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Título que ha llegado en las fórmulas de fe a expresar la relación única que une a Cristo a Dios como a su Padre, en un sentido incomunicable. En hebreo la palabra “hijo” no expresa sólo las relaciones de parentesco en línea recta, sino que designa también la pertenencia a un grupo. En el Antiguo Testamento, esta expresión aplicada a Israel, traduce en términos de parentesco humano las relaciones de Yahvé y su pueblo. Por otro lado, cuando el antiguo Oriente celebraba la filiación divina de los reyes, era siempre en una perspectiva mítica, en la que la persona del monarca era propiamente divinizada. El Antiguo Testamento excluye esa posibilidad. El rey no es sino un hombre como los demás, sometidos a la misma ley divina y sujeto al mismo juicio. Sin embargo, David y su linaje fue objeto de una elección particular que los asocia definitivamente al destino del pueblo de Dios. Así, el título de “hijo de Dios” es un título regio que vendrá a ser un título mesiánico. En los Sinópticos, el título Hijo de Dios, fácilmente asociado al de Cristo, aparece en primer lugar como un título mesiánico pero será en la resurrección se manifieste su filiación divina. El día después de Pentecostés, el testimonio apostólico y la confesión de fe cristiana tienen por objeto a Jesús, Hijo de Dios.