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Conjunto de técnicas y métodos que persiguen un dominio de las fuerzas de la naturaleza basado sustancialmente en la superstición, esto es, en creencias sin fundamento justificado en la eficacia de conjuros, hechizos o invocaciones a poderes ocultos. El origen de este término es iraní, y hacía referencia a las técnicas de los magos (miembros de una ancestral casta sacerdotal), que creían en la posibilidad de dominar la naturaleza mediante artes secretas, ritos y ceremonias reservados a los iniciados, a través de la actuación de fuerzas extraordinarias y ocultas, solamente dominadas, tras largos años de aprendizaje, por los miembros de dicha casta.


Atendiendo a su finalidad, se ha clasificado la magia en magia blanca y magia negra. En el primer caso se pretende obtener un bien, tal como una curación o la consecución del éxito de una determinada empresa; en el segundo, en cambio, se quiere obtener el mal mediante conjuros, sortilegios, maleficios y, generalmente, con la concurrencia de malos espíritus. Además de esta clasificación general, se han propuesto también subdivisiones, tales como la de una magia amorosa, encaminada a obtener los favores del amor para alguien mediante encantamientos o filtros de amor, etc. Según las fuerzas operantes, la magia puede basarse en poderes externos al mismo mago -que debe manipularlos mediante símbolos, ritos, gesticulaciones o pases-, o en poderes propios del mismo mago: sortilegios, mal de ojo, etc.

Según el etnólogo J. G. Frazer, los supuestos de la creencia en el poder de la magia son: la conexión simétrica entre efecto y causa, es decir, la idea según la cual lo semejante produce lo semejante, y la tesis de la permanencia de la relación, es decir, la creencia según la cual si dos cosas han estado en contacto, siguen manteniendo su relación aunque las separen. Estas son las bases de la llamada magia simpática, que, si da más relevancia al primero de los dos supuestos mencionados, se denomina magia homeopática, y si da más importancia al segundo origina la magia de contagio, según la cual, por ejemplo, puede dañarse a alguien haciendo un muñeco que lo represente provisto de pelos, uñas u otros objetos que hayan estado en contacto con dicho individuo. Tylor, buen estudioso del animismo, consideró que la magia procedía de la confusión, propia de la mentalidad primitiva, entre las relaciones reales y las meramente imaginarias. Pero Evans-Pritchard señaló que, en realidad, no se produce realmente tal confusión, sino que el mago, como el niño en sus juegos, es capaz de distinguir el nivel meramente simbólico y las relaciones reales. Pero, como en el caso del niño, según lo subraya Piaget, nos encontramos ante un pensamiento prelógico en el cual se cree en la posibilidad de ejercer una influencia sobre la naturaleza mediante actos meramente simbólicos, lo que no deja de ser expresión de una concepción egocéntrica.

Junto con la astrología, la magia ha estado presente en la historia del pensamiento desde tiempos remotos. Pero adquirió un auge especial durante el período helenístico y durante el Renacimiento, En esta época, dominada por una concepción del mundo como un organismo vivo e imagen del microcosmos, y en la que se sostenían ideas animistas, astrológicas, panpsiquistas y alquimistas, se aceptaron como genuinos un conjunto de escritos conocidos como Corpus Hermeticum, atribuidos al inexistente Hermes Trismegistos, que daban gran importancia a la magia, y que fueron especialmente difundidos mediante la traducción efectuada por Marsilio. También adquirieron gran predicamento los llamados Oráculos Caldeos, obra que se atribuye a Juliano el Teúrgo, que Plethon, atribuyó a Zoroastro (Zaratustra), lo que contribuyó al prestigio de la magia, de la que fueron defensores Cardano, Della Porta, Agrippa y Paracelso, y la mayoría de los más importantes filósofos renacentistas, como Campanella, Pico della Mirandola y Giordano Bruno, que escribió sobre ella en sus obras: Tesis sobre la magia y en Mundo magia y memoria. También se ha señalado la posibilidad de que la concepción de Francis Bacon sobre la ciencia como dominio de la naturaleza tenga sus raíces en las concepciones mágicas.

Si bien la revolución científica operada durante el Renacimiento supuso la superación y el acta de defunción del pensamiento mágico, buena parte de los primeros impulsos de aquella se originaron el el mismo contexto en el que se había desarrollado la magia que, en algunos aspectos, operó como caldo de cultivo de la ciencia moderna.


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Bibliografía sobre el concepto

  • Daxelmüller, C., Historia social de la magia. Herder, Barcelona, 1997.

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