Hudson: intuicionismo ético

Extractos de obras

Todos los intuicionistas éticos incluyendo al propio Moore [...] suscriben la creencia de que hay verdades morales que conocemos por intuición, y afirmarían que sabemos que hay una propiedad no-natural que es la bondad o la rectitud y que pertenece a tales y tales actos o estados de cosas. Para valorar esta pretensión tenemos que considerar primero qué significa decir que sabemos o conocemos que algo es así, y a continuación si es consistente con esto hablar de conocer por intuición. [...] Consideremos ahora dos ejemplos. El primero es de una madre que afirma que sabe que su hijo está vivo, incluso aunque ha sido clasificado como muerto en acción. Una persona, un tanto insensible por lo demás, podría preguntarle: «Pero, ¿cómo lo sabes?»; y ella responde: «No puedo decirlo, simplemente lo sé». No hay duda, en tal caso, que cree que su hijo está vivo, y cumple por tanto con una de las condiciones necesarias para su afirmación. Supongamos que resulta que su hijo fue dado por muerto erróneamente, y que de hecho es prisionero de guerra. «¡Lo sabía, lo sabía en todo momento!», exclama ella. Este parece un uso muy natural del verbo «saber», pero sólo porque en el discurso ordinario desaparece comúnmente una distinción que es perfectamente legítima, a saber, la distinción entre creencia verdadera y conocimiento. Incluso en el discurso ordinario, no resultaría raro ni sorprendente si alguien dijera: «Realmente no lo sabía, únicamente lo adivinó». [...] ¿Qué ventajas tiene «por intuición» como respuesta a «¿Cómo lo sabes?». Esto es, ¿autoriza a un hablante a pretender que sabe que esto o aquello es así? ¿Le da, en frase de Ayer, «el derecho a estar seguro»? Consideremos de nuevo la madre de nuestro primer ejemplo. Supongamos que hubiera respondido la pregunta «¿Cómo lo sabes?», diciendo «Por intuición». Semejante respuesta hubiera sido insatisfactoria por las razones siguientes.

En primer lugar, no podemos hacernos idea de qué representa esa respuesta que sea distinto de afirmar simplemente que cree firmemente que su hijo está vivo, o que «sabe» que lo está en aquel sentido de «saber». La respuesta «Por intuición» se limita a reiterar la segunda de las condiciones señaladas, a saber, que para decir «Sé que X» el hablante debe creer que X. Pero el propósito de la tercera condición -a saber, que el hablante debe poder dar una respuesta apropiada a la pregunta «¿Cómo sabes que X?»- es precisamente llevarnos más allá de la segunda condición. ¿Qué nos dice «Sé por intuición que X» que no nos diga «Creo que X?» . La respuesta parece ser: nada.

En segundo lugar, hemos supuesto en el ejemplo que la creencia de la madre en la supervivencia de su hijo resultaba ser verdadera. Pensemos ahora que hubiera sido falsa. ¿Cómo se distinguirá en ambos casos la intuición de la madre -su sentimiento de certeza-? ¿Puede decirlo ella misma? Aparte de lo que pueda decir ella, ¿podemos descubrir alguna diferencia en la intuición misma en ambos casos? Hay numerosos ejemplos de personas que se sienten absolutamente seguras de algo y tienen razón; y también ejemplos igualmente numerosos de personas que, aun con ese sentimiento, se equivocan. Pero hasta donde alcanzan las pruebas de que disponemos, no parece haber nada necesariamente distinto en la intuición, o sentimiento de certeza, de esos dos grupos de personas.

En tercer lugar, si la creencia de la madre de que su hijo estaba vivo hubiera resultado falsa, si las pruebas disponibles la hubieran convencido de que su hijo había muerto -por ejemplo, si se hubiera descubierto un cuerpo que ella misma hubiera identificado como el de su hijo-, ¿qué hubiera dicho? Ciertamente no «Sabía antes que estaba vivo, pero ahora sé que está muerto», sino más bien «Estaba segura de que estaba vivo, pero ahora sé que está muerto». Solamente los estúpidos insisten en que sus intuiciones son correctas una vez que han descubierto pruebas que, por alguna vía acreditada, conducen a lo que generalmente se aceptaría como conocimiento.

El intuicionista moral está en una posición más expuesta de lo que las anteriores consideraciones sobre la intuición hacen suponer. Si el ilusionista de nuestro ejemplo hubiera dicho que sabía por intuición las cartas que su auditorio había seleccionado, estaría afirmando saber por esta vía algo cuya verdad puede mostrarse, o refutarse, por otras vías acreditadas. Que A tenga en la mano el seis de diamantes es un hecho o no lo es, y esto puede averiguarse apelando a algo que no sea la intuición del artista. Pero los intuicionistas éticos no afirman que los hombres conozcan por intuición algo cuya verdad pueda mostrarse de otra forma que no sea esa intuición. En su opinión no hay, aparte de la intuición, otra forma de comprobar lo que es verdadero o falso éticamente. Por ejemplo, que está mal incumplir las promesas puede únicamente conocerse por intuición. Según los intuicionistas, por lo que se refiere a los valores morales, los hombres son como un ilusionista que no da los nombre de las cartas elegidas por su auditorio, sino que asigna nombres a esas cartas, pretendiendo a continuación que esos nombres son los correctos. Si dice que tal carta es el seis de diamantes, entonces, sólo por eso y aparte de cualquier otra consideración, lo es. Es obvio que pretender que tal proceso constituya una vía acreditada para alcanzar el conocimiento es una pretensión fantástica.

La filosofía moral contemporánea, Alianza, Madrid 1974, p. 104-108.