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Movimiento filosófico, que aparece en el siglo XIX y perdura hasta mediados del XX, de renovación de las teorías y métodos propios de la escolástica medieval en la filosofía y en la teología de ambiente o influencia eclesiásticos. La interrupción de la tradición escolástica en los diversos países tuvo lugar durante la época de la Ilustración, por fuerza del naturalismo filosófico y la tendencia general a una secularización del pensamiento. En el s. XIX se producen en diversos países varias tentativas de reanudación de la tradición escolástica (ejemplos de ello en España son Balmes y el cardenal Zeferino González), que reciben el respaldo de la autoridad pontificia con la encíclica Aterni Patris, de León XIII (1879), dedicada a la filosofía y al método filosófico, con especial recomendación de la doctrina de Tomás de Aquino. Esta recomendación pontificia, junto con el canon 1365, § 1, del Código de derecho canónico, que impone la enseñanza de la filosofía a los clérigos católicos «según los principios, el método y la doctrina del doctor Angélico», hace que la neoescolástica sea conocida también como «neotomismo». Más adelante, la encíclica Studiorum ducem (1923), la constitución apostólica Deus scientiarum Dominus (1931), de Pío XI, y la encíclica Humani generis (1950), de Pío XII, y hasta el concilio Vaticano II (1962), reafirman la misma orientación escolástica y tomista (sin excluir expresamente otras posibles orientaciones de la Escolástica, igualmente conciliables con la fe, e igualmente capaces de fundamentarla; ver cita).

El movimiento doctrinal se reforzó con la creación de centros de estudios eclesiásticos de orientación escolástica, como las universidades eclesiásticas de la «Gregoriana» (jesuitas), el «Angelicum» (dominicos), el «Antonianum» (franciscanos), y las universidades católicas de Milán, Friburgo, Lovaina, Washington, Ottawa, etc., o centros de investigación y estudios más especializados, como el Instituto católico de París, el Instituto de filosofía cristiana de Innsbruck, el Instituto de estudios medievales de Toronto, etc., todos ellos con sus revistas especializadas de filosofía y teología.

El movimiento neoescolástico supuso una labor previa y simultánea de investigación histórica sobre la Edad Media, con estudiosos de tan reconocido prestigio como H. Denifle, D. de Wulf, F. Ehrle, P. Mandonnet, M. Grabmann, Ét. Gilson, F. van Steenberghen, etc.

Característica fundamental de la neoescolástica -que mantiene, no obstante, la convicción básica de que la filosofía es ancilla theologiae, la sirvienta de la teología- es que busca la renovación de la temática escolástica, pero no por la vía de la mera repetición de conceptos, sino desde la consideración de los mismos temas fundamentales vistos desde una perspectiva actual y la influencia directa de la filosofía y la ciencia contemporáneas. Son de destacar en estas tareas los nombres y la obra del belga Désiré Mercier (1851-1926), fundador, en Lovaina, del Institut Supérieur de Philosophie (1893) y de la revista «Revue néoscholastique» y luego cardenal, que se esfuerza por combatir el materialismo, el positivismo y el idealismo con los principios filosóficos de Tomás de Aquino; Jacques Maritain, el filósofo neotomista de mayor relieve y promotor del «humanismo integral», y Joseph Maréchal, jesuita belga, que reinterpreta el tomismo desde la filosofìa trascendental de Kant.


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