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En la Biblia se contempla la enfermedad desde la vertiente de la relación con Dios. Se la entiende como algo que perturba esta relación entre el creador y la criatura. En los libros sapienciales, se establece una conexión individual entre acción y resultado y la enfermedad se interpreta como castigo por pecados personales, un dogma que Jesús rechazó. Nunca habló del sentido de la enfermedad sino que más bien la combatió como poder hostil a Dios y curó a los enfermos. En este sentido, la enfermedad se opone al reino de Dios que llega entrando en el campo operativo de los poderes destructores que se resisten al reinado y dominio de Dios. De ahí que las curaciones realizadas por Jesús no sean únicamente signos simbólicos de la salvación del hombre que el inminente reino de Dios opera, sino que manifiestan por sí mismas la llegada soberana de Dios. La teología actual considera que la curación y la superación de la enfermedad entran en conexión directa con la salvación que ya puede experimentarse en la fe. Así, por ejemplo, se interpreta el descubrimiento de la penicilina como una experiencia salvífica (Schillebeeckx). Ver curación.