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(del latín evolvere, desarrollo, desenvolvimiento o paso de un estado a otro de forma gradual o paulatina. En este sentido se opone a revolución, o transición rápida o convulsiva)

El término evolucionismo significaría, pues, aceptación de procesos evolutivos. Pero, dada la gran influencia de las teorías evolucionistas en biología, ha acabado por referirse, fundamentalmente, a las teorías según las cuales: a) todas las especies vivientes actuales, animales o vegetales, proceden de otras anteriores, es decir, que se da una derivación, unas de otras, de las formas vegetales o animales por filiación; b) todas las especies vivas están sometidas a un cambio constante y c) hay una continuidad del mundo vivo. A su vez, las teorías evolucionistas, en biología, remiten al problema de la existencia de una evolución abiótica y al problema del origen de la vida.

Origen y precedentes de las teorías evolutivas

De hecho, en el terreno de las ciencias naturales modernas, las teorías sobre la evolución de la vida fueron las últimas de las teorías evolucionistas en aparecer. El evolucionismo de los seres vivos, aunque poseía muchos y muy antiguos precedentes, sólo se desarrolló plenamente de manera científica cuando ya se habían formulado otras concepciones de tipo evolucionista no biológico, como un cierto evolucionismo cosmológico (la teoría de Kant y Laplace de una nebulosa originaria, por ejemplo) o se habían propuesto concepciones de un evolucionismo geológico (Lyell 1797-1875, contradiciendo el catastrofismo de Cuvier). No obstante, aunque en su formulación científica el evolucionismo de los seres vivos fue posterior, estaba en el «ambiente» científico, juntamente con las otras teorías evolucionistas: cósmica, geológica y cultural (ver evolucionismo cultural), y se desarrolla en un contexto en el que la filosofía, ya desde Vico, pero especialmente con Hegel, había destacado la importancia de los factores históricos y afirmaba una auténtica evolución del espíritu humano. La ley de los tres estadios de Comte, o la concepción de Marx sobre el desarrollo de los diversos modos de producción, pueden considerarse también como filosofías de tipo evolucionista, como evolucionistas eran las concepciones antropológicas de L.H. Morgan, E.B. Tylor. En este contexto, pues, de descubrimiento del tiempo y de la importancia de la historicidad, se abren paso las concepciones evolucionistas de la vida, las cuales, a su vez, especialmente el darwinismo, influirán decisivamente sobre esta base teórica ya existente.

Así, ya a partir del siglo XVIII comienzan a aparecer concepciones evolucionistas que tendrán que enfrentarse a las tesis de los defensores del fijismo (entre ellos algunos de los grandes forjadores de la biología moderna, como Linneo o Cuvier, que permanecieron anclados en concepciones creacionistas o catastrofistas y combatieron férreamente el evolucionismo). Los fijistas, amparados por las creencias religiosas y por las concepciones heredadas de Platón y Aristóteles (para quienes las especies no pueden cambiar ya que responden a unos patrones inmutables -las Ideas para Platón y las formas substanciales para Aristóteles-), consideraban las especies como tipos prefijados con características constantes, claramente diferenciadas entre sí y separadas por barreras reproductivas insalvables. En esta pugna, los defensores de concepciones evolucionistas en biología tuvieron que salvar grandes obstáculos, ya que todavía carecían de las pruebas necesarias para sustentar sus teorías.

Anaximandro

Aunque los más remotos precedentes del evolucionismo de los seres vivos se hallan ya en algunos filósofos presocráticos, tales como Anaximandro o Empédocles, que afirmaron claramente que unas especies provenían de otras, el evolucionismo moderno tiene sus primeros antecedentes en la pugna que enfrentaba a los defensores del preformismo y los defensores de la epigénesis. Así, en los siglos XVII y XVIII, el concepto de evolución se utilizó en sentido ontogenético para explicar cómo de un germen podía emerger un organismo completo. Pero ,durante el siglo XVIII, Buffon (1707-1788) ya empezó a usar el concepto en sentido no solamente ontogenético, sino ya en sentido filogenético, referido a cambios en la estructura de los organismos a lo largo del tiempo. También Geoffroy Saint-Hilaire muestra una cierta orientación evolucionista. De hecho, es posible que las concepciones de Buffon influyeran sobre Kant quien, en la Crítica del juicio, § 80, habla de un «real parentesco de las formas vivientes», derivadas de una «madre común», y sostiene una especie de evolución continua de la naturaleza en su totalidad, desde la nebulosa primitiva hasta el ser humano.

