Leibniz: el error de Descartes

Extractos de obras

el «error» de Descartes

Usualmente nuestros filósofos se sirven de la famosa regla de que Dios conserva siempre la misma cantidad de movimiento en el mundo. En efecto, es muy plausible, y en otro tiempo yo la tenía por indubitable. Pero después he reconocido en qué consiste el error. Es que el señor Descartes y otros muchos hábiles matemáticos han creído que la cantidad de movimiento, es decir, la velocidad multiplicada por la magnitud del móvil, conviene enteramente con la fuerza motriz, o, para hablar geométricamente, que las fuerzas están en razón compuesta de las velocidades y los cuerpos. Y es razonable que se conserve siempre la misma fuerza en el universo. También, cuando se presta atención a los fenómenos, se ve bien que el movimiento continuo mecánico no existe, porque así la fuerza de una máquina, que siempre disminuye un poco por el roce y tiene que acabar pronto, se repararía, y por consiguiente se aumentaría por sí misma sin ninguna nueva impulsión externa; y se observa también que la fuerza de un cuerpo no disminuye sino a medida que la cede a algunos cuerpos contiguos o a sus propias partes, en tanto que tienen un movimiento independiente. Así han creído que lo que se puede decir de la fuerza se podría decir también de la cantidad de movimiento. Pero para mostrar su diferencia supongo que un cuerpo que cae de cierta altura adquiere fuerza para volver a subir a ella, si su dirección lo lleva así, a menos que se encuentren algunos obstáculos; por ejemplo, un péndulo volvería a subir perfectamente a la altura de que ha bajado, si la resistencia del aire y algunos otros pequeños obstáculos no disminuyeran un poco su fuerza adquirida. Supongo también que hace falta tanta fuerza para elevar un cuerpo A de una libra a la altura CD de cuatro toesas, como para elevar un cuerpo B de cuatro libras a la altura de una toesa. En todo están de acuerdo nuestros nuevos filósofos. Es, pues, evidente que, habiendo caído el cuerpo A de la altura CD, ha adquirido precisamente igual fuerza que el cuerpo B caído de la altura EF; pues habiendo llegado a F el cuerpo (B) y teniendo allí fuerza para volver a subir a E (por la primera suposición), tiene por consiguiente fuerza para llevar un cuerpo de cuatro libras, es decir, su propio cuerpo, a la altura EF de una toesa, y del mismo modo, habiendo llegado a D el cuerpo (A) y teniendo allí fuerza para volver a subir hasta C, tiene fuerza para llevar un cuerpo de una libra, es decir, su propio cuerpo, a la altura CD de cuatro toesas. Luego (por la segunda suposición) la fuerza de estos dos cuerpos es igual. Veamos ahora si la cantidad de movimiento es también la misma por una y otra parte; pero aquí es donde se sorprenderá uno de encontrar una grandísima diferencia. Pues Galileo ha demostrado que la velocidad adquirida por la caída CD es doble de la velocidad adquirida por la caída EF, aunque la altura sea cuádruple. Multipliquemos, pues, el cuerpo A, que es como 1, por su velocidad, que es como 2, el producto o la cantidad de movimiento será como 2, y, por otra parte, multipliquemos el cuerpo B, que es como 4, por su velocidad, que es como 1; el producto o la cantidad de movimiento será como 4; por tanto, la cantidad del movimiento del cuerpo (A) en el punto D es la mitad de la cantidad de movimiento del cuerpo B en el punto F, y, sin embargo, sus fuerzas son iguales; luego hay mucha diferencia entre la cantidad de movimiento y la fuerza, que es lo que había que mostrar. Se ve por esto cómo se debe estimar la fuerza por la cantidad del efecto que puede producir, por ejemplo, por la altura a la que se puede elevar un cuerpo pesado de cierta magnitud y especie, lo cual es muy diferente de la velocidad que se le puede dar. Y para darle el doble de velocidad hace falta más del doble de fuerza. Nada hay más sencillo que esta prueba, y el señor Descartes sólo cayó aquí en error porque se fiaba demasiado de sus pensamientos, incluso cuando no estaban aún bastante maduros. Pero me extraña que sus continuadores no se hayan dado cuenta después de este error, y temo que empiecen poco a poco a imitar a algunos peripatéticos de quienes se burlan, y que se acostumbren como ellos a consultar más los libros de su maestro que la razón y la naturaleza.

La distinción de la fuerza y la cantidad de movimiento es importante, entre otras cosas, para juzgar que hay que recurrir a consideraciones metafísicas ajenas a la extensión para explicar los fenómenos de los cuerpos. [...].

Pero la fuerza o causa próxima de esos cambios es algo más real, y hay fundamento bastante para atribuirla a un cuerpo más que a otro; y sólo por esto puede conocerse a cuál pertenece más el movimiento. Pero esta fuerza es algo diferente de la magnitud, de la figura y del movimiento, y por ello se puede juzgar que no todo lo que se concibe en los cuerpos consiste únicamente en la extensión y sus modificaciones, como opinan nuestros modernos. Así nos vemos obligados de nuevo a restablecer algunos entes o formas que han desterrado.

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Discurso de metafísica, 17-18 (Alianza, Madrid 1981, p. 77-80).