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Inicialmente, conjunto de doctrinas filosóficas mantenidas por el Círculo de Viena, dominante en Europa entre los años veinte y cuarenta, que recibió también los nombres de empirismo lógico y neopositivismo -y que en parte puede también aplicarse a la filosofía analítica posterior-, en el que cristalizaban influencias del positivismo y el empirismo clásicos, el atomismo lógico de Russell, tal como lo interpretó Wittgenstein, y el positivismo sociológico. Estas doctrinas son en buena parte resultado del modo como los componentes del Círculo de Viena entendieron el Tractatus de Wittgenstein y, como él, parten del supuesto de que un enunciado o es analítico o es sintético, y que en ningún caso puede ser ambas cosas a la vez. Cualquier enunciado analítico determina su verdad por medios lógicos o matemáticos, y la lógica o la matemática se bastan para decidir sobre las reglas que han de cumplir dichos enunciados; pero para el resto de enunciados, de los que se supone que son sintéticos y, por tanto informativos, se precisa de un criterio que determine cuáles de ellos cumplen con la exigencia de decir verdaderamente algo acerca de la realidad o experiencia: tal criterio se denominó principio de verificación, que identificaba verificabilidad de un enunciado y significado del mismo.

Schlick sostuvo que «el significado de una proposición es el método de su verificación», por lo que comprender un enunciado era lo mismo que conocer la manera de verificarlo. Ayer, principal divulgador de las ideas del Círculo de Viena en Inglaterra, dio primero, en Lenguaje, verdad y lógica, una versión radical (en la edición de 1936) que luego revisó (en la edición de 1958), distinguiendo entre un sentido «fuerte» y un sentido «débil» del término «verificable». Según él, un enunciado es verificable o es significativo (de él podemos saber si es verdadero o falso), «en el sentido fuerte del término si, y sólo si, su verdad puede establecerse en forma concluyente mediante la experiencia», mientras que «es verificable en el sentido débil, si es posible que la experiencia lo haga probable». Los enunciados de la filosofía no serían verificables en ninguno de los dos sentidos, por lo que no son empíricos, no producen información y no son significativos: al contrario, son carentes de sentido. En la aplicación de estos criterios, tuvo que distinguirse entre la posibilidad técnica de verificar un enunciado y la posibilidad teórica, afirmándose la necesidad de esta última: la observación de la otra cara de la Luna, en aquella época, carecía de posibilidad técnica, pero no de la teórica, por lo que un enunciado sobre las montañas de la cara oculta de la Luna podía considerarse, en principio, verificable. Los enunciados de la metafísica no se consideraron verificables en ninguno de estos sentidos y, junto con muchas otras expresiones lingüísticas (como, por ejemplo, «lo absoluto es perfecto»), se desecharon como no significativos o carentes de sentido. La filosofía, en consecuencia, carece de sentido como metafísica, y una de las principales tesis del positivismo es la superación de la metafísica por medio del análisis lógico que hace ver su ausencia de sentido; la filosofía no puede ser más que una actividad esclarecedora, o de análisis, mediante el uso de los recursos lógicos aportados por Russell y Whitehead, de los problemas aparentemente filosóficos, para decidir si pertenecen a la lógica, por ser tautológicos, o a alguna ciencia empírica determinada, por ser sintéticos. En el mejor de los casos, a la filosofía compete, según algunos positivistas lógicos, una actividad terapéutica: la de clarificación del sentido de los problemas metafísicos con la finalidad de eliminarlos. Por tanto, no es propio de la filosofía hablar acerca del mundo, sino ser un conjunto de enunciados sintácticamente bien formados con el que se habla acerca de enunciados que hablan (en la ciencia correspondiente) del mundo. Éste es el «formalismo» adoptado, por ejemplo, por Rudolf Carnap, uno de los principales miembros del Círculo de Viena. El formalismo derivó en un fisicalismo: el análisis lógico es una combinación de matemáticas y física, cuyo objetivo es aclarar los términos fundamentales de la ciencia. De ahí también el ideal de una ciencia unificada. Carnap -ante los ataques de Popper contra la verificabilidad y la propuesta de éste a favor de la falsabilidad- sustituyó el criterio de verificabilidad por el de «traducibilidad»: un enunciado tiene significado si, y sólo si, es traducible a un lenguaje empirista, y un lenguaje es empirista si todo enunciado se construye en términos de características observables de objetos físicos, y sus enunciados son susceptibles de confirmación. Esta nueva ampliación del principio de verificación no soslayó la dificultad de traducir todo término teórico a un lenguaje observacional.

Frente al criterio empirista del significado, Karl R. Popper propuso el criterio de demarcación que distingue los enunciados científicos de los que no lo son, pero no los enunciados con sentido de los que carece de él. Impulsado primero por la labor de filósofos «externos» que asistían a las sesiones del Círculo de Viena y luego por el exilio definitivo de los propios miembros del Círculo, el positivismo lógico pasó de Viena a Estados Unidos e Inglaterra, sobre todo. Ch.W. Morris, en la universidad de Chicago, y W.V.O. Quine, en la de Harvard, junto con Nelson Goodman y Ernest Nagel, fueron sus principales propulsores en los Estados Unidos; en Inglaterra, Susan Stebbing, Gilbert Ryle, R.B. Braithwaite, John Wisdom y Alfred Julius Ayer. Sus trabajos se publicaron principalmente en la International Encyclopedia of Unified Science (Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada), editada en la universidad de Chicago, que representaba, junto con la revista «The Journal of Unified Science», un ambicioso plan «para poner a la filosofía en la senda segura de una ciencia» (ver cita y ver texto ).

Bibliografía sobre el concepto

  • Kraft, V., El círculo de Viena. Taurus, Madrid, 1977.

Relaciones geográficas

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