Lamarck

No obstante, fue el Conde de Lamarck quien, en su La philosophie zoologique, propuso una primera teoría general que él llamó «transformismo» y que es conocida como lamarckismo. La teoría de Lamarck influyó sobre Erasmus Darwin, abuelo de Charles Darwin, quien, bajo la influencia de su abuelo y bajo la influencia del gran geólogo evolucionista Lyell, formuló la teoría evolucionista que, con las aportaciones de la moderna genética, se ha convertido en la concepción evolucionista generalmente aceptada (con excepciones) por la mayoría de los miembros de la comunidad científica, y que se explica en los artículos dedicados a Darwin, al darwinismo y al neodarwinismo (ver filosofía de la biología, vida, origen de la vida, hominización).


La recepción del darwinismo en el siglo XIX

Ch. Darwin

La recepción del darwinismo dio lugar a importantes polémicas extracientíficas. Así, principalmente debido a que en La descendencia del hombre y la selección sexual (1871) Darwin hacía extensivo su planteamiento evolucionista publicado en El origen de las especies (1859) a la misma especie humana (ver hominización), se desencadenó un fuerte movimiento de rechazo capitaneado por la Iglesia, tanto anglicana como católica, lo que manifestaba el gran alcance de una teoría que rebasaba ampliamente el marco de una mera teoría biológica y se instalaba plenamente en el centro de un debate sobre el lugar del hombre en el cosmos. Las concepciones antropológicas no podían ya ser las mismas después de Darwin, y su influencia se extendía a todo el ámbito filosófico. De hecho, de la misma manera que la teoría de Copérnico, que desplazaba la tierra del centro del universo y, por tanto, desplazaba con ella al hombre, la teoría de Darwin, al señalar el origen biológico de la especie humana dentro del contexto de la evolución de las especies (como, más tarde, el psicoanálisis de Freud, al señalar el inconsciente como motor de la conducta humana), abrieron nuevas perspectivas en la consideración del ser humano.

No obstante, en sus inicios la teoría evolutiva de Darwin (apoyada, entre los naturalistas por Wallace y Huxley, principalmente), tuvo que enfrentarse a numerosos problemas no sólo ideológicos y filosóficos, sino también científicos. La ausencia de pruebas directas de la eficacia de la selección natural, la falta de evidencia de la existencia de especies que diesen explicación (a modo de eslabones) de las transiciones entre unas y otras, así como la excesiva juventud de la edad de la tierra (según los cálculos de Lord Kelvin, que luego se demostrarían erróneos) eran otros tantos problemas científicos que debían ser resueltos. A pesar de ello, la gran capacidad explicativa de la teoría y los numerosos casos que podía explicar, hicieron que fuese ampliamente aceptada por la mayoría de los naturalistas. Por ello, también entre los sectores que se habían negado a aceptar la teoría también surgieron defensores. Así, el canónigo Charles Kingsley reinterpretó el darwinismo y lo introdujo dentro de los planes divinos: el hombre sería producto evolutivo de la naturaleza, pero ella misma y toda su ordenación -de tipo finalista-, se deberían a los designios divinos. En cierta forma, el evolucionismo de Teilhard de Chardin propugnaba también algo parecido. Finalmente, el descubrimiento de las mutaciones y el desarrollo de la genética permitieron superar la mayoría de las objeciones científicas que todavía se oponían al darwinismo y, aunque reformado con las nuevas aportaciones, la teoría evolucionista fue aceptada por la inmensa mayoría de los científicos a comienzos del siglo XX.

Interpretaciones ideológicas y filosóficas del evolucionismo

Por otra parte, era relativamente fácil hacer un uso ideológico de esta teoría científica, máxime cuando se expresaba a través de términos como los de «selección natural», «supervivencia del más apto» o «lucha por la existencia», que fuera de su contexto científico (en el cual adoptan más bien el papel de metáforas mucho menos sangrientas y violentas de lo que cabría suponer bajo estas etiquetas) eran fácilmente manipulables y, más, desde el momento en que habían sido profusamente utilizadas por Herbert Spencer, quien había intentado elaborar toda una síntesis filosófica basada en su concepción evolucionista (desarrollada paralelamente a la de Darwin, aunque de manera especulativa). Por ello, desde posiciones ultraconservadoras, e incluso racistas, surgió el denominado darwinismo social (muy influenciado por el mismo Spencer) que pretendía justificar las diferencias sociales apelando falsamente a categorías biológicas, pero de las que habían vaciado su contenido científico y se habían quedado solamente con la fraseología (ver texto ).

