En torno a la voluntad de poder, - {{{Autor}}}

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Extractos de obras

Ausencia de fuerza infinita

Ha existido una cantidad infinita de estados energéticos, pero no de estados diferentes hasta el infinito: esto supondría una energía indefinida. La energía sólo tiene un «número» de cualidades posible. (Fragmentos, p. 7.)

¿Qué precepto y cuál creencia expresan mejor la revolución desencadenada por el triunfo del espíritu científico sobre el espíritu religioso inventor de dioses? Nosotros insistimos en el hecho de que el universo, en tanto que fuerza, no puede ser imaginado como ilimitado -nosotros nos prohibimos el concepto de una fuerza infinita, por inconciliable con el concepto de «fuerza». (Voluntad de Poder, libro II, § 310.)

Concebidas como siempre nuevas, hasta el infinito, las mutaciones o los estados de una energía determinada representan una contradicción, para toda magnitud o economía en el cambio que se le suponga, si esta energía es eterna. Deberíamos sacar estas conclusiones: 1. O bien que su actividad empezó en un momento determinado y que terminará en otro -pero un comienzo en la actividad es absurdo, pues si la energía se encontrase en equilibrio, ¡ella permanecería en ese estado perpetuamente! 2. O bien que no sufre cambios siempre nuevos, hasta el infinito, sino que la sucesión cíclica de un determinado número de tales cambios se desarrolla repitiéndose sin fin: la actividad es eterna, pero el número de las cosas producidas y de los estados energéticos es finito. (Fragmentos.)

Fuerza y voluntad de poder.

El concepto triunfal de «fuerza» con que nuestros físicos crearon a Dios y el universo precisa de un complemento; se le debe atribuir una voluntad interior que yo llamaríavoluntad de poder, es decir el deseo insaciable de manifestar poder, o incluso el uso y el ejercicio de poder, del instinto creador, etc. Los físicos no escaparán a la «repercusión a distancia» de sus principios, ni tampoco a una fuerza repulsiva o (atractiva). No sirve de nada: se debe considerar que todos los movimientos,todos los «fenómenos», todas las «leyes», no son más que los síntomas de los hechos internos y que para ello se valen de la analogía humana. En el animal, pueden deducirse todos los instintos a partir de la voluntad de poder; del mismo modo todas las funciones de la vía orgánica derivan de esta única y misma fuente. (Voluntad de Poder, libro II, § 309.)

Ni finalidad ni equilibrio en el universo.

Remontémonos, por una vez, hacia atrás. Si el universo tuviese una finalidad, ésta debería haber sido alcanzada. Si existiese para él un estado final, también debería haberlo alcanzado. Si fuese capaz de permanencia e inmovilidad y si, en todo su desarrollo, se encontrase un soto instante de «ser», en sentido estricto, ya no podría haber más devenir, y por lo tanto no podría pensarse ni observarse devenir alguno. Si el mundo se renovase eternamente, se supondría que es un ser maravilloso, divinamente libre de crear siempre a partir de sí mismo. La renovación perpetua presupone que la fuerza se desarrolle a partir de sí misma por libre decisión, que ella tenga no sólo la intención sino los medios para evitar cualquier repetición, cualquier recaída en una forma antigua, y, por lo tanto, que pueda en cada instante controlar cada uno de sus movimientos para eludir esa repetición -o incluso que sea incapaz de retornar a la misma posición: o sea que la masa de esa fuerza no sería en absoluto constante, como tampoco lo serían las cualidades de esa fuerza. Nos es absolutamente imposible concebir una fuerza inestable, ondulatoria. Si queremos evitar imaginar lo impensable, y no recaer en el ancestral concepto de un Creador (aumento sacado de la nada, disminución venida de la nada, arbitrariedad y libertades absolutas en el crecimiento y en las cualidades)... (Voluntad de Poder, libro II, §322.)

