Deleuze-Guattari: Freud y el deseo

Extractos de obras

Marx decía: el mérito de Lutero radica en haber determinado la esencia de la religión ya no del lado del objeto, sino como religiosidad interior; el mérito de Adam Smith y de Ricardo radica en haber determinado la esencia o la naturaleza de la riqueza ya no como naturaleza objetiva, sino como esencia subjetiva abstracta y desterritorializada, actividad de producción en general. Mas, como esa determinación se realiza en las condiciones del capitalismo, de nuevo objetivan la esencia, la alienan y la reterritorializan, esta vez bajo la forma de propiedad privada de los medios de producción. De tal modo que el capitalismo es sin duda lo universal de toda sociedad, pero sólo en la medida en que es capaz de llevar hasta un cierto punto su propia crítica, es decir, la crítica de los procedimientos por los que vuelve a encadenar lo que, en él, tendía a liberarse o a aparecer libremente. Es preciso decir lo mismo de Freud: su grandeza radica en haber determinado la esencia o la naturaleza del deseo, ya no con respecto a objetos, fines e incluso fuentes (territorios), sino como esencia subjetiva abstracta, libido o sexualidad. Sólo que esta esencia todavía la relaciona con la familia como última territorialidad del hombre privado (de ahí la situación de Edipo, primero marginal en los Tres ensayos, luego se va cerrando cada vez más sobre el deseo). Parece como si Freud quisiese que se le perdonase su profundo descubrimiento de la sexualidad diciéndonos: ¡al menos ello no saldrá de la familia! El sucio secretito en lugar del gran horizonte entrevisto. El doblamiento familiarista en lugar de la deriva del deseo. En lugar de los grandes flujos descodificados, los pequeños arroyos recodificados en el lecho de mamá. La interioridad en lugar de una nueva relación con el exterior. A través del psicoanálisis es siempre el discurso de la mala conciencia y de la culpabilidad el que se eleva y halla su alimento (lo que se denomina curar). Y, al menos en dos puntos, Freud absuelve a la familia real exterior de toda culpa, para mejor interiorizar, culpa y familia, en el miembro menor, el hijo. Esos puntos son: el modo como plantea una represión autónoma, independiente de la represión general; el modo como renuncia al tema de la seducción del niño por el adulto, para introducir el fantasma individual que convierte a los padres reales en seres inocentes o incluso en víctimas. Pues es preciso que la familia aparezca bajo dos formas: una en la que sin duda es culpable, pero sólo en la manera como el niño la vive intensamente, interiormente, y se confunde con su propia culpabilidad; la otra, en la que permanece como instancia de responsabilidad, ante la cual se es niño culpable y con respecto a la cual se convierte en responsable adulto (Edipo como enfermedad y como salud, la familia como factor de alienación y como agente de desalienación, aunque sea por el modo como es reconstituida en la transferencia). Eso es lo que Foucault, en páginas extremadamente bellas, ha mostrado: el familiarismo inherente al psicoanálisis corona la psiquiatría clásica más bien que la destruye. Después del loco de la tierra y el loco del déspota, el loco de la familia; lo que la psiquiatría del siglo XIX había querido organizar en el asilo -«la ficción imperativa de la familia», la razón-padre y el loco-menor, los padres que no están enfermos más que de su infancia-, todo eso halla su conclusión fuera del asilo, en el psicoanálisis y el despacho del analista. Freud es el Lutero y el Adam Smith de la psiquiatría. Moviliza todos los recursos del mito, de la tragedia, del sueño, para volver a encadenar el deseo, esta vez en el interior: un teatro intimo. Sí, Edipo es lo universal del deseo, el producto de la historia universal; pero con una condición que no es cumplida por Freud: que Edipo sea capaz, al menos hasta un cierto punto, de realizar su autocrítica. La historia universal no es más que una teología si no conquista las condiciones de su contingencia, de su singularidad, de su ironía y de su propia autocrítica. ¿Cuáles son esas condiciones, ese punto de autocrítica? Descubrir bajo la proyección familiar la naturaleza de las catexis sociales del inconsciente. Descubrir bajo el fantasma individual la naturaleza de los fantasmas de grupo. O, lo que viene a ser lo mismo, llevar el simulacro hasta el punto en que deja de ser imagen de imagen para encontrar las figuras abstractas, los flujos-esquizias, que entraña ocultándolos. Sustituir el sujeto privado de la castración, escindido en sujeto de enunciación v en sujeto de enunciado que remite tan sólo a los dos órdenes de imágenes personales, por los agentes colectivos que remiten por su cuenta a disposiciones maquínicas. Volver a verter el teatro de la representación en el orden de la producción deseante: toda la tarea del esquizoanálisis.

Gilles Deleuze y Felix Guattari: El antiedipo: capitalismo y esquizofrenia, Barral, Barcelona 1973, p. 278-279.