Las aberraciones asociadas al darwinismo social, así como las críticas a las manifiestas insuficiencias de la filosofía de H. Spencer, provocaron un cierto descrédito de toda clase de explicación sociológica que hiciese referencia a sus bases biológicas, lo que además conllevó que, durante un cierto período de tiempo (a principios del siglo XX), y bajo el equívoco de equiparar darwinismo con darwinismo social, la teoría evolutiva de Darwin fuese menospreciada y, en general, se menospreciase todo evolucionismo entre los sociólogos. En el terreno de la antropología cultural ello se manifestó en la obra de Franz Boas, que atacó el evolucionismo cultural; en la sociología, se manifestó tanto en las concepciones de Dilthey, Windelband y Rickert, como en la obra de Durkheim. Además, en el terreno mismo de la biología aparecieron detractores del darwinismo, como Driesch o D´Arcy Thomson. No obstante, ya se estaban preparando las condiciones científicas para la vuelta a la aceptación del evolucionismo, y en la misma sociología y etnología autores como Leslie White o Gordon Childe, por ejemplo, lo seguían reivindicando.

Desde otro ámbito completamente distinto, el evolucionismo darwinista fue también reivindicado por otras teorías sociales, como el marxismo, por ejemplo, que veían en dicha teoría una confirmación de sus propias concepciones. Pero, además de sus aplicaciones en el terreno social, el evolucionismo biológico también influyó directamente en muchas filosofías, como la de Haeckel (y la formulación de la ley biogenética), el vitalismo, el emergentismo, o el evolucionismo espiritualista de Wundt, etc., y se originaron interpretaciones filosóficas del evolucionismo que han ido desde la mecanicista, que la considera un producto del azar, hasta la teleológica, como la de P. Teilhard de Chardin, que defendió la idea de la evolución dirigida hacia una finalidad (ortogénesis). Especialmente relevantes han sido las filosofías de tipo evolucionista de autores como Whitehead y, especialmente, de Bergson, quién formuló una novedosa concepción de la evolución, aunque meramente especulativa. Una contribución interesante a esta discusión fue la de J. Monod, para quien la evolución es a la vez producto del azar y la necesidad (ver texto ).

La ciencia actual y las teorías evolucionistas

Desde el ámbito puramente científico, a partir de finales del siglo XIX y especialmente desde los albores del siglo XX, la genética mendeliana, el descubrimiento de las mutaciones y el desarrollo de la genética de poblaciones, introdujeron nuevos elementos que, incorporados a la noción básica de la selección natural establecida por el darwinismo, dieron lugar al neodarwinismo de A. Weismann y a la teoría sintética de la evolución, cuyos principales teóricos fueron: T. Dobzhansky, J. Huxley, E. Mayr y G.G. Simpson; y cuyas tesis principales son: la selección natural, la deriva genética (aparición al azar de mutaciones en poblaciones poco numerosas) y la migración diferencial (ocupación de diferentes ambientes según las características genéticas).

A pesar de que existen todavía muchos puntos problemáticos, la teoría de la evolución (aunque bajo distintas variantes, tales como la teoría sintética, o las teorías estocásticas, por ejemplo), es actualmente aceptada por toda la comunidad científica y sólo se oponen a ella algunos grupos religiosos radicales, como aquellos que en los Estados Unidos abogan por la enseñanza, en pie de igualdad, tanto del evolucionismo como de la Biblia, cuando no abogan por la pura y simple supresión de la enseñanza de las teorías evolucionistas. No obstante, algunos filósofos, especialmente Popper, han señalado que la teoría de la evolución, además de muchas lagunas observacionales y teóricas, presenta un grave problema, ya que no es falsable, lo que a ojos de Popper debilita enormemente la teoría. No obstante, el mismo Popper no se opone a ella, sino que solamente señala, desde su perspectiva, sus insuficiencias. (En particular, Popper defendió una especie de neolamarckismo matizado, un poco en la línea del defendido por biólogos como Wintrebert o Grassé). En los últimos tiempos el mismo Popper matizó sus críticas a las insuficiencias de las teoría evolucionistas de inspiración darwiniana y aceptó que posiblemente era él quien estaba equivocado al señalar la no falsabilidad de la teoría.

Éste no se ha convertido en tema teológico hasta épocas recientes en paralelo al evolucionismo filosófico de Leibniz, Schelling o Spencer. Desde un punto de vista católico, es necesaria la distinción entre creación (punto de partida de lo que antes no existía) y evolución (supone algo que ya existe). Si en el marco de una antropología teológica se admite que el hombre es la meta de la creación, que ésta tiene un pinto de partido auténtico y que la evolución persiste en la dependencia de la criatura respecto a Dios, entonces la teología puede aprender mucho de las ciencias naturales sobre qué es lo que la creación puede originar por evolución.

Book3.gif Bibliografía

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Relaciones geográficas

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