Galileo Galilei: los planetas medíceos

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Extractos de obras

los planetas medíceos

Estas son las observaciones de los cuatro Planetas Medíceos por mí descubiertos recientemente por vez primera, mediante los cuales, por más que sus períodos aún no se puedan conocer numéricamente, es posible al menos señalar observaciones dignas de consideración. En primer lugar, puesto que unas veces siguen y otras preceden a Júpiter con intervalos similares, alejándose de él ora hacia el orto, ora hacia el ocaso tan sólo con desviaciones pequeñísimas y acompañándolo no sólo en su movimiento directo, sino también en el retrógrado, para nadie puede ofrecer duda que realizan sus revoluciones en torno a él, al tiempo que todos a una cumplen sus períodos de doce años en torno al centro del mundo. Giran además en círculos desiguales, cosa que deriva manifiestamente del hecho de que, en los mayores alejamientos respecto a Júpiter, nunca se pueden ver dos planetas juntos, siendo así que cerca de Júpiter se pueden hallar concentrados a la vez dos, tres e incluso todos. Despréndese también que son más veloces los giros de los planetas que describen círculos más estrechos en torno a Júpiter, pues las estrellas más próximas a Júpiter se ven más a menudo al oriente después de haber aparecido a occidente el día anterior y viceversa. Además, examinando atentamente las revoluciones arriba anotadas, parece que el planeta que recorre la órbita mayor posee períodos semimensuales. Tenemos aquí un argumento notable y óptimo para eliminar los escrúpulos de quienes, aceptando con ecuanimidad el giro de los planetas en torno al Sol según el sistema copernicano, se sienten con todo turbados por el movimiento de la sola Luna en torno a la Tierra, al tiempo que ambas trazan una órbita anual en torno al Sol, hasta el punto de considerar que se debe rechazar por imposible esta ordenación del universo. En efecto, ahora tenemos no ya un planeta girando en torno a otro al tiempo que ambos recorren una gran órbita en torno al Sol, sino ciertamente cuatro estrellas que, como la Luna alrededor de la Tierra, nuestros sentidos nos ofrecen errando en torno a Júpiter, a la vez que todos ellos recorren junto con Júpiter una gran órbita en torno al Sol en el lapso de doce años. No hay que olvidar tampoco la razón de que los Astros Medíceos, que realizan revoluciones muy pequeñas en torno a Júpiter, aparezcan en ocasiones de un tamaño más del doble. No podemos buscar la causa en los vapores terrestres, pues aparecen aumentados o disminuidos, mientras que el tamaño de Júpiter y de las fijas próximas no parece cambiar nada. No parece que se pueda opinar en absoluto que la causa de tal cambio estribe en que se acerquen y se alejen de la Tierra en el perigeo y apogeo de su revolución, pues un movimiento circular ceñido no puede ser la causa de ello. Por otro lado, un movimiento oval (que en este caso sería rectilíneo) parece no sólo impensable, sino también nada consonante con las apariencias. Expongo de grado lo que a este respecto se me ocurre, ofreciéndolo directamente al juicio y censura de los espíritus filosofantes. Sábese que, debido a la interposición de los vapores terrestres, el Sol y la Luna aparecen mayores, si bien los planetas y las fijas aparecen menores. De ahí que junto al horizonte esas luminarias sean mayores, mientras que las estrellas son menores y por lo común poco visibles, disminuyendo más aún si dichos vapores están inundados de luz, razón por la cual las estrellas aparecen notablemente débiles de día y en los crepúsculos, contrariamente a la Luna, como advertimos más arriba. Además, que no sólo la Tierra, sino también la Luna tiene alrededor una esfera vaporosa, se sabe no sólo por lo que más arriba hemos dicho, sino también y sobre todo por cuanto se explica más profusamente en nuestro sistema. El mismo juicio podemos aplicar convenientemente a los restantes planetas, de modo que no parece en absoluto impensable que también haya en torno a Júpiter una esfera más densa que el éter restante y en derredor de la cual giren los planetas MEDÍCEOS al modo de la Luna en torno a la esfera de los elementos, de manera que, por la interposición de dicha esfera, aparezcan menores en el apogeo y mayores en el perigeo en virtud de la eliminación o tenuación de dicha esfera. La falta de tiempo me impide proseguir; espere el amable lector más acerca de estas cosas en breve.

Galileo-Kepler, El mensaje y el mensajero sideral (Alianza, Madrid 1984, p. 88-90).