Platón: el ser y el no ser, crítica de Parménides

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Extractos de obras

[Sofista, 244b-245e]

El extranjero. --¿No debemos también aplicar toda nuestra habilidad en interrogar a los que dicen que todo es uno, para saber lo que pueden entender por el ser?

Teeteto. --Sí, ciertamente.

--Así pues, que me respondan. ¿Decís que no existe más que una sola cosa? Sí, lo decimos, responderán. ¿No es cierto?

--Sí.

--Pero, ¿lo que llamáis ser, es algo?

--Sí.

--Y este algo, es lo mismo que llamáis el uno, dando dos nombres a un solo objeto, o es otra cosa?

--¿Qué respuesta podrán dar, extranjero?

--Está claro, mi querido Teeteto, que si se admite la hipótesis que le sirve de punto de partida, no es fácil responder a esta pregunta.

--¿Cómo?

--Reconocer que existen dos nombres, después de haber afirmado que no existe más que una sola cosa, sería ridículo.

--En efecto.

--Y hay más. Ni siquiera pueden emplear ningún nombre sin oponerse a la razón.

--¿Y cómo es esto?

--Al poner el nombre como diferente de la cosa, se reconocen dos cosas.

--Es cierto.

--Y si se pone el nombre como idéntico a la cosa, habrá que reconocer que no es el nombre de nada; o si se quiere que sea el nombre de algo, se hallará que el nombre es únicamente el nombre de un nombre.

--Sin duda.

--Y el uno, siendo sólo la unidad de la unidad, no es igualmente más que la unidad de un nombre.

--Necesariamente.

--Pero, ¿dirán que el todo difiere del ser uno, o que le es idéntico?

--Ciertamente dirán, y dicen, que es idéntico a él.

--Pero si el todo es, como dice Parménides, «semejante en la forma a una esfera completamente redonda, cuyos radios salen del centro, iguales en todas las direcciones, pues no puede ser que sea más pequeño de un lado que de otro», si el ser es así, el ser tiene un medio y unas extremidades, y si tiene todo esto, necesariamente ha de tener partes. ¿No es así?

--Sin duda.

--Sin embargo, nada impide que una cosa dividida en partes participe de la unidad, y así no hay ser ni todo que no pueda ser uno.

--Nada lo impide.

--Pero, ¿lo que participa así del uno, no es imposible que sea el uno mismo?

--¿Cómo?

--Sólo lo que es absolutamente sin partes es verdaderamente uno si queremos hablar con exactitud.

--Necesariamente.

--Ahora bien, lo que está compuesto de varias partes no está conforme con esta definición.

--Ya lo comprendo.

--Pero el ser que participa en la unidad, se convierte en uno y todo; ¿o bien negaremos absolutamente que el ser sea todo?

--Me propones una elección difícil.

--Lo que dices es verdad. Pues si el ser es uno sólo en tanto que participa del uno, no aparece idéntico al uno, y el universo no se reduce a un solo principio.

--Es cierto.

--Y por otro lado, si el ser no es todo por participación en el uno, y no obstante el todo en sí existe, de ello se sigue que el ser se falta a si mismo.

--Sin duda.

--Y según este razonamiento, el ser, al faltarse a sí mismo, será no-ser.

--Indudablemente.

--Y entonces el universo no se reduce a un solo principio, porque el ser y el todo tienen cada uno una naturaleza distinta.

--Sí.

--Pero si el todo no existe, lo mismo ocurrirá con el ser, y no sólo no será, sino que nunca podrá ser.

--¿Por qué?

--Lo que llega a ser, llega a ser siempre entero. De suerte que no puede reconocerse ni el ser ni el devenir como reales si no se cuentan el uno o el todo en el número de los seres.

--Parece que debe ser así.

--Además, es imposible que lo que no es todo sea más o menos grande, ya que lo que tiene una cantidad, cualquiera que sea, por esta cantidad misma forma necesariamente un todo.

--Así es.

--Igualmente, surgirán miríadas de dificultades al que diga que el ser es dos o que no es más que uno.

--Es lo que muestran suficientemente las que acabamos de entrever. Se encadenan la una a la otra. Cuanto más se avanza, más impedimentos se hallan y más se desvía cualquiera en este punto tan obscuro. Sin embargo, falta mucho para que hayamos pasado revista a todos los que han hablado sutilmente del ser y del no-ser. Pero ya es suficiente.

[....]

[Sofista, 252e-259b]

El extranjero. ¿Sabes que hemos desconfiado de Parménides más de lo que él permite?

Teeteto. ¿Por qué?

--Más de lo que él tiene prohibido examinar hemos demostrado contra él, habiendo ido más adelante con nuestras búsquedas.

--¿Cómo?

--Pues él dice en alguna parte: «Porque jamás en modo alguno es posible que el no ser sea, antes bien, de este camino de búsqueda aparta el pensamiento».

--Pues así dice.

--Y nosotros no sólo hemos demostrado que los no seres existen, sino que hemos puesto en evidencia la forma que precisamente es la del no ser, ya que al haber demostrado que el ser de lo otro existe, y dividido entre todos los seres, en su mutua relación contraponiendo cada parte de aquélla al ser, nos hemos atrevido a decir que esto es realmente el no ser.

--Y me parece, extranjero, que hemos dicho la verdad pura.

--Pues entonces, que nadie diga de nosotros que habiendo descubierto que el no ser es lo contrario del ser tenemos la audacia de decir que existe. Porque nosotros ya hace tiempo que hemos prescindido de la cuestión de si algún contrario del ser existe o no, si es racional o absolutamente irracional; en cuanto a lo que ahora decíamos que es el no ser, o bien que alguien nos refute y nos convenza de que no hemos dicho bien, o mientras no pueda hacerlo, que él diga lo mismo que decimos nosotros: que las clases pueden mezclarse entre sí, que el ser y lo otro, según van penetrando todas las cosas y mutuamente, lo otro participa del ser y existe debido a tal participación, pero no es aquello de que participa sino otro, y siendo otro que el ser, existe con toda certeza y por fuerza como no ser; y, por el contrario, el ser al participar de lo otro, será otro respecto de las otras especies, y siendo otro que todas ellas, no es ni cada una de ellas, ni todas las demás, excepto él mismo; de manera que el ser, de modo indudable, no es millares y millares de veces, y los otros, tanto individualmente como en su conjunto, son de muchas maneras y de muchas maneras no son.

Sofista, 244b-245e., y Sofista, 252e-259b. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad antigua, Herder, Barcelona 1982, p.22-23).