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Importante polémica suscitada entre Leibniz y Samuel Clarke, al que, de hecho, puede considerarse como portavoz de Newton en el enfrentamiento que mantenía dicho autor con Leibniz. Dichos autores, aparte de la controversia que ya se había suscitado entre ellos acerca de la paternidad del cálculo infinitesimal, mantenían una abierta polémica en muchos otros aspectos, tales como: la naturaleza del espacio y del tiempo, la naturaleza de «carácter oculto» que Leibniz atribuye a la noción newtoniana de atracción gravitatoria, y la crítica leibniziana de la noción de espacio «vacío». Además de estas discrepancias científicas y filosóficas, sus desavenencias se extendían al terreno de la teología natura, ya que Leibniz criticaba a Newton por pensar que este autor consideraba a Dios como corporal al haber declarado que el espacio y el tiempo absolutos son el sensorium Dei. Justamente en este terreno de la teología natural se empezó a situar la polémica que enfrentó a Leibniz con Clarke, que defendía la física newtoniana y la química de Boyle, aunque, puesto que la controversia se centraba sobre los aspectos relacionados con la naturaleza del espacio, el tiempo, la atracción gravitatoria y el vacío, el interés de la polémica deja de ser fundamentalmente teológico para convertirse en metafísico y científico y situarse en el terreno de la fundamentación de la física.
Esta polémica se concretó en diez cartas intercambiadas por estos autores entre 1715 y 1716, año de la muerte de Leibniz, que no pudo responder a la última misiva de Clarke, y fueron publicadas por éste un año después de la muerte de aquél. En esta correspondencia se manifiesta cómo Newton concebía el espacio y el tiempo como absolutos, independientes de los cuerpos, anteriores a ellos, uniformes e infinitos (como si el espacio fuese un infinito número de puntos y el tiempo un infinito número de instantes). Consideraba que los cuerpos están en el espacio y en el tiempo, de forma que el espacio y el tiempo absolutos mismos escapan a la observación. Aunque Newton acepta la validez de esta relatividad galileana (que nos indica que hemos de determinar la posición o el movimiento de un cuerpo respecto de algún punto de referencia que consideremos «fijo»), ello no impide que Newton afirme que el espacio y el tiempo son absolutos e independientes del movimiento de los cuerpos. Newton también consideraba al espacio y al tiempo absolutos como el sensorium Dei, elaborando con ello una analogía entre la forma en que Dios, que es omnipresente y eterno (espacio y tiempo), percibe las cosas en el espacio y el tiempo infinito, con la forma en que el alma percibe las imágenes en el cerebro.
Leibniz ataca estas tesis, defendidas por Clarke, en la correspondencia entre estos autores. Respecto de la naturaleza absoluta del espacio y de la relatividad galileana, objetaba que no es posible un sistema de referencia absoluto en el conjunto del universo. Por otra parte, considera que si el espacio y el tiempo infinitos y absolutos son, como afirma Newton, propiedades de Dios, de ahí se sigue que hay partes y momentos de Dios, ya que si el espacio absoluto e infinito es la omnipresencia de Dios y el tiempo infinito es la eternidad de Dios, entonces, todo cuanto existe en el espacio y en el tiempo existiría en la esencia de la divinidad. De esta manera, según Leibniz, Newton concibe a Dios como si se tratase de un cuerpo, lo que se acentúa al hablar de un sensorio. Pero, además de las consecuencias teológicas de las afirmaciones newtonianas defendidas por Clarke, se sigue también que, si existiese el espacio real absoluto (aparte de las relaciones de posición entre las cosas), el mundo, manteniendo las mismas relaciones entre todos los cuerpos que lo forman, podría ocupar un lugar distinto del que ocupa respecto del espacio absoluto, o existir a partir de un momento distinto del que empezó a existir, lo que contradiría el principio de razón suficiente. ¿Qué razón habría para que el mundo estuviera aquí y no allí, si hubiese un espacio infinito absoluto?, es decir, ¿qué razón habría para que todos los cuerpos del mundo, aun si éste fuese también infinito, no estuviesen desplazados respecto de la posición que ahora ocupan en este hipotético espacio absoluto, o respecto del instante presente? Si tal desplazamiento espacial o temporal existiese, no sería observable, ya que nosotros, como observadores, nos desplazaríamos con él. No se trata de que no sea observado -como decía Clarke-, sino que es inobservable y, por tanto, afirma Leibniz, es una afirmación carente de toda justificación. Si alguien hiciese la pregunta, ¿por qué Dios no creó el mundo mil años antes?, perfectamente legítima si se admite la existencia de un tiempo infinito absoluto, no habría respuesta posible, ya que no hay razón suficiente por la cual Dios tuviese que crear el mundo en un instante y no en otro, y ello es así porque, en ausencia de las cosas, los instantes serían indistinguibles y, en virtud del principio de los indiscernibles o ley de Leibniz, se seguiría que, si son indistinguibles, no son distintos, sino el mismo. La idea de un tiempo infinito compuesto de instantes es, pues, una mera ficción de la imaginación. Ni el espacio ni el tiempo son extrínsecos a las cosas, sino que Leibniz los concibe respectivamente como el orden de coexistencia y el orden de sucesión de los cuerpos.
De esta manera, frente a la concepción newtoniana de un espacio y tiempo absolutos, Leibniz defiende un espacio y tiempo relacionales, dependientes de los cuerpos: en ausencia de éstos no existe espacio ni tiempo. Por otra parte, en esta correspondencia, Leibniz también ataca la noción de «atracción» gravitatoria como un concepto ficticio, como una mera construcción ficticia para explicar un hecho, pero carente de base real, máxime si se concibe esta atracción actuando a distancia y sin ningún medio que permita su acción. Ante la tesis defendida por Clarke según la cual es el mismo espacio absoluto y «vacío» el medio de la acción de la atracción gravitatoria, Leibniz replica que el «vacío» no puede ser medio de ninguna acción, y que, por tanto, la física newtoniana se apoya en hipótesis inventadas. Newton mismo tomó nota de estas acusaciones de Leibniz, y en la segunda edición de los Principia declaró que él no inventaba o construía arbitrariamente hipótesis (hypotesis non fingo). No obstante, Leibniz afirmaba que las meras construcciones matemáticas y los datos de la experiencia no son suficientes, sino que es preciso recurrir a conceptos metafísicos, ya que la legitimidad de la construcción de hipótesis descansa en la exigencia de que lo real ha de reducirse a la pura racionalidad y, por tanto, ha de derivarse de sus principios (razón suficiente, indiscernibles, contradicción, identidad).
Aunque los desarrollos posteriores de la física se apoyaron sobre las tesis newtonianas, desde una perspectiva contemporánea, especialmente a partir del desarrollo de la teoría de la relatividad, se ha reactualizado la posición leibniziana, tanto en su concepción relacional del espacio y del tiempo, como en su crítica a la noción de acción a distancia que, en cierta forma, parece precursora de la noción de campo y de la fundamentación de la gravedad como resultado de la geometría del campo.
Existe una edición en castellano de esta polémica: La polémica Leibniz Clarke, (edición de Eloy Rada), Taurus, Madrid 1980. Véase también Albert Ribas, Biografía del vacío, Destino, Barcelona 1997.
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