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(del latín futurus, participio de esse, lo que habrá de ser)

Uno de los tres momentos diferenciados del tiempo (presente, pasado y futuro), lo por llegar, el porvenir. «Porvenir», sin embargo, se aplica al ámbito de las cosas humanas, por lo que significa, comúnmente, un futuro no determinado por leyes causales; para las cosas u objetos hay futuro, para el hombre hay, además, porvenir.

El futuro importa a la filosofía desde dos perspectivas fundamentales: la más amplia que relaciona al hombre con la historia, la historicidad, el progreso, el determinismo y la libertad, y la más concreta de la relación entre la verdad de un enunciado y los hechos futuros. La primera de ellas presenta el futuro como el tiempo de lo posible para el hombre, cuyas alternativas éste va determinando libremente desde el presente y el pasado, cosa en la que básicamente consiste su historicidad. La segunda perspectiva remite al problema de carácter lógico, ya planteado por Aristóteles, de la verdad de los enunciados que se refieren a hechos futuros, que extrañamente se relaciona con el problema del determinismo. Si por un lado, la verdad de un enunciado depende de su correspondencia con los hechos y en los enunciados de futuro no hay ningún hecho presente, parece que habría que concluir que estos enunciados no están sometidos al principio de bivalencia: «Habrá mañana una batalla naval», dicho en el momento presente de hoy, parece no ser ni verdadero ni falso, pero es lo uno o lo otro, puesto que, así como hay enunciados en presente y en futuro hay hechos presentes y hechos futuros y entre éstos y aquéllos hay o no hay correspondencia. Ahora bien, si lo que es verdad ahora es necesariamente verdadero referido a un hecho presente, también lo que es verdad de un suceso futuro enunciado en futuro es ya verdad ahora. Si en lugar de una sola oración se formula una oración y su opuesta, o pares de enunciados contradictorios, («Habrá mañana una batalla naval o no la habrá»), la opción por el determinismo puede parecer todavía más clara: ha de suceder una u otra cosa, pero sea lo que fuere ya está ahora determinado. Aristóteles argumentó en contra de este determinismo aparente (ver texto ) y a favor de la contingencia, esto es, de que hay cosas que pueden ser o no ser, mientras que los megáricos y los estoicos argumentaron a favor del determinismo, la fatalidad y el destino, recurriendo en este punto al argumento dominador.

La filosofía escolástica prestó especial atención a los enunciados de futuro, tanto desde el punto de vista de la lógica como desde una perspectiva teológica. Se diferenció entre enunciados de futuro necesario (futuros necesarios), referidos a sucesos futuros que han de ocurrir necesariamente -que Aristóteles llamaba ta esómena- y enunciados de futuro contingente (futuros contingentes), enunciados en forma de futuro, pero que podían no ocurrir (llamados por Aristóteles ta méllonta). Estos últimos, a su vez, son acciones humanas futuras libres, que ciertamente sucederán (futuros libres absolutos), o acciones humanas libres que podrían haber sucedido si se hubieran dado determinadas condiciones, pero que, por lo mismo, no sucederán (futuros libres condicionados, o futuribles). Todos estos futuros son conocidos por Dios según los escolásticos, debido a la presciencia y omnisciencia divinas. El conocimiento que de antemano tiene Dios de los futuros, que implica su verdad y, por lo mismo, su necesidad, se conectó inevitablemente con la cuestión teológica de la predestinación, y el libre albedrío; a estas cuestiones dieron diversas respuestas los escolásticos.

Los problemas lógicos derivados de enunciados a la vez modales y temporales -el caso de los futuros contingentes- son tratados en la actualidad por la lógica modal y la lógica temporal y las lógicas polivalentes (ver texto ).