- que tenemos la dialéctica en lo más alto, como una especie de remate de las demás enseñanzas, y que no hay ninguna otra disciplina que pueda ser justamente colocada por encima de ella, y que ha terminado ya lo referente a las enseñanzas?

--Sí que lo creo --dijo.

República, 521c-535a. (Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1969, p.13-38. Traducción de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano).