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En su acepción más general designa el intervalo de tiempo que circunscribe la existencia de alguna cosa o acontecimiento. Aristóteles la definió como la totalidad de un intervalo que, si se aplicase al tiempo en su globalidad, coincidiría con la eternidad, entendida como prolongación indefinida del tiempo. Para los racionalistas cartesianos, la duración equivalía a la persistencia de las cosas en su realidad, y el tiempo sería la medida de la duración. Locke concibió la duración como una generalización de la experiencia interna, de la misma manera que la extensión es, según él, la generalización de la experiencia externa de la distancia. Por su parte, Leibniz consideró la duración como unida a la medida del tiempo pero, en contra de Locke, sustentó que, aunque la sucesión de percepciones despierta en nosotros la idea de duración, no la constituye. Para él, la duración está relacionada con la medida de los movimientos periódicos uniformes (ver texto ). De manera semejante, como cantidad mensurable a partir de la permanencia, la concibió Kant en la primera de las analogías de la experiencia, donde afirma que «la existencia según diferentes partes de la serie temporal sólo puede adquirir una magnitud a través de lo permanente. Esta magnitud recibe el nombre de duración» (ver referencia). Desde otra perspectiva, Mircea Eliade distingue entre una duración propia del tiempo profano y otra propia del tiempo sagrado (ver texto ). Según Eliade, el hombre religioso conoce intervalos «sagrados» que no participan de la duración temporal que les precede y les sigue, que tienen una estructura totalmente diferente y otro «origen», pues es un tiempo primordial santificado por los dioses.

H. Bergson

La duración real

Es en la filosofía de Henri Bergson donde la noción de duración (durée réelle) adquiere su mayor importancia. De hecho, toda la filosofía bergsoniana gira alrededor de este concepto. Según Bergson la duración es el tiempo auténtico, que nada tiene que ver con la noción general de tiempo usada en la vida cotidiana y en la ciencia, que es un tiempo espacializado, reducido a una sucesión de instantes idénticos. En cambio, la duración es un dato inmediato de la conciencia que se manifiesta como una fluencia en la que no hay la posibilidad de una sucesión de estados, ya que toda sucesión implicaría una ubicación en el espacio. Esta idea, surgida como un dato inmediato de la conciencia, es utilizada por Bergson para reformular toda la filosofía, ya que no solamente el hombre se percibe a sí mismo como duración(idea fundamental que desarrolla en Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia y en Materia y memoria 1896), sino que también la realidad entera es duración (élan vital), idea que desarrolla en La evolución creadora. En Las dos fuentes de la moral y la religión, Bergson también se basa en su concepción de la duración para explicar el progreso de la sociedad humana, y en El pensamiento y el movimiento (especialmente en el apartado titulado Lo posible y lo real), Bergson se basa también en su concepto nuclear de la duración y en el concepto de lo virtual para reformular las nociones de posibilidad y de realidad (ver texto1 y texto 2 ). La duración es el objeto propio de la intuición, que es el método propio de la filosofía bergsoniana, que aspira a aprehender lo espiritual en su plenitud y pureza, de la misma manera que el intelecto es capaz de hacerlo con lo material (ver texto 1 , texto 2 y texto 3 ).

La duración real como dato inmediato de la conciencia: tiempo y duración

Por una parte, la concepción general acerca de los estados de conciencia que en general nos proporciona la psicología de inspiración positivista está falseada por una errónea concepción del tiempo, según la cual nos percibimos como una conciencia en la que se agrupan percepciones, recuerdos, vivencias, etc., como un espacio íntimo accesible a cada cual. Pero el tipo de explicación de esta psicología, así como del positivismo en general, está basado en el modelo de las ciencias físicas y matemáticas que, a su vez, se basan en una concepción del tiempo que lo desprovee de su auténtica cualidad. El tiempo de las matemáticas, que es el tiempo introducido en las ecuaciones de la mecánica, no es el tiempo real, sino una mera abstracción fruto de una previa espacialización: una mera sucesión de instantes estáticos, indiferentes a las diferencias cualitativas y recíprocamente externos. Dicha concepción espacializada del tiempo es la que está en la base de las nociones de intensidad que los psicólogos quieren cuantificar (se puede cuantificar un estímulo, pero no una sensación, según Bergson), y surge de la mera abstracción matemática y de la simplificación efectuada por el entendimiento, que es víctima de la tendencia esclerotizadora del lenguaje, que sólo es capaz de articularse a partir de unidades discretas que tienden a la espacialización. En las ecuaciones de la física el parámetro t que representa al tiempo es reversible, pero en la vida real de la conciencia domina la irreversibilidad. La realidad, tal como nos la muestra la auténtica experiencia (los datos inmediatos de la conciencia) es, en cambio, que el conocimiento de nuestra conciencia tiene características no espaciales. Los contenidos de nuestra conciencia -sensaciones, sentimientos, pasiones, esfuerzos- se captan de un modo peculiar: aparentemente, están como yuxtapuestos y diferenciados, cada uno con su singularidad y, mediante la inteligencia, los pensamos como dispuestos espacialmente; se trata de una penetración de lo exterior en el interior, de lo que es espacio-temporal en lo que es internamente vivido. Pero, en lo profundo de la conciencia, en el yo interior, los estados de conciencia se funden y organizan en una unidad que no es espacial, sino que posee las características de la duración.

Desde la perspectiva reduccionista, se tiende a percibir los estados de conciencia como si guardasen entre sí una cierta distinción, a semejanza de las cosas que requieren espacio para diferenciarse (aunque en la conciencia -según Bergson- no hay espacio). De ahí que dichos estados de conciencia sean considerados desde la perspectiva de la multiplicidad numérica. En cambio, desde la perspectiva de los datos inmediatos de la conciencia, se pierde esta multiplicidad numérica y sólo queda una multiplicidad cualitativa que el hombre percibe en una sucesión continua que enlaza el presente con el pasado, y en la que no se descomponen las vivencias sino que se armonizan entre sí, como sucede, dice Bergson, con las notas de una melodía: es la duración, que es a la vez el tiempo real de la conciencia, tal como lo experimentamos profundamente por medio de la intuición, y diferente del tiempo espacializado de las ciencias físicas. Esta insistencia bergsoniana en distinguir entre dos tipos de multiplicidad (una multiplicidad cuantitativa espacializante y una multiplicidad cualitativa), le conduce a efectuar un análisis de la noción de número (ver texto ) y es la que está en la base de la concepción de la diferencia en el pensamiento de Gilles Deleuze. La superación del estrecho punto de vista del mecanicismo y del positivismo implica también pensar dos clases distintas de orden para superar los falsos problemas engendrados por la espacialización de la conciencia (ver texto ). Aquella misma tendencia espacializadora del entendimiento, inscrita en el lenguaje y que está en la base de los modelos de explicación de las ciencias, engendra los dualismos materia-espíritu, determinismo-libertad, ser-nada, etc., que desde aquél punto de vista aparecen como irresolubles. Es especialmente conocido el análisis que efectúa Bergson del falso problema ( y su disolución) que enfrenta las nociones de ser y nada (ver texto 1 y texto 2).

La duración y la memoria

En Materia y memoria Bergson aborda la relación mente-cuerpo a partir de la noción de la duracion, y sustenta que la memoria recoge y conserva todos los aspectos de la existencia, y que es el cuerpo, y especialmente el cerebro, el medio que permite recobrar los datos mnémicos haciendo aflorar recuerdos de forma concomitante a percepciones, o de forma más libre en los sueños. En cualquier caso, la concepción de la memoria en Bergson es radicalmente nueva: según él, no vamos del presente al pasado, de la percepción al recuerdo, sino del pasado al presente, del recuerdo a la percepción (ver texto ). El cerebro no es, pues, el órgano del pensamiento y de la memoria o su depositario, sino solamente un instrumento que permite traducir los recuerdos en movimientos, y enlazar lo psíquico con lo corporal. Mientras la dimensión psíquica es propiamente la totalidad de lo vivido, pura espontaneidad y creatividad, el cuerpo se centra en lo presente y está orientado hacia la acción. Esta doble actividad se vincula, por una parte a la duración real (lo espiritual) y, por otra parte, al tiempo espacializado (lo material).

El aspecto ontológico de la duración: la evolución creadora

El aspecto ontológico de la duración (también la realidad es duración, tiempo verdadero -no espacializado- que se manifiesta como «evolución creadora») se manifiesta especialmente en los procesos evolutivos de los seres vivos, que son expresión de un élan vital, impulso creador. En la realidad no hay cosas, sino acciones, y todo se debe a la acción del impulso vital, que es la actualización de lo virtual (opuesto a lo meramente posible (ver texto1 y texto 2 ), y que engendra la imprevisible novedad. En este sentido, y en cuanto que todo es duración, invención, impulso, energía creadora, todo es conciencia. Todas las características del ser vivo son también características de la conciencia: «continuidad en el cambio, conservación del pasado en el presente, verdadera duración» (ver texto ). En contra del evolucionismo de Darwin, al que todavía considera una explicación mecanicista de la vida, y en contra también de las tesis finalistas (ver texto ), Bergson sustenta la «evolución creadora» como explicación de los procesos evolutivos.


(Ver texto 1 , texto 2 , texto 3 , texto 4 y texto 5 ).