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HIST.

Conjunto de corrientes filosófico-religiosas, basadas en la afirmación de la existencia de una forma suprema de conocimiento, la

γνῶσις (gnosis), reservada solamente a los iniciados. Puede distinguirse entre un gnosticismo pagano (representado por las doctrinas herméticas y los Oráculos caldeos, por ejemplo) y un gnosticismo cristiano, que fue el más importante y al que nos referimos aquí. Hacia el siglo III, la mayoría de las corrientes gnósticas se diluyeron en el maniqueísmo.

El gnosticismo, que como conjunto de corrientes aparecieron a lo largo del s. II, puede considerarse como uno de los primeros intentos de crear una filosofía cristiana, pero efectuado sin rigor y sometido a un sincretismo muy amplio, ya que aparecen en él mezclas de neoplatonismo y otras filosofías helenísticas, de elementos míticos, de la Biblia, de los evangelios cristianos, del hermetismo, la cábala y el hebraísmo alejandrino (Aristóbulo y Filón), y de creencias religiosas mágico-astrológicas y místicas orientales. Estas doctrinas no se conocen directamente sino más bien por las refutaciones que de ellas hacen autores como Clemente de Alejandría, Epifanio, Ireneo, Hipólito y otros Padres Apologetas. No obstante, en 1945, aparecieron, encerrados en un ánfora hallada en Nag Hammadi (Alto Egipto), cincuenta y tres escritos gnósticos escritos en lengua copta, que fueron publicados entre 1972 y 1977. Del estudio de estos escritos, juntamente con lo que nos han transmitido los críticos del gnosticismo, se pueden reconstruir sus tesis básicas.

Puesto que se trata de corrientes no homogéneas, pueden distinguirse distintos sistemas. Uno de los primeros fue el de los ofitos o serpentinos (por su culto a la serpiente), que originaron posteriormente muchas otras sectas: los cairitas, los nicolaítas, los peratios, etc. Entre los autores principales suele distinguirse un gnosticismo vulgar (representado por Cerinto, Simón el mago, Menandro, Carpócrates y su hijo Epífanes y Bardesanes) y una gnosis culta (representada por Satornil, Basílides y su hijo Isidoro, Marción y, especialmente, por Valentin). Estos dos últimos autores, a los que se opuso Tertuliano, obtuvieron gran éxito en Roma. A veces, se considera también a Orígenes como representante gnóstico. A pesar de la falta de homogeneidad entre las distintas sectas, grupos y autores, todas estas corrientes sustentan la posibilidad de la salvación a partir, no de la fe, sino de la gnosis, mediante la cual creían que llegaban a comprender todos los dogmas del cristianismo, al que interpretaban alegóricamente.

También sostienen un dualismo entre un Dios trascendente, que está más allá de todo conocimiento, y un ser pérfido: el demiurgo. Dios no es ni creador del mundo material ni tiene relación con él, puesto que dicha relación se efectúa mediante la emanación de una serie de seres intermedios, los eones, jerarquizados en órdenes descendientes hasta llegar al demiurgo, que representa el polo opuesto a la divinidad. El demiurgo es el eón más imperfecto y a él atribuyen la creación de la materia, razón por la cual algunos autores lo identificaron con el Yahvé bíblico. Dicho eón inferior e imperfecto (incluso maligno) se presenta al mundo sensible como Dios único, pero es imperfecto y engañador y, por eso, la materia (mundo de apariencias) también es mala y principio del mal. El cosmos aparece así como este espacio dual a medio camino entre el bien y el mal, aunque con predominio de este último. El conjunto de los eones forma el Pleroma. Pero Cristo, que es verdaderamente un eón divino, aunque tome la apariencia humana (la encarnación debe entenderse de manera meramente simbólica), está contrapuesto a aquél ser malvado y habría comunicado a sus discípulos directos la posibilidad de acceder a la gnosis y de obtener la salvación. Los hombres, también de naturaleza dual, tienen espíritu (pneuma), pero están presos en la materia de la que pueden ser salvados por este eón intermedio, que es Cristo, a través de la redención, a la que entienden como una lucha trágica entre los principios del bien y del mal en la que vence el primero. No obstante, como observaron los Apologetas, al señalar que Cristo no es propiamente hombre, los gnósticos desvirtuaban la pasión y la redención. Por otra parte, representaban una corriente elitista al considerar que solamente los iniciados podían obtener la salvación, para la cual no basta la fe.

También distinguieron entre tres clases de hombres:

1)los materiales o hílicos, en los que predomina la materia (ὕλη);

2)los animales o psíquicos, en los que predomina el alma (ψυχἠ) y

3)los espirituales o pneumáticos, en los que predomina el espíritu o pneuma

(πνεῠμα), que son los que tienen acceso al mundo superior.

Los primeros están destinados a la muerte, mientras que los segundos pueden alcanzar la salvación si siguen las directrices de los pneumáticos, que son los elegidos poseedores de la gnosis.

Desde el punto de vista ético, el marcado dualismo entre cuerpo y alma originó dos posiciones completamente distintas. Por una parte, algunos autores propugnaron un ideal de vida ascético como vía de purificación del alma, mientras que otros, considerando que el cuerpo era indiferente al alma, rechazaron toda ley moral referida a éste y defendieron el goce, especialmente el sexual.