Diógenes Laercio: filosofía estoica (el fin es vivir conforme a la naturaleza)

Ésta podría ser una edición anterior y no la más reciente o aprobada. Ir a la versión actual.

Extractos de obras

60. La parte moral de la Filosofía la dividen en varios miembros, a saber De los apetitos o deseos, De los bienes y males, De las pasiones, De la virtud, Del fin, Del principal aprecio de las cosas, De las acciones, De los oficios, De las exhortaciones y disuasiones. Ésta es la subdivisión que de la moral hacen Crisipo, Arquedemo, Zenón de Tarso, Apolodoro, Diógenes, Antípatro y Posidonio; pues Zenón Citieo y Cleantes, como más antiguos, trataron estas cosas con más simplicidad y solidez. Dividieron éstos la Filosofía en lógica y física. Dicen que la primera inclinación del animal es conservarse a sí mismo, por dote que la Naturaleza le ha comunicado desde el principio, según escribe Crisipo en el libro I De los fines, diciendo que la primera inclinación de todo animal es su constitución y conocimiento propio, pues no es verosímil que el animal enajenase esta su inclinación o bien hiciese de modo que ni la enajenase ni la conservase. Resta, pues, que digamos que se la retuvo amigablemente consigo, y por esto repele las cosas nocivas y admite las sociables.

61. Lo que dicen algunos que la primera inclinación y apetito de los animales es hacia el deleite, demuestra ser falso, porque si es cierto que hay en ella tal deleite, dicen es accesorio, puesto que la Naturaleza lo buscó después por sí misma y adoptó lo que a su constitución se adaptaba, al modo que se alegran los animales, y las plantas entallecen y prosperan. Dicen que la Naturaleza no puso diferencia alguna entre las plantas y animales, disponiendo de ellos sin movimiento del deseo y sentido, y que en nosotros se producen algunas cosas al modo que en las plantas. Sobreviniendo, pues, a los animales como cosa superabundante la inclinación o apetito, usando del cual emprenden lo que quieren, se les acomoda a la Naturaleza lo concerniente al apetito mismo. Que a los racionales les ha sido dada la razón como principado más perfecto, a fin de que viviendo según ella sea rectamente conforme a la Naturaleza, pues la razón es la directriz y artífice de los apetitos.

62. Por lo cual, Zenón fue el primero que, en el libro De la naturaleza del hombre, dice que el fin es vivir conforme a la naturaleza, quiere decir vivir según la virtud, puesto que la naturaleza nos conduce a ella. Lo mismo dicen Cleantes en el libro Del deleite, Posidonio y Hecatón en sus libros De los fines. Asimismo, que vivir según la virtud es lo mismo que vivir según la experiencia de las cosas acaecidas conforme a la naturaleza, como dice Crisipo en el libro I De los fines, pues nuestra naturaleza es una parte de la naturaleza universal. Así, el fin viene a ser el vivir conforme a la naturaleza que es según la virtud propia y la de todos, no haciendo nada de lo que suele prohibir la ley común, que es la recta razón a todos extendida aun al mismo Júpiter, director y administrador de todo lo criado. Que esto mismo es la virtud del hombre feliz y su feliz curso de vida puesto que todas las cosas se hacen por el concepto y armonía del genio propio de cada uno, según la voluntad del director del universo.

63. Diógenes, pues, dice abiertamente que el fin es obedecer absolutamente a la razón en la elección de las cosas conformes a la naturaleza. Y Arquedemo, que es vivir prestando todos los oficios. Y Crisipo, por naturaleza entiende aquella con quien debe conformarse la vida esto es, la común; y en propiedad, la humana. Pero Cleantes sólo admite la naturaleza común para ser seguida no la particular. Que la virtud es una disposición del ánimo conforme a razón y elegible por sí mismo, no por algún miedo o esperanza o por algún bien externo, sino que en ella se encierra la felicidad, como que está en el alma para la igualdad y tranquilidad de toda la vida Que el animal racional se pervierte unas veces por los halagos de cosas externas, y otras veces por las persuasiones de sus familiares, pues los movimientos que da la naturaleza no son torcidos.

Diógenes Laercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos, Orbis, Barcelona 1985, Vol II, p.67-68. (Traducción de José Ortiz y Sainz, fines del s. XVIII).