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Jacques Derrida

Concepto central de la recusación derridiana del logocentrismo y de su programa de la deconstrucción. Fue acuñado por el propio Derrida y su significado deliberadamente ambiguo lo hace poco menos que imposible de traducir. De hecho «différance» proviene del verbo francés différer que significa al mismo tiempo «posponer» y «ser diferente de». Así Derrida invoca los dos sentidos de «différance» para describir dos circunstancias que concurren en todo discurso. La primera es que en un texto cualquiera todo elemento está relacionado con otros elementos. La segunda es el requisito tan eminente como banal de que ha de ser radicalmente distinto de ellos. Constata, en definitiva, que un elemento cualquiera de un texto nunca se sustenta en la plenitud de una presencia. Su cometido depende siempre del vínculo que mantiene con otros elementos del mismo texto. Pero, desde luego, Derrida nunca deja de tener en cuenta que si este elemento del texto existe es por que se diferencia radicalmente de los elementos restantes. No tiene sentido, por consiguiente, desplazar a la escritura el carácter conclusivo que el paradigma fonocéntrico asignaba a la palabra. Ningún elemento de la escritura puede aspirar a privilegio alguno, porque depende tanto de aquellos elementos de los cuales difiere como de aquellos elementos a los cuales pospone. Por todas estas razones, Derrida se abstiene cuidadosamente de atribuir a la escritura la hegemonía que el fonocentrismo localizaba en el signo oralmente expresado.

En realidad, la intención de Derrida es demostrar que la dicotomía entre palabra y escritura -y, por extensión, toda dicotomía que aspire a un carácter absoluto- sólo puede ser mantenida si se desdeña un hecho fundamental. Es preciso ignorar en tal caso, efectivamente, que los términos de esta oposición se sustentan entre sí. Si bien nunca llegan a coincidir del todo, no sólo se encuentran referidos el uno al otro sino que, de hecho, se necesitan recíprocamente. Incluso se podría afirmar que cada uno de ellos, en cierto modo, consiste parcialmente en el otro. Señala Derrida a este respecto que justificar la función dominante de un término conlleva una violenta acción represiva sobre el término que se pretende postergar. Un ejemplo de esta subordinación lo aporta la tradición metafísica, comprometida con dicotomías tan ilustres como las de realidad/apariencia y sensible/inteligible. La complacencia metafísica en las polaridades, precisamente, indica para Derrida la voluntad de alterar la realidad por medios represivos. Por eso rechaza las oposiciones binarias tradicionales, o lo que viene a ser lo mismo: coloca la escritura en el centro de su preocupación filosófica. De hecho Derrida defiende una peculiar noción de realidad. Invita a concebirla como un entramado de relaciones donde la ausencia y la «différance» son como mínimo tan importantes como la presencia. Es decir, que la realidad aparece desprovista de cualquier amago de «centro». Según Derrida este descentramiento inmuniza contra las dicotomías, siempre indeseables aunque pretendan esclarecer o legitimar. Al fin y al cabo las referencias a un eventual centro totalizador, como le parece que demuestra la tradición metafísica, han sido siempre peligrosas. Cuando se señala un supuesto centro, cree nuestro autor que subrepticiamente se está justificando una unidad.

Según Derrida, por tanto, la enigmática energeia que hace posible el lenguaje reside en la «différance». Pero ésta no moviliza el lenguaje como lo haría una determinación exterior. Sus efectos, por ejemplo. no son comparables a los de la verdad en el modelo logocéntrico. Y mucho menos la «différance» equivale a un origen. En todo caso sería un paradójico «origen anti-originario» porque, como advierte Derrida, jamás podría ser ni pleno ni unificado (ver texto ). Este hipotético «no-origen», por el contrario, sería extrañamente diverso y articulado. Sobre todo habría que concebirlo como «posponedor» y, al mismo tiempo, «diferenciador» -movilizando de este modo los dos significados de différer- de las diferencias que son precisamente el lenguaje. En realidad, Derrida mantiene que la «différance» produce los efectos de diferencia y que, por tanto, no es aventurado identificarla como la energeia que en definitiva equivale al propio lenguaje. También ha procurado mostrar a lo largo de su copiosa producción metafilosófica que todas las instancias del discurso, sin excepción alguna, se integran en este juego de diferencias. Jamás prestación lingüística alguna, por consiguiente, podrá eludir la «différance». Pero esta constatación no impide a Derrida contemplar con pesimismo el destino filosófico de la «différance». Señala que con frecuencia el impulso desconstruccionista transige con las premisas logocéntricas ante la inquietante labilidad teórica de esta noción. En conclusión es oportuno advertir que el propio término «différance» ilustra con una extrema brillantez la tesis derridiana de que la escritura en modo alguno reproduce la palabra. Únicamente en la forma escrita de este término es posible advertir la diferencia que existe entre las palabras différance y différence, ésta última de uso habitual en la lengua francesa. La discrepancia de las formas escritas, efectivamente, no refleja distinción alguna en las correspondientes formas habladas.