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Parte (ver gráfico) de la Crítica de la razón pura, de Kant, que estudia las condiciones a priori del conocimiento sensible (ver cita). Todo conocimiento comienza con la experiencia y la sensibilidad es la primera capacidad de conocer. Por tal se entiende nuestra capacidad de ser pasivamente receptivos ante lo que nos llega a través de nuestros sentidos internos y externos ; mediante ella, se nos dan objetos y aunque todo objeto está destinado, en los humanos, a ser pensado, no hay objeto posible de conocimiento sin referencia a la sensibilidad. El resultado del conocimiento a través de la sensibilidad es la intuición sensible (ver texto ). Ser pasivamente receptivo ante algo supone necesariamente «sentir» ese algo en la medida en que uno está capacitado para ello; no sentimos en nuestra sensibilidad las cosas tal como son, sino tal como somos capaces de sentirlas. La capacidad depende de determinadas condiciones empíricas, adecuadas al caso y a las circunstancias, y de otras absolutamente necesarias y universales. Para ver, es necesario que haya luz y un organismo preparado con el órgano de la visión, entre otras cosas; y éstas podrían considerarse condiciones empíricamente necesarias. Pero, para que pueda existir cualquier intuición sensible, para poder recibir algo como objeto percibido, son necesarias otras condiciones exigidas por la misma sensibilidad humana. La más importante de ellas es que la percepción ocurra en un espacio y un tiempo determinados, pues nada se percibe fuera del espacio y del tiempo, o nada que no sea espaciotemporal puede ser percibido.

Afirmar que todo conocimiento sensible externo se produce en el espacio y en el tiempo es uno de los juicios sintéticos a prioricon que comienza nuestro conocimiento del mundo exterior; así como lo es también, dicho preferentemente pero no únicamente del mundo interior, que todo conocimiento sensible interno se produce en el tiempo. El conocimiento comienza, pues, con la sensación, pero no todo lo que conocemos proviene de la sensación. En lo conocido por la sensación, el fenómeno, Kant distingue una materia y una forma. A la materia corresponde todo cuanto es empírico; la forma es la manera como puede conocerse lo que es empírico. La forma no es sensación, sino una condición -trascendental: necesaria y para todo caso, porque es exigencia de la mente- de la sensación; por ello es a priori.

El problema de la sensación lo trata Kant de forma paralela a la investigación de la matemática como ciencia: «¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática?», «¿Cómo es posible percibir alguna cosa a priori

La afirmación de que los enunciados matemáticos no son analíticos, sino (en su mayoría) sintéticos a priori la dirige Kant a Hume, como advirtiéndole que, si hubiera analizado la naturaleza de estos enunciados -que evidentemente son universales y necesarios-, se habría dado cuenta de la posibilidad de atribuir también conocimiento cierto (universal y necesario) a enunciados que versan sobre la experiencia.

En efecto, según Kant, los enunciados de la matemática son juicios sintéticos a priori. Sus ejemplos son : «75 =12» y «la línea recta es la línea más corta entre dos puntos». Tanto en un caso como en el otro, el predicado afirma más de lo que se dice en el sujeto; «doce» dice algo más que la mera «suma», así como «ser la distancia más corta» no puede identificarse conceptualmente sin más con el simple concepto de «línea recta», puesto que el primero es un concepto cuantitativo y el segundo cualitativo. Por consiguiente, no son meramente analíticos. El conocimiento que proporcionan es extensivo y, por lo mismo, deben referirse a la experiencia incluida en el conocimiento matemático, pero no a una experiencia concreta, sino a toda experiencia posible de tipo matemático; esto es, a una «intuición pura» (ver texto ).

Esta intuición pura no se refiere a nada concreto, sino que es anterior a toda experiencia y a todo conocimiento matemático y no contiene sino la forma de la sensibilidad, a la que, en principio, se refiere -según entiende Kant- todo enunciado matemático; la «forma», esto es: aquellas características universales y necesarias por las que algo puede ser objeto de intuición sensible; tales características no son de los objetos intuidos, sino que son la condición que impone la mente a los objetos para poder intuirlos.

Tales condiciones a priori, propias de la mente capaz de conocer lo sensible, no son sino el espacio (ver texto ) y el tiempo (ver texto ), que denomina formas puras de la sensibilidad (ver texto ).

A la descripción del espacio y tiempo como formas puras de la sensibilidad llama Kant «exposición metafísica». En ella muestra que espacio y tiempo no pueden ser conceptos empíricos tomados de la experiencia y que sólo pueden entenderse como representaciones necesarias a priori de todo fenómeno. En cambio, en la «exposición trascendental», justifica por qué espacio y tiempo son condiciones necesarias del conocimiento empírico de los objetos.

La matemática es precisamente la ciencia cuyo objeto estudia el espacio y el tiempo, formulando sobre ellos juicios sintéticos a priori: en geometría, las propiedades a priori del espacio y, en aritmética, las del tiempo y el espacio. Lo que hace que la matemática pueda ser una ciencia (esto es, que sea posible formar juicios sintéticos a priori a partir de los conceptos de espacio y tiempo) hace también posible nuestro conocimiento sensible. Nuestra sensibilidad es espaciotemporal, como lo es también, para Kant, la matemática.

El castillo de Königsberg y la casa de Kant

Una de las consecuencias es que no percibimos las cosas tal como son, sino tal como nos es posible representárnoslas; es decir, espaciotemporalmente. Espacialidad y temporalidad son como gafas absolutamente necesarias para ver; con ellas vemos las cosas espaciales y temporales, no tal como son en sí mismas (ver texto ). Se sigue, pues, que vemos fenómenos, no cosas en sí; espacio y tiempo son propios de la subjetividad humana y características de nuestra experiencia sensible, pero no rasgos objetivos de las cosas en sí mismas. Kant les atribuye realidad empírica, pero idealidad trascendental, lo cual equivale a decir que son reales porque forman parte de nuestra experiencia, pero que carecen de toda realidad absoluta independiente de nuestra experiencia.

La distinción entre fenómenos y cosas en sí es fundamental para Kant, como fundamental es también la afirmación de que conocemos sólo fenómenos y no cosas en sí. Con los fenómenos en general, pasa lo mismo que con el espacio y tiempo: si prescindimos del sujeto, desaparecen. Por ello, el mundo que conocemos es el mundo percibido, que es la totalidad de los fenómenos, no de las cosas en sí (ver texto ).

A la teoría de que todos los objetos de los sentidos son puros fenómenos, o que lo que conocemos son fenómenos, llama Kant idealismo trascendental.Este conocimiento no es, sin embargo, engañoso, como si fuera aparente: es el único conocimiento posible, y no es aparente, sino de las apariencias (o fenómenos) de las cosas, pero real. El engaño, si acaso, está en creer que es posible ir más allá de nuestra experiencia sensible; lo ilusorio sería pretender conocer cosas en sí, sin pasar por las exigencias de nuestra sensibilidad. Lo que se conoce nunca es una cosa en sí.

El sensible es, no obstante, el primer escalón del conocimiento de los fenómenos: el conocimiento completo de los mismos supone añadir a la sensibilidad los conceptos del entendimiento.



Bibliografía sobre el concepto

  • Kant, Immanuel, Crítica del juicio. Espasa Calpe, Madrid, 1981.