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Bajo ese término pueden entenderse dos movimientos:

1) el movimiento de revitalización de las tesis lamarckistas que se produjo a finales del s.XIX y comienzos del s.XX, aunque esta vez no para oponerse al fijismo, la principal concepción rival del lamarckismo en la época de Lamarck -ya completamente olvidado ante la abrumadora evidencia de la evolución de las especies vivas-, sino para oponerse a la otra gran teoría evolutiva, la que elaboró Charles Darwin;

2) también reciben este nombre las teorías evolucionistas defendidas actualmente per algunos biólogos, como P. Wintrebrert y P.P. Grassé (ver neodarwinismo)

1) Inicialmente las concepciones neolamarckistas aceptaban la herencia de los caracteres adquiridos, aunque no todas defendían el finalismo o teleologismo de Lamarck. En tanto no fueron conocidas las nuevas aportaciones de la genética, estas teorías daban una explicación más verosímil de la evolución. En especial, daban una explicación de la adaptación más sencilla que la teoría de la selección natural. Durante la segunda mitad del s.XIX tuvo mucho predicamento en los Estados Unidos y en Francia (A. Giard, Le Dantec, E. Perrier, G. Bonnier, F. Houssay, Constantin) y, aún durante el primer tercio del s.XX, fue seguido por la escuela biológica soviética capitaneada por Michurin y Lyssenko, que creían encontrar en el lamarckismo la confirmación de ciertas tesis pretendidamente marxistas inspiradas por el materialismo dialéctico estalinista.

Una cierta variedad mística del neolamarckismo es el «psicolamarckismo» de Pauli, que sustenta el papel de ciertas «fuerzas mentales» en el desarrollo de la evolución.

2) Por otra parte, algunos biólogos contemporáneos que muestran la existencia de ciertas importantes lagunas en la explicación evolutiva de la teoría sintética de la evolución (la más ampliamente aceptada por la comunidad científica), siguen afirmando que el medio ejerce una influencia más o menos directa en los seres vivos que orienta el proceso evolutivo, y que este neolamarckismo renovado da una explicación más sencilla de algunos fenómenos, tales como la arquitectura ósea, la ceguera de los animales cavernícolas o las callosidades hereditarias. Es el caso de autores como Wintrebert, que defiende el llamado «neolamarckismo bioquímico» («El viviente, creador de su evolución») , que sustenta que la adaptación es una reacción orgánica a las necesidades externas provocadas por el ecosistema, y Grassé («La evolución de los seres vivos»), que también sustenta que el mero azar no puede explicar la aparición de nuevos genes, y que es precisa la concurrencia de fenómenos externos, de manera que la evolución sería una reacción interna a causas externas. En definitiva, para Grassé, la evolución sería el fruto de una especie de programa inmanente a los seres vivos. Tanto Wintrebert como Grassé niegan el papel del azar en la evolución.

También se sitúa en una posición semejante Popper, autor muy influido por Bergson que, en Conocimiento objetivo, (cap. VII), también subraya la importancia del medio como elemento condicionante que actúa sobre la selección natural. No obstante, es un tanto forzado hablar de neolamarckismo en el caso Popper, y tampoco debe exagerarse su crítica al darwinismo, pues, aunque en Búsqueda sin término, afirma que el darwinismo es solamente un «programa metafísico de investigación», también señala que es una hipótesis de valor inestimable, la primera teoría capaz de dar explicación de la evolución de los seres vivos, y que ha aumentado considerablemente nuestro conocimiento sobre la realidad. Por otra parte, el mismo Popper considera que el desarrollo científico mismo opera por ensayo y error, de una manera que sugiere una selección darwiniana de las teorías.


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