Platón: dos clases de igualdad

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Extractos de obras

La elección desarrollada de este modo sería algo intermedio entre el régimen monárquico y el democrático, de los cuales es menester que siempre participe toda constitución; pues no es posible que jamás se hagan amigos los esclavos y los dueños, ni tampoco la gente baja y los hombres de pro, a pesar de que se hable de las mismas dignidades para unos y otros. Porque para quienes son desiguales la igualdad se hará desigualdad si no se le aplica una medida, y esas son las dos causas por las que se llenan de disensiones los regímenes políticos. Hay, en efecto, un antiguo dicho, el de que la igualdad produce amistad, que es verdadero y se ha formulado con mucha exactitud y sensatez; pero qué clase de igualdad será la que actúa de ese modo, he aquí algo que, por no estar enteramente claro, nos perturba en grado sumo. Pues habiendo dos clases de igualdad, homónimas, es cierto, pero de hecho casi opuestas entre sí por muchos modos, la una de ellas, la igualdad determinada por la medida, el peso y el número, no hay ciudad ni legislador que no sea capaz de aplicarla con respecto a los honores asignándola por sorteo en lo que toca a los repartos; mientras que la más auténtica y más excelente igualdad, eso ya no es fácil para cualquiera el dilucidarlo. Porque ésta nace del juicio de Zeus, y es siempre pequeña la medida en que presta su ayuda a los hombres; pero, eso sí, sea cualquiera el grado en que colabore con las ciudades o particulares, lo que produce es todo bueno. Otorga, en efecto, más al que es mayor y menos al que es menor, dando a cada uno lo adecuado a su naturaleza; y también en cuanto a distinciones, concediéndoselas siempre mayores a los más excelentes en punto a virtud y al contrario a los que son de manera distinta por lo que toca a virtud y educación, distribuye proporcionalmente lo conveniente para cada cual. Ahora bien, para nosotros, según creo, la política no es nunca más que esto mismo, lo justo, a lo cual, ¡oh, Clinias!, debemos ahora tender, teniendo la vista fija en ese tipo de igualdad, en la fundación de la ciudad que ahora está naciendo. Y si hay alguna vez alguien más que funde otra ciudad, mirando a esto mismo también será menester que legisle: no a unos pocos tiranos ni a uno solo ni a ninguna clase de poder del pueblo, sino siempre a lo justo, que es precisamente lo que ahora mismo se dijo, la igualdad asignada en cada momento a desiguales según naturaleza. Ahora bien, es inevitable el servirse de estosnombres en un sentido algo desviado para toda ciudad que no quiera tener que ver con la discordia en ninguno de sus miembros, pues lo acomodaticio y lo indulgente no son, cuando se producen, sino torsiones hechas contra la más estricta justicia a lo integro y exacto; no hay, pues, más remedio que recurrir a la igualdad basada en el sorteo con miras al posible descontento de los más, pero invocando entonces en nuestras preces a la divinidad y a la buena suerte para que enderecen el sorteo hacia lo más justo. Resulta, por tanto, forzoso servirse en ese modo de ambos tipos de igualdad; pero recurriendo el menor número posible de veces a una de ellas, la que necesita del azar.

Tal es, y por tales razones, lo que es imprescindible, amigos míos, que haga del modo dicho la ciudad que quiera sobrevivir. Y como una nave que boga por el mar necesita una constante vigilancia de noche y de día, del mismo modo la ciudad, que navega en la marejada de las demás ciudades y vive en peligro de caer en toda clase de emboscadas, debe establecer, a lo largo del día hasta la noche y durante la noche hasta el otro día, una cadena en que se sucedan vigilando magistrados y no cesen jamás de relevar sucesivamente a otros magistrados o de hacerles entrega de la guardia.

Leyes, 757a-758a. (Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1960, Vol. 1, p.205-206).