Si alguna vez se hubiese alcanzado un equilibrio de fuerza, todavía duraría; en consecuencia, no se ha producido nunca. El instante presente contradice esa hipótesis. Si se admite que alguna vez hubo un estado absolutamente idéntico al actual, esa hipótesis no se ve refutada por el estado actual. Entre la infinidad de casos posibles, este caso debe haber ocurrido ya, porque hasta ahora ya ha transcurrido un tiempo infinito. Si el equilibrio fuese posible, tendría que haberse producido. -Y si este momento actual ya existió, entonces también tuvieron que haber existido el que lo produjo, y el anterior a este último, etc. -de donde resulta que también él ya existió una segunda, una tercera vez, y que volverá a producirse una segunda, una tercera vez, un número infinito de veces en el pasado y en el futuro. Es decir que todo el devenir consiste en la repetición de un número finito de estados absolutamente idénticos entre sí. -El número de las combinaciones posibles, sin duda, no cabe en la imaginación de los cerebros humanos; pero en todo estado de causa, el estado actual es uno de los estados posibles, abstracción hecha de nuestra capacidad o incapacidad para juzgar en materia de posibles -pues es real. Luego debería decirse: todos los estados reales deben haber tenido en el pasado un estado que fuese idéntico a cada uno de ellos, suponiendo que el número de casos no sea infinito y que, en el curso del tiempo infinito, no pueda realizarse más que un número limitado de casos; en efecto, si se remonta el pasado a partir de un estado cualquiera, anteriormente ya habrá transcurrido una eternidad. Las fuerzas en estado de reposo, su equilibrio, es un caso imaginable, pero no se ha dado: por consiguiente, el número de las posibilidades es superior al de las realidades. -Si no reaparece nada idéntico, ello podría explicarse no por el azar sino por una finalidad inherente a la naturaleza misma de la fuerza: pues si se supone una masa enorme de casos, la repetición fortuita de una misma suerte de dados es más probable que una no-identidad absoluta. (Voluntad de Poder, libro II, § 324.)

Si el mundo tuviese un fin, ese fin ya se habría alcanzado. Si tuviese algún estado final no intencionado, también lo habría alcanzado. Si el mundo fuese, en general, capaz de inmovilizarse, de cristalizarse, de «ser», si en toda la serie del devenir poseyese un sólo instante esa capacidad de «ser», haría mucho tiempo que hubiera terminado todo devenir y, por lo tanto, todo pensamiento, todo «espíritu». El hecho de que exista el «espíritu», y de que sea un devenir, demuestra que el universo no tiene finalidad, ni estado final, ni que es capaz de ser. Pero la vieja costumbre de imaginar un fin en todo desarrollo de hechos y un Dios creador que dirige el universo es tan fuerte que al pensador le cuesta trabajo no imaginar que la ausencia de finalidad en el universo no sea a su vez una intención. La idea de que el mundo evita deliberadamente una meta y que sabe prevenirse astutamente de caer en un movimiento cíclico debió ocurrírseles a todos los que querían imponer al universo la facultad de producir eternamente novedad, o sea, de imponer a una fuerza finita, definida, de magnitud variable como es el «mundo», la maravillosa capacidad de transformar hasta el infinito sus formas y posiciones. El mundo, incluso si ya no es un Dios, debe, no obstante, poseer virtualmente la fuerza creadora divina, una fuerza de infinitas metamorfosis; debe abstenerse voluntariamente de caer en una de sus antiguas formas; debe tener no sólo la intención sino los medios para guardarse de toda repetición; debe, por consiguiente, controlar en todo momento cada uno de sus movimientos, para evitar determinadasmetas, determinados estados finales, determinadas repeticiones -tales son, entre otras, las consecuencias de un modo de pensar y de un deseo tan atrasados como imperdonables. Tal es esta vieja mentalidad, estos ancestrales deseos, esta necesidad nostálgica de creer que el mundo es semejante por lo menos en algún punto a este atávico Dios tan amado, ese Dios infinito, con ilimitado poder creador; tal es la necesidad de pensar que «el Dios de antaño vive aún», por lo menos en alguna parte; tal es la nostalgia que se expresa en la frase de Spinoza: Deus sive natura (su sentimiento era igualmente: Natura sive deus). Pero ¿qué principio, qué credo expresa más exactamente el cambio decisivo, la preponderancia ahora alcanzada por el espíritu científico sobre el espíritu religioso inventor de los dioses? ¿No es aquel que dice: El mundo, como fuerza, no debe ser concebido como ilimitado, porque no puede ser concebido de este modo; nosotros rechazamos el concepto de una fuerza infinita porque es irreconciliable con el concepto de «fuerza»? Luego, al mundo le falta la facultad de producir eterna novedad. (Voluntad de Poder, libro II, § 330).

Título En torno a la voluntad de poder,
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