Galileo Galilei: sobre los sistemas máximos

Extractos de obras

Con este fin, he tomado en el discurso la posición copernicana, procediendo en pura hipótesis matemática, e intentando por cualquier camino ingenioso presentarla como superior, no a esa otra que habla del reposo absoluto de la Tierra, sino como quien se defiende de algunos que, de profesión peripatéticos, tienen de ello sólo el nombre, contentándose, sin pesar, con adorar las sombras y no filosofando según su propio criterio, sino con la sola recitación de cuatro principios mal aprendidos.

Tres serán los temas principales que se van a tratar. Primeramente, intentaré demostrar que todas las experiencias que se puedan hacer en la Tierra resultan medios insuficientes para concluir su movilidad, pero que indiferentemente pueden adaptarse con igual derecho a la Tierra móvil como a la Tierra en reposo; y espero que en este apartado se revelarán muchas observaciones desconocidas en la Antigüedad. En segundo lugar, se examinarán los fenómenos celestes, reforzando la hipótesis copernicana, como si debiese resultar absolutamente victoriosa, añadiendo nuevas especulaciones que sirvan para facilidad de la astronomía y no como necesidad de la naturaleza. En tercer lugar, propondré una fantasía ingeniosa. Dije hace muchos años, que el desconocido problema del flujo del mar, podría recibir alguna luz, admitido el movimiento terrestre. Esta teoría mía, al correr de boca en boca, encontró padres caritativos que la adoptaron como fruto de su propio ingenio. Ahora, para que no vuelva a surgir algún extranjero que, fortificándose con nuestras propias armas, nos eche en cara nuestro poco juicio en un asunto tan importante, he decidido exponer aquella probabilidad que la haría razonable, en el supuesto de que la Tierra se moviese. Creo que con estas consideraciones, el mundo conocerá que si otras naciones han navegado más, nosotros no hemos razonado menos, y que afirmar el reposo de la Tierra, o aceptar lo contrario, sólo por un capricho matemático, no nace de no tener conocimiento de cuanto otros hayan pensado, sino, y aunque no fuera por otra cosa, de esas razones que la piedad, la religión, el conocimiento de la divina omnipotencia y la conciencia de la debilidad del ingenio humano, nos imponen.

Diálogo sobre los sistemas máximos, Al discreto lector (4 vols., Aguilar, Madrid 1980, vol. 1, p. 34-35).