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En sentido amplio, aquellas teorías éticas que, al definir el «bien» o lo «bueno», caen en la falacia naturalista. En sentido estricto, toda teoría que equipara sus enunciados éticos a enunciados empíricos, o que reduce sus enunciados de valor a enunciados de hechos, de modo que el sentido de un enunciado ético no es distinto del sentido de un enunciado empírico, o «natural», y la argumentación ética no es distinta de cualquier otra argumentación: sus enunciados (éticos) se pueden confirmar o desconfirmar, como cualquier otro enunciado, mediante la observación (ver texto ). Así, por ejemplo, decir que «tal cosa no es justa» equivale a decir que «no aprobamos moralmente una cosa», o afirmar que «algo es justo» equivale a decir que «la mayoría de la gente lo aprueba como moral», de la misma manera que «es deseable» es lo mismo que decir «es deseado por todo el mundo». Son destacados naturalistas éticos Edward Westermack, para quien «reprensible» es igual a «moralmente malo» y «digno de alabanza» «moralmente admirable», y Ralph Barton Perry, que define «bueno» como «todo lo que es deseado, apetecido, disfrutado, querido y esperado». La llamada teoría del «observador ideal» representa también una «ética naturalista».