El pensamiento también puede cometer este pecado. Por ejemplo, cuando plantea los problemas del hombre en los que «le va en ello todo» en términos objetivos, limitando la impersonalidad de los problemas científicos. Podría creerse que la aportación de la antropología y de la teología cristianas al pensamiento occidental habían hecho imposible tal actitud del espíritu. Pero la impregnación de los modos de pensar heredados de la Antigüedad, más tarde la polarización de la reflexión moderna por las técnicas científicas, finalmente el racionalismo de las luces, bastardo de estos dos impersonales, han constituido sólidos bastiones de resistencia al impulso cristiano, hasta en el mismo corazón de las filosofías de nombre cristiano. Sea la «materia», disponiendo necesariamente sus medidas impasibles; «la vida», trastornando las especies y los individuos en su río sin orillas; lo «económico», determinando sordamente las voluntades humanas, o el «espíritu», desarrollando sus procesos lógicos; el «ideal», haciendo un discurso al acontecimiento, o los «principios», aplastando a un alma inquieta, de todas partes, «espiritualismos» y «materialismos» convergen en todas las iniciativas del pensamiento moderno sus amenazas contra la persona. Y no son únicamente amenazas ideológicas. Todas las dictaduras modernas han nacido de ellas: las de la diosa razón, en Francia, en 1793, las más recientes de la raza y de la economía o del estado. Todas las debilidades de sus adversarios idealistas son aún sus consecuencias.
Manifiesto al servicio del personalismo. Taurus, Madrid 1967, p. 297-298. |