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Un prejuicio es, etimológicamente, un juicio-previo. En general se han considerado los prejuicios de manera peyorativa, entendiéndolos como creencias no fundamentadas o como actitudes no razonadas, basadas en conjeturas y sin tener un conocimiento completo de lo juzgado, que pueden derivar en antipatía o simpatía sin auténtico fundamento hacia personas, razas, o ideas. Esta consideración peyorativa de los prejuicios enlaza con la concepción de los ídolos según Francis Bacon, que los considera como falsas nociones o prejuicios que obstaculizan el conocimiento. También en este sentido los considera Descartes, quien los combate especialmente en el Discurso del método.

También para Bachelard, los prejuicios, al modo de los ídolos de F. Bacon, actúan como obstáculos epistemológicos o limitaciones internas en el proceso del conocimiento. Por ello afirma que «el espíritu tiene la edad de sus prejuicios», y que el conocimiento científico está sometido al peso de anteriores conocimientos, es decir, que «se conoce contra un conocimiento anterior»; no se parte de cero. Por ello, la historia de las ciencias no aparece como una historia continuada de progreso desde etapas inferiores («continuismo»), sino como un proceso discontinuo con rupturas epistemológicas, vinculadas a obstáculos epistemológicos.

No obstante, entendidos en su sentido meramente etimológico, como juicios previos, Gadamer reivindica los prejuicios en su concepción de la hermenéutica, ya que para él toda comprensión parte de unas estructuras previas de pre-comprensión (Vorverständnis). Es decir, en todo proceso de comprensión se parte de presupuestos o prejuicios (Vorurteile) -en este sentido etimológico-, que son los que hacen posible todo juicio y constituyen una memoria cultural que abarca teorías, mitos, tradiciones, etc. El sujeto de la comprensión no parte, pues, de cero, ni se enfrenta al proceso de comprensión a partir de una tabula rasa, sino que tiene detrás suyo toda la historia. De esta manera Gadamer denuncia el prejuicio de todo antiprejuicio (ver texto ). Los prejuicios o presupuestos son constitutivos de la realidad histórica del ser humano, son condiciones a priori de la comprensión, y la pretensión historicista y cientifista de eliminar todo prejuicio es, a su vez, un prejuicio, pero en el sentido peyorativo de un falso prejuicio.