Ésta podría ser una edición anterior y no la más reciente o aprobada. Ir a la versión actual.

No se ha añadido ninguna twiki todavía.

Este término puede ser abordado desde tres perspectivas distintas:

1ª)- Desde el punto de vista de la relación con lo mismo como opuesto a lo otro. (Ver lo mismo y lo otro).

2ª)- Desde la perspectiva de lo otro, lo que nos conduce a la problemática general del no yo abordada especialmente por Fichte (ver no yo).

3ª)- Desde la perspectiva de la alteridad, del otro, que es la que tratamos aquí.

Desde este último punto de vista, que es el que tratamos aquí, la noción de el otro se refiere a la existencia de un sujeto distinto de mi yo o -como dice Sartre- a la existencia de «un yo que no soy yo». Y esta constatación del otro plantea dos tipos de problemas: a) el del conocimiento del otro yo, entendido no como objeto, sino como otro sujeto y b) el de la comunicación intersubjetiva, entre yo y el otro, tema complejo que ha conducido a algunos filósofos y psiquiatras a consideran las enfermedades mentales como enfermedades de la comunicación con el otro, lo que, en la medida en que involucra las relaciones sociales, muestra el carácter socialmente condicionante de las alteraciones psíquicas. Acto seguido tratamos estos dos problemas:

René Descartes

a) El problema del conocimiento del otro yo surge con la aparición del cogito cartesiano que abre el planteamiento de este problema, ya que, anteriormente, como lo ha mostrado Foucault, no podía haber sido formulado puesto que, en el pensamiento de la antigüedad, el hombre solamente es pensado como el locus de la articulación abstracta de la representación con el ser, y no aparece propiamente como sujeto pensado en la disyuntiva yo - los otros. En cambio, con el idealismo epistemológico de Descartes surge este problema. Puesto que todo cuanto yo conozco se remite a mi mismo, cabe la posibilidad de caer en el solipsismo. Para evitarlo, Descartes apela a otra subjetividad, que no es la de otro yo como yo, sino una subjetividad infinita, Dios, que se revela en el cogito finito y que es garantía de la verdad de nuestras representaciones y de la existencia de un mundo exterior. Con este planteamiento, Descartes inicia inconscientemente el problema de la comprensión del otro, aunque su mismo planteamiento le cierra el camino, puesto que si sólo tengo conocimiento directo de mi mismo, ¿cómo encontrar en mi la existencia del otro, ya que toda conciencia que pueda conocer la conozco en mi conciencia? El otro es entendido como un dato objetivo en base a una analogía con mí mismo. «Si veo capas y sombreros semejantes a los que yo uso, juzgo que son hombres que pasan», dice Descartes. En el planteamiento cartesiano se interpreta a los otros como cosas, como objetos, y se admite en ellos el carácter de sujetos sólo por analogía con respecto a mí mismo. El otro se entiende como un cuerpo-objeto, más un alter ego, un otro yo análogo al mío, y se juzgan sus acciones y reacciones por analogía con las de mi yo, de manera que sigue siendo mi yo el punto de vista solitario desde el que se contempla el mundo y los otros. (Este planteamiento se corresponde con la concepción mecanicista de Descartes, para quien el hombre es como una máquina (cuerpo extenso) habitado por el «fantasma de la máquina»).

b) El camino esbozado por Descartes conducía, pues, a un callejón sin salida. La salida vendría a partir del reconocimiento del papel del otro en la formación y constitución del propio yo, y en este sentido avanzaron las propuestas de Kant y de Fichte. Ambos pensadores tratan fundamentalmente esta cuestión a partir de la noción de deber, de forma que la existencia del otro aparece como un postulado moral. Pero es Hegel quien desarrolla la reflexión fundamental sobre este tema. Para Hegel, la existencia del otro aparece como una certeza originaria previa a todo razonamiento. El hecho primero no es la soledad del cogito, sino el conflicto de las autoconciencias, puesto que la relación de la conciencia de sí con otra autoconciencia es constitutiva de mi propia autoconciencia. Sólo en la relación con el otro se forma mi conciencia de sí. La autoconciencia no es la mera igualdad vacía del yo = yo, sino que supone el retorno al yo a partir del otro. Esta relación dialéctica se manifiesta en el deseo y en el enfrentamiento. El yo para devenir realmente autoconciencia necesita del reconocimiento del otro y enfrentarse a él (ver cita). Esto es lo que analiza Hegel en la dialéctica del señor y el siervo, o del amo y el esclavo. De esta manera, según Hegel, el cogito ya está mediatizado por la relación con el otro. Con el «yo pienso» ya nos remitimos necesariamente al otro. Lo que para Descartes era punto de partida se revela como punto de llegada, y la intersubjetividad juega el papel fundamental. El yo es un yo porque ya es un nosotros. También Marx señala la necesidad de entender la individualidad a partir de la relación con los otros, y critica las ficciones romántico-idealistas de un yo puro, o de un sujeto aislado. Un hombre completamente aislado no es ni puede llegar a ser un hombre, esto es mera ficción ideológica que, no obstante, impregna al pensamiento económico liberal. A partir de Hegel, la fenomenología y, posteriormente, el existencialismo y el personalismo siguen explorando los problemas suscitados por la relación entre el yo y el «yo que no soy yo», dando lugar a una rica reflexión sobre la comunicación entre las conciencias. En este sentido son bien conocidas las reflexiones de Levinas y de Sartre en El ser y la nada, y el papel de «la mirada» del otro que me reduce a objeto. Pensar el sujeto desde la mirada del otro que me considera como objeto es el centro de esta reflexión.

(Ver texto ).